lunes, 25 de febrero de 2019

La poesía de John Ashbery





No me atrevo ni me considero capaz de hablar de un libro de poesía determinado de este poeta, ni tan siquiera capaz de hilar una crítica argumentativa. Vaya, que me declaro vencido de antemano y para tratar de animar a los lectores de esta reseña a leer su poesía sólo alcanzo a contar cosas sueltas, impresiones, ejemplos y muestras de mi extrañeza , sorpresa y estupefacción ante su obra poética.

-En unos versos de su largo poema “Diagrama de flujos”, Ashbery plasma lo que su poesía ha supuesto para la literatura y para otros poetas:

“…..; veo que soy
como siempre
una especie de estación terminal, es decir, mucha gente llega a mí
y cambia de ruta pero nadie
sigue más lejos;….”

- Y no es raro, porque también en este poema escribe,

“…..Pero escuchemos: Por cuarta vez
quiero que
vayáis adonde está la colada y le deis la vuelta a la desagradable
pregunta.
Quiero decir, ¿qué son los mejillones?”

Estos versos son absurdos, a nivel lógico de significación carecen de interés, están escritos por un botarate, es un dislate puro y duro. Pero parodiando a Dante: Quien vaya a entrar por la puerta de la poesía, deje aquí toda lógica.
Con Ashbery hay que dejar mucho más, hay que despojarse de mucho más y a la vez echar mano de recursos personales quizás nunca antes utilizados. Ashbery descuajeringa toda la semántica y la territorialidad del lenguaje y después elabora una poesía, que como esos nuevos productos que se ciñen al cuerpo del consumidor, está al servicio del lector. En estos versos alguien puede ver absurdo y absurdo, yo veo insistencia, cotidianidad, anhelo de  conocer lo oculto, secretismo, afán de desvelar, chafarderismo de barrio… en fin, trozos de vida sueltos que amalgamados dibujan un estado, una emoción que epata, divierte, avisa, sugiere, no define… un escenario en el que los asuntos están universalizados, despojados de todo localismo, que no sea el propio de cada uno.

- Algunos títulos de los poemas de John Ashbery: “Canción de los limpiaparabrisas”, “Solo en el negocio maderero”, “Y jugaban unos a las cartas y otros jugaban a los dados”
La poesía de John Ashbery puede admitir infinidad de calificativos, todos tendentes a expresar la sensación de incomprensibilidad que sus poemas representan, pero cuando más convencido estás de que nunca la entenderás por completo, lees unos versos y sientes que se ha descorrido un telón, pequeño si se quiere, en el universo de tu ignorancia, sensitiva o como se quiera llamar. Por ejemplo, leyendo el poema “Sueños de madurez”, del libro “Galeones de Abril”

Creo que guardaré estos recuerdos
una temporada. Me necesitan, ¿no te parece?

Nuestro pasado, nuestros recuerdos, ¿los necesitamos? Hasta ahora parecía que sí. Pero y si fuesen ellos quien necesitan de nosotros.

- Hay estudiosos de la poesía de Ashbery que la han calificado como “intratable”, y es cierto, la poesía de este poeta es intratable. Pero, ¿Cuándo algo es intratable? Cuando uno se acerca a ese algo con un plan, con una actitud, con unas normas, según un rito. Si el acercamiento se produce sin condiciones, si uno abandona toda esperanza al llegar al umbral de estos poemas, uno puede saborear la salvaje libertad de un espíritu libre, no atado ni tan siquiera a la lógica, del sentir, no ya a la de la palabra o el pensamiento. Y eso es muy liberador. Y eso es muy gratificante.
Puede parecer que la poesía de Ashbery es “intratable” pero también puede pasar que Ashbery en sus poemas se muestre como ningún otro poeta lo haya hecho y que comunique hasta donde ninguno otro haya llegado, que nuestros códigos, un decir nuestro idioma, no sea el adecuado.

- Cuando un poeta titula una de sus poemas, “Si, doctor Grenzemer. ¿Cómo puedo ayudarle? ¡Qué! ¿Dice que el paciente se ha escapado?”, puedes jurar que estamos hablando de una poesía poco convencional, como poco.
O versos que te saltan, o asaltan, al, el, entendimiento,
“Si no fuera por la vida, que está al lado de casi todo”… No “en todo” sino “al lado” y “de casi todo”.
“Yo debería morir en la página adecuada”… un destello que salta sobre el lector, que está leyendo en esa página.

- Ashbery no intenta ordenar el mundo, poner las palabras en fila para que signifiquen algo aceptable, sometido a nuestros códigos del buen hilar. Se limita a ser como es el mundo, caótico, con llamadas miles de miles de puntos de atención y como en el mundo surge la magia de vez en cuando. En “The blot people”
               
“Unas cuantas perchas tintineaban ligeramente por la brisa del armario”

¿Unas perchas sin ropa, solas, abandonadas, dentro de un armario, se golpean una contra otra…por la brisa que sopla dentro de él? ¿No es una metáfora que no aciertas a saber de qué pero llena de significación?

- A pesar de la fantasía y de la libertad creativa de Ashbery, este nunca despega los pies del suelo y en una prosa poética que no en balde se llama “Descripción de una máscara”, llena de personajes inatrapables, situaciones chocantes e inverosímiles se despacha con estas frases:

“Pero yo todavía digo que lo que cuenta no es el conjunto particular de circunstancias, sino la forma en que nos adoptamos a ellas, y todos vosotros al menos debéis saber eso, después de haber contemplado todos esos cambios de escena y de decorado hasta que ya crees que no puedes tragarte más…”

Podía ser un fragmento de un ensayo, de un libro caustico de autoayuda, de un tratado de filosofía… pues no, es la poesía inclasificable de Ashbery, como si Anne Sexton y Lewis Carroll se hubiesen fusionado, más o menos.

-Más allá de la metáfora y de cualquier otra artimaña literaria, Ashbery tiende a conseguir que cualquier verbo signifique cualquier acción, cualquier sustantivo sirva para nombrar cualquier cosa, cualquier adjetivo para todo aspecto y cualquier adverbio para todo acomodo. Como si buscara la monada de las palabras. O sumergirnos en el caos inicial, en pos de los orígenes.
La poesía de John Ashbery es como esas fotos, cuadros o reproducciones tridimensionales. Las miras por primera vez y no le ves nada especial. Pero sigues las instrucciones y acabas sumergido en las tres dimensiones. Para entrar en la poesía de Ashbery hay que echar para atrás las lógicas, todas las lógicas, las del sentir, las geográficas, las situacionales, las temporales, todas, todas y llega un momento que la libertad asociacional o relacional de este poeta se convierte en una fuente de emociones, sensaciones que terminan dibujando un universo en el que quedas atrapado y del que es muy difícil ya prescindir. Volver a leer poesía de Ashbery es como volver a repetir aquel polvo, volver a comer aquella chuleta de Aliste, volver a tener aquella conversación tan sugerente o volver a ver por primera vez Terciopelo Azul. Como se ve, todo apetencias muy respetables pero de dudable repetición. Nada se pasa nada, aunque a veces lo recuerda y otras lo hace olvidar y la mayoría de ellas certifican un fracaso.
Con Ashbery, volver a sus poesías es notar como cada vez su universo es más accesible y por lo tanto saltan detalles que antes se escondían tras otros detalles. Con Celan, es lo mismo pero cada vez más oscuro.

No es mucho pero creo que sirve para tener una idea somera del mundo creativo de este poeta no etiquetable, ni catalogable y todo a la vez, para aquellos que se atreven con todo y que no evitan la aventura, aunque sea intelectual, que como insinuaba Pessoa, es la más peligrosa.

"Gente en sitios" de Juan Cavestany (2013)


Imagen relacionada
No sé cómo encarar la reseña de este film. Porque para empezar esta película no es una película al uso, no hay una historia, con su planteamiento, desarrollo y desenlace. Hay muchos personajes pero no es una historia coral. No es cine. No es cine al uso. Al que vas a emocionarte, a evadirte, tiene más que ver con el video art que con la cinematografía.
O sea, hay que ir a verla con ganas. Uno tiene que poner mucho de su parte para encontrarle algún sentido a esta proyección.
Hay gente que ante un cuadro de Tapies se extasía y otros que dicen: Pues se han dejado un trozo de saco o un trozo de alambre pegado al lienzo.
He oído a Juan Cavestany explicar su película y su explicación me ha convencido más de lo que estaba en que un artista no debe explicar lo que hace. Porque no se puede explicar lo que no se puede explicar y fruto de esa imposibilidad nace la obra. Mejor callarse, como dijo Wittgenstein.
Una serie de escenas que no tienen nada que ver unas con otras conforman esta historia. Y en estas escenas hay de todo. Comedia, tragedia, absurdo, enredo… como hay en la vida misma. Algunas escenas aisladas no servirían ni para un programa de humor barato. Pero, ¿Y qué? Algún cuadro de Miró no los pinta ni un niño, ¿Y qué?
El arte es eso.
El artista lo hace.
Conecta con algunas personas pero con otras se enfrenta.
Eso hace Cavestany en esta película, crear, no contar, o no al menos a la forma tradicional.
Esto no es cine. Es arte, nada más. El cine es mucho más.
Para que nos entendamos, si Velázquez es John Ford o John Huston, Cavestany se alinea al lado de los ya mencionados Miró y Tapies.
Te entra o no te entra.
Y como pasa con esos pintores tan personales, hay críticos que flipan y críticos que maldicen su dedicación. Intentando fijar una opinión, una teoría creativa, no encuentran la emoción, el aliento. No les vale el molde.
Hablar de interpretación, fotografía, ritmo, decorados… etc., no tiene mucho sentido.
De todas formas los amantes de la sorpresa, el reto, los descubrimientos, que no se arredran ante los retos del espíritu, tiene que ir a verla. Ensancha la perspectiva, aunque no sé en qué dirección, da músculo crítico. Como cuando pides jamón y te ponen algo que recuerda al cerdo.


domingo, 17 de febrero de 2019

“La enfermedad del domingo” de Ramón Salazar (2018)



Resultado de imagen de fotos de “La enfermedad del domingo” de Ramón Salazar (2018)

Ya sé, ya sabemos todos, que el cine es un negocio, una industria, de la que hay que sacar beneficios y que hay que sacar al mercado con la mayor publicidad posible y con una red de distribución casi imprescindible. Pero digo yo, en esto del negocio, del mercado ¿no es una cosa importante,  a tener muy en cuenta, la calidad del producto y más teniendo en cuenta que en el caso del cine, este también es arte y cultura? Sobre todo y antes que nada debería ser arte y cultura. Uno asiste a la campaña publicitaria de “Superlópez” y se queda patidifuso cuando va a ver el producto. O llega hasta los Goya, “Campeones”, que está muy bien y que tiene una intención muy loable. Y no digamos los bodrios americanos que nos tragamos.
Y así sucede que uno ve este film, casi de chiripa, yo no lo he visto en los cines comerciales, y se hace cruces de cómo está la distribución en España.
¿Cómo una película como ésta puede estar pasando sin pena ni gloria por nuestro cine?
Sólo puedo mantenerme un poco extrañado ante el título. Una niña abandonada por su madre con ocho años no se queda delante de la ventana mirando la calle como se suele hacer un domingo. En esas tardes de domingo que odiaba Juliette Grecó, si uno es un niño, está jugando en la calle o viendo la tele y si uno es adulto, uno está nostálgico, aburrido, deprimido,  desesperanzado pero no se siente traicionado, abandonado y desde luego nada enfermo. Al menos es mi sensación.
Pero dejando del lado el poco acertado título, la película de Salazar es una señora película con todo casi perfecto. El decorado; el ritmo de narración, un pelín lento, por eso lo del casi; la minimalista banda sonora; las interpretaciones muy equilibradas de Bárbara Lennie y Susi Sánchez y sobre todo la magnífica historia llevada sin estridencias ni excesos, muy natural y conmovedora con escenas de impacto, de una estética casi gótica.
Una película sobre abandonos, traiciones, búsqueda de la libertad y rendición sin un pelo de revanchismo ni de didactismo. En fin, una gran película del cine español, otra, que como no lo remedie una mención a los Oscar o cualquier otro premio extranjero acabará reponiéndose en La 2 dentro de unos años y eso que es de Netflix.
De esta película se puede decir… que la distribución del cine español está a lo que está… money, money de la peor manera posible…
Una pena.