viernes, 17 de enero de 2014

El amor molesto de Elena Ferrante



El mundo de los adultos no es el ideal para que crezca un niño, pero dados nuestros condicionamientos biológicos no hay otra alternativa. Al menos por ahora.
En este bosque enmarañado donde se fragua la realidad a modo de mantón acogedor que guarda debajo inesperadas y a veces trágicas sorpresas sólo le falta a un niño, en este caso una niña, el ser perspicaz e imaginativo para irse construyendo un andamiaje que no sólo lo asfixiará si no que lo imposibilitará para poder reaccionar cuando la adultez llegué.
Este es el tema del “El amor molesto” de Elena Ferrante.
En 177 páginas la escritora italiana por boca de una mujer malograda cuenta cómo con motivo de la muerte, en circunstancias extrañas y que se quedan sin aclarar, de su madre, rememora lo que ha sido su vida con ella y los demás miembros de la familia y vecinos del antiguo barrio de Nápoles, dónde creció.
 Narración más que fría, helada, implacable, desesperanzada, sin concesiones para la redención. Escrita más con un escalpelo que con otra cosa. Saja más que narra. Nunca había leído una masturbación más deprimente en mi vida.
Es inevitable al leer esta historia acordarse de Camus y su extranjero. Nadie que haya leído esta obra de Albert Camus y que tenga un poquito de sensibilidad ha sido igual después de leerla. Con esta también corta historia, el escritor francés descorría el telón que dejaba al descubierto la farsa del amor familiar. Desde el principio. Y como Elena Ferrante, con toda naturalidad y frialdad. Naturalidad y frialdad nacidas de la absoluta aceptación de que las cosas son terribles y nosotros somos participes. No sabemos cuánto, pero eso no importa.
También hay ecos de Thomas Bernhard. Esa idea fija, obsesiva que el narrador lleva a cuestas y con la que se despedirá al final de la narración sin dejarla, ni aclarada ni concluida, es un pretexto para contar.
Magnífica construcción del personaje, con esas paletadas tan inteligentes para levantarlo y sostenerlo a lo largo de la narración. La sumisión mostrada ante cada hombre que se aproxima a ella, fruto de su infancia  pasada al lado de un padre maltratador. Su mundo femenino intimo, bragas, vaginas, tampones, sostenes, en los que a veces sentimos que se refugia, como último escondrijo de su identidad. Pues sólo le acompañan en toda la narración dos mujeres, su madre, recientemente muerta y una vecina vieja y achacosa, los demás personaje son hombres.
 Un personaje atormentado por una culpa no confirmada que ante la muerte de la agraviada, su madre, no le deja otra salida que condenarse a sustituirla como única, aunque remotísima posibilidad, de tener algo de paz y sosiego…para poder seguir respirando.
Sólo dos pequeño detalles me han rechinado,
Uno. Al principio de la narración. De un sujetador que llevaba el cadáver que estaba flotando en el rio dice la narradora: “Cuando me lo devolvieron, junto con sus pendientes y sus anillos, lo olfateé largamente. Tenía el olor penetrante de la tela nueva”. No parece muy factible que un sujetador mojado y que lleva en el agua unas horas pueda oler a tela nueva.
Dos. Este quizás se deba a la traducción. Pues dice la narradora: “Para aceptar la invitación buscó un italiano (idioma) a la altura del mío”, para indicar que el interlocutor se esforzaba por dejar su lengua dialectal y hablar un italiano más general. Un detalle vanidoso impropio del personaje.
Este segundo detalle a la vez que indica un posible fallo también pone en evidencia la rotunda presencia del personaje al poderle achacar un fallo de la misma manera que un conocido nos sorprende con un gesto o una actitud improbable en él.
De cualquier manera merece la pena sumergirse en esta historia, donde las circunstancias en las que ha muerto una madre no son el motivo central, si no un punto y seguido para seguir viviendo a pesar de todo y a toda costa.

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