miércoles, 26 de junio de 2019

“El Director” de David Jiménez



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Después de haberlo leído casi como un relato de ficción y de alegrarme por haber encontrado constatación cumplida de lo que yo sospechaba y pensaba de ciertos diarios, no en vano soy un lector voraz y constante de ellos, se lo había pasado a mi abuelo que ahora me lo devolvía.
-¿Qué tal?- le pregunté.
-¡Cuánta mierda y cuánto cabrón! No estamos hechos de barro, ¡Ojalá!, estamos hechos de carne, sólo de carne.
Se quedo pensativo.
-Oye, ¿Me dejas a mí hacer la reseña?- me pidió.
-Ni hablar.
-¿Y eso?
-Seguro que ya tienes dos listas, una con el apelativo utilizado por David Jiménez y otra con el nombre y el apellido del personaje.
Se echo a reír.
Lo conozco muy bien, no en vano es casi yo. Abuelo y nieto, consanguinidad y complicidad.
Seguramente mi abuelo no se había percatado de la genial artimaña que suponía nombrar a algunas personas que aparecen en el libro por su nombre y a otras con el apelativo, dado que mantener su anonimato no era el objetivo pues todo el mundo cercano al mundillo periodístico sabe quiénes son, y todo aquel que tuviera interés podía adivinarlo.
La persona que aparece con nombre tiene su cosa positiva o negativa, pero con restos de individuo humano, con capacidad para la libertad, el criterio, en fin con algo que lo aleja del símbolo, de la deshumanización en pos de una ambición a veces inconfesable. Mientras que aquellos a los que el autor sólo dedica un apelativo, les muestra como seres humanos desdibujados, a quienes sus intenciones, sus pasiones, sus ardores los han despojado de cualquier atisbo de individualidad y ya sólo son una obsesión. Son aquellos en los que puede más, para bien o para mal, el ideal, sea éste digno o indigno. Confesable o inconfesable. Personas más allá de toda redención.
Mi abuelo que siempre me lee sentado en mis hombros, apunta,
-¿Entonces el Director también está dentro de ese grupo?
Claro, no lo había pensado. Claro que está. Pero de buen rolloJ
Sea como sea, no hay intención de ocultar a nadie, ni de evitar demandas, en todo caso lo que hay es un intento de iluminar al personaje. Para ver su mierda en unos casos o para mostrar su dignidad en otros.
Gracias a David Jiménez por poner sobre la mesa el mal que aqueja al periodismo español y que lleva camino de convertirse en endémico. Sólo hay que ver a personajes como Paco Maruhenda por los medios, convertido en caricatura, prototipo de periodista mercenario al servicio de unas ideas y no de la información. O a Eduardo Inda. O a Salvador Sostres. O al incombustible Luis María Ansón, etc., etc. Hay más. Todos ellos luciendo facha y reclamando respeto mientras llevan a cabo una labor que apesta.
Y es que donde hay poder, hay dinero, y eso atrae como la mierda a las moscas.
Al periodismo de papel, o al emitido, o al radiado, ya nadie puede salvarlo. Se mueve en unos medios contaminados. La tecnología lo ha pulido hasta convertirlo en un arma, una más de control y manipulación de la masa. No hay camino de vuelta o recuperación. Aunque también la tecnología ha dejado una puerta trasera abierta a la libertad, la imparcialidad y la información contrastada y veraz. Por ahí se están colando miles, millones de francotiradores, algunos ni son periodistas, aunque si amantes de la verdad. Veremos si son capaces de presentar batalla.
La historia de David Jiménez es un relato sobre la necesidad del hombre de ser digno, honesto, de altos y éticos ideales y de lo difícil que está en estos tiempos conseguirlo.
En esta historia se habla de periodismo pero podría extrapolarse al mundo financiero, el mundo jurídico, el mundo cultural o cualquier otro.
Las mentes y los corazones calculadores, implacables, que adolecen de un timón seriamente falto de ética, dignidad, honestidad, tienen entre manos un nuevo juguete con el que están empezando a experimentar. Me temo que fenómenos como las “fake news” no sean más que el comienzo de un eterno  “1984” para algunos o un inevitable “mundo feliz” para otros.
Aunque siempre nos quedaran los francotiradores. De todos los tipos, desgraciadamente.
Este libro es una vacuna. No cura la enfermedad pero ayuda mucho a sobrellevar los síntomas, a verlos venir y capearlos.

domingo, 9 de junio de 2019

“Deja que te cuente” de Shirley Jackson



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Shirley Jackson es una escritora de fondo, de raza. Se le dedica a una persona que ejerce una profesión, cualquiera, el epíteto “de fondo” o “de raza”, cuando uno ve a esa persona como se dedica apasionadamente a su tarea o como ésta brilla en cualquier situación que esté. Y eso pasa porque hay una entrega más allá de la “profesional”. Seguramente anda rondando la palabra “vocacional” a nuestro alrededor.
En una autominibiografía que la autora nos regala en este libro afirma que el noventa por cien de su existencia ha sido mental. Eso ya da una idea.
En este volumen de “restos” que sus hijos, por suerte, han rescatado luce todo el talento, la pasión y la sincera e inevitable dedicación de una escritora a tiempo completo. Haga lo que haga, siempre está escribiendo, o en el papel o en la imaginación. Ningún tema le es ajeno, ningún estilo, ninguna forma y tanto en ficción como en ensayo deslumbra con su ironía, su inventiva, su perspicacia y su simpático e inocente cinismo. Su inteligencia brilla en su portentosa capacidad para el análisis de la cotidianidad, que le permite trasladarla a mundos fantásticos siempre inesperados.
Hay cuentos de final abierto, hay cuentos cerradísimos, hay cuentos anécdota, hay cuentos que no sabes si son de horror o de humor, hay una invitación hacia el espectador descarada, en fin, todo  es una muestra del gozo de escribir y de la búsqueda de la complicidad con todos los lectores, en la que se transmite esta doble opción: “Esto es una maravilla, anímate y disfrútalo, pon tu parte, aquí te dejo un hueco”. O cuando el texto está acabado, concluso: “He disfrutado más allá de lo explicable, anímate, tú también puedes hacerlo”.
Esta escritora murió joven, pero a buen seguro, disfrutó de la escritura más que algunos venerables escritores ancianos que se convirtieron en “profesionales”.
Una de las partes más interesantes de la trayectoria literaria de Shirley Jackson es la que tiene que ver con su familia y la vida atareada que tener cuatro hijos le causaba. Esta es una vertiente que ya habían explorado otros autores, aunque yo no tengo noticia de ninguno que haya hecho una cosa, vertiente ficcional, y la otra, vertiente familiar y vital, con tanto acierto y alegría. A pesar de todo. Gerard Durrell por ejemplo retratando a su familia había tocado la parte vital pero no se adentró en la parte ficcional. Lo hizo su hermano Lawrence Durrell y con bastante éxito. La Sra. Jackson hizo las dos cosas.
Probablemente el hecho de que Shirley Jackson  fuera gorda y poco atractiva fuese la causa de que su inteligencia derivase hacia esos cuentos alterados en su discurrir racional, cuentos tradicionales donde está todo un poco al revés. Sus cuentos son un delicioso ajuste de cuentas con la realidad que le fue tan adversa: Ama de casa, madre de cuatro hijos, gorda, poco atractiva, casada con un marido menos talentoso que ella…
Hay en sus historias niños malos, adultos ingenuos, pobres calculadores y ricos inocentes. Seguramente siempre se preguntó ante cada suceso cotidiano, cada persona, cada estereotipo: ¿Y por qué no puede ser de otra manera?
La narración en la que cuenta como sus hijos alteran una versión de Hansel y Gretel que ella les había hecho para el colegio es muy divertida a la vez que instructiva.
Y es que a buen seguro, no creo que me equivoque, las narraciones de Shirley Jackson son inquietantes, pero es que ella también debía ser bastante inquietante.
Un ejemplo de su narrativa en la que retrata a un miembro de su  familia:
“El año pasado envié a mi hija, una niña agradable a quien le gustaba jugar al beisbol y pensaba que los chicos eran tontos, de campamento. Me devolvieron- y sólo habían pasado dos meses- una criatura que dormía con rulos en el pelo, llevaba perfume barato y no decía otra cosa que “¡Mama, por favor!”
Sirva como aperitivo de una literatura que todo amante de la escritura, la inteligencia, la perspicacia y la creatividad no debería perderse.
Yo voy a por sus otros libros de más cuentos.
Como quien va a una carnicería a comprar un buen entrecot o a ver a su amante pensando en… bueno ya me entienden.

sábado, 1 de junio de 2019

El “Bermejo” como excusa para arrearle a la Historia





 
A la Historia que nos escriben. No a la Historia en sí, que transcurre por donde ella, según secretas instrucciones, le apetece. Y nadie la puede parar.
La Historia la escriben los vivos. Eso ya debería darnos alguna pista. Quizás un punto de compensación  sería pensar como escribiría la Historia uno de los muertos, de los vencidos, y dejarse llevar por la solidaridad, la compasión. El vencido podría haber sido el historiador vivo, el vencedor.
Hace unos días leí un tuit de una chica que venía a decir que siendo licenciada en Historia se acababa de enterar debido a un libro que se ha editado estos días, del cual ha hecho publicidad alguna televisión, no todas, de la existencia de campos de concentración franquistas  (El libro se llama “Los campos de concentración de Franco” de Carlos Hernández de Miguel). De cientos de campos. ¿Qué cómo podía ser eso? Se extrañaba.
A mí no me sorprendió  demasiado. Aunque el asunto sea de escándalo teniendo en cuenta el volumen de campos de concentración que hubo. No se trata de una batalla de nada, ni de un suceso mínimo, si no de cientos de campos de concentración.
Otra vez volví a pensar en lo raquítica que es nuestra literatura de investigación y nuestro afán por ocultar los hechos que no nos parecen bien, que nos avergüenzan. Como si eso sirviera para que no hayan existido.
Pero, bueno, yo lo sabía y gracias a mi incesante curiosidad y mi avaricia lectora estas cosas no me pasan.
¡Ah! ¿No?
Qué petulante.
Estos días se exponen en el MNAC de Barcelona unos cincuenta cuadros del pintor Bartolomé de Cárdenas, nacido en Córdoba en 1445 y muerto en Barcelona en 1501, conocido como “El Bermejo”.
Hace muchos años que sigo la pintura, mi casa está bastante bien abastecida de libros sobre pintura y he visitado museos de todo el mundo.
Pues bien, yo nunca había oído hablar de este pintor.
De hecho no hubiese ido a ver esta exposición en condiciones normales, un pintor del siglo XV poco podía atraerme, dado que me imaginaba motivos bíblicos a tutiplén, retratos de personajes del momento o paisajes mil veces vistos.
Pero hubo algunas cosas que me atrajeron cuando leí la noticia. Nunca había oído hablar de él, su mujer había sido condenada por actividades judaizantes y además en su momento tuvo fama de poco responsable. Esta es una acusación que se suele hacer cuando en un sistema cicatero y autoritario alguien tiende a rebelarse y no ser sumiso. Y las fotos de alguno de sus cuadros.
Nada más entrar en la exposición me encuentro con un Jesucristo vestido con su habitual “pañal” en actitud sufriente. Pero, ¡Coño!, es un pañal transparente, a través del cual se ve claramente el divino pene.
O sea, Jesucristo en un cuadro del siglo XV enseñando la polla. ¿Así que un pintor poco responsable?
Después ya contemplé la exposición disfrutando de los cuadros de un hombre que, irresponsable o no, seguramente tuvo muchos problemas con lo  “correctamente político” del momento y con la sumisión. Al que le debió costar mucho imponer en su pintura su punto de vista.
En esta muestra hay muchos cuadros religiosos pero muy pocos rostros expresando devoción, arrobo o adoración. Sus rostros son tremendamente emocionales y casi nunca es la felicidad lo que asoma a sus faces. Llaman la atención las posturas y disposiciones de muchos de estos personajes, francamente arriesgadas y provocativas, para la época. Véanse las dos fotos del principio, que son los rostros de los dos ladrones que acompañan a Jesús en la Crucifixión.
Esto junto a una técnica vanguardista en aquel momento en el trato de los colores convierte a este pintor en uno de los más estimulantes que yo haya podido ver de esa época. Un pintor que también te hace pensar que tampoco es que en quinientos años la pintura haya evolucionado tanto. Un pintor que seguramente batalló toda su vida con los meapilas, entreguistas y sumisos del momento que apreciaban su talento pero no su persona Las razones las entreveo. Sólo saber que su mujer fue condenada por actitud judaizante es toda una pista.
Y ahora viene la reflexión sobre la Historia.
Echar un vistazo al pasado no es algo que se pueda hacer “in person”, uno se tiene que guiar por lo que cuentan. Nadie hablaba de los campos de concentración de Franco hasta que una de sus víctimas escribió un libro. Sería una buena manera de conocer la historia oyendo lo que cuentan los vencedores como si uno fuese uno de los derrotados, poniéndole todo el escepticismo del mundo y buscando el contraste.
Si uno lee las gestas de los romanos y se imagina que es uno de los hispanos derrotados y sometidos por ellos, la historia adquiere otro matiz mucho más interesante y esclarecedor. Y alimenta el espíritu inquisitivo.
¿Cuántos Bermejos hay sepultados en nuestra historia?