lunes, 24 de septiembre de 2018

"Todos lo saben” de Asghar Farhadi (2018)



Resultado de imagen de fotos de Todos lo saben” de Asghar Farhadi (2018)

Viendo esta película me acordé de Woody Allen y su película española, Vicky Cristina Barcelona, y no porque también actuasen Javier Bardem y Penélope Cruz, mucho más acertados en esta que en aquella, si no porque los dos directores necesitaron y no utilizaron un asesor social, o como se quiera llamar, para adecuar y enfocar la trama de una manera más en consonancia con nuestro tiempo y modo de  relacionarnos. En la de Allen hay un tablado flamenco en Oviedo, ¡My good!, y en esta la boda tenía más que ver con una boda griega, iraní o en todo caso una nuestra de hace cien años. Que alguien me diga que eso le da a la película un toque de intemporalidad, pues vale. Pero si se trata de relatar un docudrama de relaciones humanas creo que mejor fijar lo que está pasando. Adquiere mayor consistencia.
Consistencia es algo que al cine de Farhadi le falta, quizás porque aunque vive en Occidente sigue impregnado del sentir y la emoción de su tierra iraní. Y hay un desajuste evidente sobre lo qué y cómo se narra.
Eso y su tendencia a la teatralización convierten sus películas en algo que uno tiene la sensación de que se salvan en el último instante o que están siempre al borde la telenovela. En este film no hay el juego creativo de “El viajante” y la trama es simple y mil veces vista. Las interpretaciones, ajustadas y esforzadas, denotan una potente dirección pero los espectadores, al menos los españoles, al menos yo, viéndola tenía la sensación de estar viendo un cine de los sesenta o anterior.
No comprendo cómo este cine recibe tanto premio y alabanza. Es un cine ingenuo, simple, anticuado y tengo la sensación de que muchos de los parabienes que recibe se alimentan de la nostalgia. Un poco como nos mostramos ante la inocencia de un niño.
Vease “El último tango en París” o “Muerte en Venecia” o cualquier película de Antonioni o Godard y si no se preguntan ustedes
-¿Qué ha pasado que estamos otra vez como al principio?
o,
-¿Es esto un regreso al futuro?
o,
-¿Rodamos en círculo?
Es que, o ven poco cine, o ven mucho cine de barrio.

lunes, 17 de septiembre de 2018

“Dispongo de barcos” de Juan Cavestany (2010)


 Resultado de imagen de fotos de “Dispongo de barcos” de Juan Cavestany (2010)

En esta película Juan Cavestany muestra con más claridad que en “Gente en sitios” un plan y un lenguaje mediante el cual podemos llegar a entender sus intenciones. Hay unos contenedores disciplinadamente colocados esperando que alguien que disponga de barcos los lleve a algún sitio y que por lo tanto les dé sentido a su existencia de alguna manera. ¿Un contenedor que no va a ningún sitio para qué ha sido creado?. Pero contenedores cerrados, incapaces de comunicarse entre ellos. Y alrededor de esa imagen que se repite a lo largo de la narración se mueven los personajes de  la historia, tan cerrados, tan incomunicados como los contenedores.
El personalísimo cine de Juan Cavestany que va más allá del cine de autor, en cuanto que no pierde nunca de vista al espectador, a favor de la historia,  al que muestra un retrato de la sociedad de nuestro tiempo, un estado humano determinado, una masificación tecnológica e industrial en la que el hombre ha perdido cualquier guía posible de pensamiento y comportamiento, su soledad, su incomunicación, el sinsentido de la existencia como marcas del momento que vivimos.
Somos contenedores  clasificados, sólidos pero encerrados en sí mismo, esperando barcos para ir dónde… de ahí el ofrecimiento: Dispongo de barcos.
Las películas de Cavestany, seguramente forzadas por los cortos presupuestos, se han acomodado a la cámara precaria, los colores y la fotografía casi de aficionado, huyendo de toda posible complacencia.
Sus personajes, caricaturas cargadas con la infelicidad del hombre, que escuchan paredes, que se peinan con las manos después de haberlas mojado en un charco, que buscan a alguien que les selle unos papeles, quien quiera que sea, que compran en un puesto de un mercado cerrado, todos de alguna manera subyugados por una existencia a la que sirven y de la que no son cómplices. Imposible serlo.
“Dispongo de barcos” no es diferente a “Gente en sitios”
El guión se compone de diálogos absurdo que revelan una incomunicación entre una pareja de homosexuales, el buscador de un sellador de papeles, un emprendedor que no acaba de encontrar qué emprender y un matrimonio formado por un hombre y una mujer que ha encontrado en un descampado se supone que muerta.
Cine cargado con todos los adjetivos que posiblemente más pueden explicar nuestra vida, o al menos reflexionar sobre ella, y que paradójicamente menos aparecen en las salas comerciales. Porque es un cine que pone la cabeza como un bombo. Y eso, ¿A quién le interesa? Pues a mí, por ejemplo. Y mucho.
Fruto de ese posicionamiento el cine de Juan Cavestany es valiente y arriesgado. Que ya es de agradecer.

sábado, 8 de septiembre de 2018

“El adiós de Stella” de Linn Ullmann


Resultado de imagen de fotos de “El adiós de Stella” de Linn Ullmann

Ninguno de los intentos estratégicos de Linn Ullmann para hacer atractiva, original y sustanciosa esta narración, funcionan. Stella cae desde el tejado del edificio donde vive cuando está en compañía de su marido. Ni se sabe ni se sabrá qué pasó. Parece haber un mensaje ahí. No lo sé. ¿Qué la muerte de alguien no es lo más importante si no la vida que llevó? Puede ser. Pero si es así, ¿Por qué es la muerte el desencadenante de la historia?
Hay variadas voces hablando de lo sucedido, todas tan inconexas y deslavazadas que es difícil juntar las piezas y tener un rompecabezas mínimamente interpretable.  Ni del escenario ni de los hechos. La policía, los testigos presenciales, la familia poco pueden decir de lo que pasó. Sólo que estaban allí mirando. El marido que estaba cerca tampoco inexplicablemente dice nada: No sé, se resbaló, se tiró, la empujé pero lo oculto. Se sienta delante de la policía y es la policía quien dice lo que le parece.
En cuanto al personaje, vuelve su marido a decir poco de cómo era, su hija mayor está más preocupada por las relaciones con su hermana pequeña que por su madre y el amigo anciano que tenía, es una pieza que no encaja en un rompecabezas que habla del adiós de alguien que estaba en un tejado y cayó. Y no encaja porque es que no aporta nada al personaje.
Ese es el problema. Todos hablando del personaje que da título a la novela y la autora que no ha sido capaz de polarizar esas voces y construir una personalidad.
Ha trabajado bien el saco en el que iba a ir la nuez. Unos capítulos que reflejan los videos caseros que graba el marido de Stella cuando está con ella. Con comentarios ingeniosos. Hay una rememoración ancestral de la familia del marido, tipo saga de emprendedores. Una hija adolescente con tendencia a la superdotación que no transmite si no ligereza e indiferencia ante algo tan traumático como que tu madre se caiga de un tejado y se mate, con reflexiones pintorescas y bastante flojas en originalidad. Hay un anciano con los problemas típicos de esa edad de la que nuestra protagonista se hace amiga, poco trabajado ese lazo, que nos cuenta como se pelea con su mujer de la limpieza a la que lleva aguantando muchos años y no despide no sabemos por qué y etcétera. No se puede negar que hay elementos para acoger una historia sustanciosa. Pero no la hay. No hay nuez. Mucho ruido pero no nuez.
Una novela malograda de la que la autora no ha sabido hacer rular. Stella se cayó del tejado pero casi ni lo sentimos. Porque como personaje casi ni se huele.

domingo, 2 de septiembre de 2018

“Funny games” de Michael Haneke (1997)


Resultado de imagen de fotos de “Funny games” de Michael Haneke (1997)

Sólo cuando entré en el juego que Haneke plantea con este film empecé a disfrutar de él. Hasta ese momento me estaba pareciendo un film desagradable, repulsivo y seguía viéndolo a fuerza de voluntad. Porque la rabia me estaba resultando incontrolable.
¿Y en qué consiste el juego del director en esta película? Pues en vapulear al espectador. En no dejar en ningún momento que se relaje y tenga una proyección tranquila. El cine de Michael Haneke no es light, siempre escarba en los más profundo y espantoso del ser humano.
Esto convierte la visión de la historia en una experiencia de una incomodidad muy perturbadora, insoportable. Pero si dejas de oponerte y te dejas llevar entonces es como un guiño y ese guiño te amansa y ya puedes ver la película hasta el final, admirando la perversidad y lo demoniaco de la intención de Haneke.
¿Cuando me sucedió eso?, pues casi al final, sí, sufrí de lo lindo, cuando tranquilamente ante un hecho que no te parece nada conveniente, uno de los psicópatas, que ya ha coqueteado con el espectador varias veces, toma las riendas de la narración, literalmente, y la lleva por donde tiene que ir.
Una genial artimaña que a mí me sirvió para empezar a danzar al ritmo de Haneke pero que él utiliza impertinentemente para decir: Mirad si voy sobrado que incluso diciendo a voz en grito que esto es una película os he metido el miedo, el horror y el asco en vena.
Porque ésta es una película técnicamente irreprochable, el psicópata que lleva el mando está insuperable en su interpretación, las artimañas del guion son espeluznantes y el ritmo impuesto por el director una absoluta muestra de sadismo hacia el espectador. El pobre espectador que una cosa saca en claro: Ver una película en que el horror, el asco, la repulsión y las ganas de venganza que pueda sentir supere al que esta película propicia le va a costar.
He visto cientos de films, muchos de psicópatas, de miedo, de horror, pero que estén a la altura de éste, ninguno. Una obra maestra. A pesar de lo terrible de la historia.
Espero que hasta que pase un tiempo nadie llame a mi puerta pidiendo unos huevos, cuatro exactamente.
El remake americano, no le veo la razón.