domingo, 9 de junio de 2019

“Deja que te cuente” de Shirley Jackson



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Shirley Jackson es una escritora de fondo, de raza. Se le dedica a una persona que ejerce una profesión, cualquiera, el epíteto “de fondo” o “de raza”, cuando uno ve a esa persona como se dedica apasionadamente a su tarea o como ésta brilla en cualquier situación que esté. Y eso pasa porque hay una entrega más allá de la “profesional”. Seguramente anda rondando la palabra “vocacional” a nuestro alrededor.
En una autominibiografía que la autora nos regala en este libro afirma que el noventa por cien de su existencia ha sido mental. Eso ya da una idea.
En este volumen de “restos” que sus hijos, por suerte, han rescatado luce todo el talento, la pasión y la sincera e inevitable dedicación de una escritora a tiempo completo. Haga lo que haga, siempre está escribiendo, o en el papel o en la imaginación. Ningún tema le es ajeno, ningún estilo, ninguna forma y tanto en ficción como en ensayo deslumbra con su ironía, su inventiva, su perspicacia y su simpático e inocente cinismo. Su inteligencia brilla en su portentosa capacidad para el análisis de la cotidianidad, que le permite trasladarla a mundos fantásticos siempre inesperados.
Hay cuentos de final abierto, hay cuentos cerradísimos, hay cuentos anécdota, hay cuentos que no sabes si son de horror o de humor, hay una invitación hacia el espectador descarada, en fin, todo  es una muestra del gozo de escribir y de la búsqueda de la complicidad con todos los lectores, en la que se transmite esta doble opción: “Esto es una maravilla, anímate y disfrútalo, pon tu parte, aquí te dejo un hueco”. O cuando el texto está acabado, concluso: “He disfrutado más allá de lo explicable, anímate, tú también puedes hacerlo”.
Esta escritora murió joven, pero a buen seguro, disfrutó de la escritura más que algunos venerables escritores ancianos que se convirtieron en “profesionales”.
Una de las partes más interesantes de la trayectoria literaria de Shirley Jackson es la que tiene que ver con su familia y la vida atareada que tener cuatro hijos le causaba. Esta es una vertiente que ya habían explorado otros autores, aunque yo no tengo noticia de ninguno que haya hecho una cosa, vertiente ficcional, y la otra, vertiente familiar y vital, con tanto acierto y alegría. A pesar de todo. Gerard Durrell por ejemplo retratando a su familia había tocado la parte vital pero no se adentró en la parte ficcional. Lo hizo su hermano Lawrence Durrell y con bastante éxito. La Sra. Jackson hizo las dos cosas.
Probablemente el hecho de que Shirley Jackson  fuera gorda y poco atractiva fuese la causa de que su inteligencia derivase hacia esos cuentos alterados en su discurrir racional, cuentos tradicionales donde está todo un poco al revés. Sus cuentos son un delicioso ajuste de cuentas con la realidad que le fue tan adversa: Ama de casa, madre de cuatro hijos, gorda, poco atractiva, casada con un marido menos talentoso que ella…
Hay en sus historias niños malos, adultos ingenuos, pobres calculadores y ricos inocentes. Seguramente siempre se preguntó ante cada suceso cotidiano, cada persona, cada estereotipo: ¿Y por qué no puede ser de otra manera?
La narración en la que cuenta como sus hijos alteran una versión de Hansel y Gretel que ella les había hecho para el colegio es muy divertida a la vez que instructiva.
Y es que a buen seguro, no creo que me equivoque, las narraciones de Shirley Jackson son inquietantes, pero es que ella también debía ser bastante inquietante.
Un ejemplo de su narrativa en la que retrata a un miembro de su  familia:
“El año pasado envié a mi hija, una niña agradable a quien le gustaba jugar al beisbol y pensaba que los chicos eran tontos, de campamento. Me devolvieron- y sólo habían pasado dos meses- una criatura que dormía con rulos en el pelo, llevaba perfume barato y no decía otra cosa que “¡Mama, por favor!”
Sirva como aperitivo de una literatura que todo amante de la escritura, la inteligencia, la perspicacia y la creatividad no debería perderse.
Yo voy a por sus otros libros de más cuentos.
Como quien va a una carnicería a comprar un buen entrecot o a ver a su amante pensando en… bueno ya me entienden.

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