lunes, 6 de enero de 2014

Blue Jasmine: Woody Allen está de vuelta.



En los últimos años acudir a una película de Woody Allen se había convertido en un ejercicio casi obligado, tanto que a la de Roma no fui. La de Barcelona me pareció mala de matar, hasta consiguió que Javier Bardem no brillara, tópica y superficial, para olvidar. Me tragué la de París que tuvo su originalidad y no sé por qué me arriesgué a ver Blue Jasmine, pero no me arrepiento.
En esta película vuelve a brillar el Woody Allen que a mí me gusta: Desmitificador, implacable, burlón y azote de hipócritas. Y además con truco, como en los juegos de magia. Mientras los espectadores nos entretenemos con las andanzas que provoca  la caída y decadencia de una mujer sofisticada y elegante de la clase alta de Nueva York, él nos contesta sin que hayamos preguntado lo que es el amor algunas veces, bueno la mayoría, y como se sufre más cuando se cae uno que cuando se resbala.
Hablar de la condición humana es algo que se les da tan bien a algunos artistas judíos que uno termina preguntándose si no lo llevarán en los genes. Bob Dylan, Philip Roth, Saul Bellow.
No voy a entrar en la factura cinematográfica de la película, porque tratándose de una película estadounidense es hablar de obviedades. Hasta la película más ínfima que se produzca en aquel  país tiene unos actores cojonudos y unos técnicos de primera línea. Aquí también. Si Cate Blanchett brilla rutilante, los secundarios no le van a la zaga, en especial los  garrulos de clase trabajadora que aparecen en el film.
Entonces, ¿qué hace a esta película diferente?
Lo mismo que hace diferentes a todas las obras de arte que merecen la pena. Te transforma en cuanto que descorre un velo de algo que permanecía oculto dentro de ti, emocionándote, sin por ello dejar de desagradarte, que es lo que pasa siempre que te descubren algo incomodo pero real. Y todo sin dejar la compasión y la comprensión de lado.
En Balas sobre Broadway, Woody Allen lleva a cabo un ejercicio parecido. Con la excusa de una obra de teatro que no encuentra dinero para estrenarse, se dedica a hablarnos de un montón de aspectos de la naturaleza humana: Sueños, frustraciones, anhelos, esperanzas, capacidad para aceptar la realidad...etc., etc.
Blue Jasmine podría haber aceptado otro par de títulos nada desencaminados. Uno: “Lo qué es el amor”. Dos: “Mejor resbalar que caer”.
Pero Woody Allen, que es sabio y tiene talento sin esforzarse, se debió decir, ¿para qué focalizar la historia en uno u otro aspecto, si puedo enmarcarlos dentro de la vida cotidiana?
Lo coloca tanto dentro de la vida cotidiana, que a mí por momentos la protagonista me pareció la princesa Cristina. Es lo que tiene el arte, que es universal.
Si van a ver la película no se pierdan como las hermanas manejan eso de enamorarse, la una por todo lo alto y la otra por todo lo necesario, y como se cumple aquello que dijo una ilustre de nuestro friquismo nacional: “Cuando llega la ruina sufren más los ricos, que los pobres ya están acostumbrados”.
 Y hay más: Cómo se puede pagar con cárcel y con la vida un delito moral, cómo con tal de hundir a alguien uno es capaz de hundirse el mismo……etc., etc.
Todo eso en una hora y pico de excelente cine.
Una cosa, Woody: No salgas más de Nueva York. Por lo menos para hacer cine. No te hace falta.

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