domingo, 11 de noviembre de 2018

Masked and Anonymous de Larry Charles (2003)



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Nada en esta película tiene pies o cabeza. Y mucho menos, no sé, una línea narrativa, de guión o de algo que haga que lo que se está viendo forme un todo homogéneo. Es un todo disparatado, inconexo, con un gran plantel de actores, interpretando unos papeles que no pegan unos con otros ni por casualidad. Uno está toda la proyección imaginándose al personal que suele haber tras las cámaras, toda esa parafernalia de ayudantes, iluminadores, cámaras, guionistas, director… tal es el nulo poder de embeleso del film.
Los dialogos, unas veces son estúpidos, otros pretenciosos, otras banales.
Se puede decir, que si relacionamos el potencial interpretativo con el resultado de la película resultante, estamos ante la peor que he visto en mi vida.
Y todo, seguramente, porque conociendo como las gasta el perpetrador a buen seguro del proyecto, no habrá dejado rincón del mismo sin añadirle su toque. Me estoy refiriendo a Bob Dylan, que ya ha hecho incursiones en el cine, todas con más pena que gloria.
Si les digo que es tan buen músico como mal actor, teniendo en cuenta que para mí es el mayor músico del siglo XX en esto de la música moderna, pues tendrán una idea de por dónde van sus dotes interpretativas. Peor imposible. Estás embebido en los pocos duelos de calidad interpretativa que protagonizan Jeff Bridges y John Goodman, aparece Bob Dylan, y casi se te escapa… ¡Corten, corten!, ¿Quién es ese de las greñas?... en serio.
Exactamente no se que pretendía al escribir este guión, pues parece que lo escribió él, si es que sabía lo que pretendía. Más parece un experimento para olvidar que otra cosa.
Sólo la BSO de la película se salva.
Músico a tu música.