viernes, 28 de julio de 2017

“Habla, memoria” de Vladimir Nabokov



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Yo leo a Nabokov constantemente. Junto con Pessoa, Bernhard y Onetti son mis autores recurrentes. Inacabables. Insobornables. Dueños de unos universos alimentados de entrañas, sin dobleces. O con tantos que es como si no tuvieran. En fin, para mí, vitales. Adictivos no, lo siguiente, que se dice ahora.
Así que lo que voy a decir de esta obra de Nabokov que habré leído tres o cuatro veces se puede decir, con pequeños matices, de todas y cada una de las obras de este autor. Todas ellas salpicadas de su inteligencia, su sensibilidad y sobre todo de esa actitud lúdica frente a los hechos, a cualquiera de ellos, hasta los más trágicos. Una actitud juguetona, casi irresponsable, que a buen seguro fue el arma del que se sirvió para pasar de una vida esplendida de lujos y placeres dentro de una familia más que acomodada en la Rusia zarina, a una precaria y dolorosa de exiliado por Europa y América.
En este libro, autobiografía más o menos respetuosa con los hechos, lo que en Nabokov es intrascendente, el escritor ruso nos cuenta las vicisitudes de él y su familia durante los años que vivieron bajo el régimen de los zares y los primeros años del exilio a causa de la llegada del comunismo a Rusia.
 Los años de crecimiento y formación como ser humano, aunque colados y cribados por la perspectiva que dan cincuenta años después.
Es decir la novela de un joven inquieto, perspicaz y rebelde visto a la luz de un escritor famoso inquieto, perspicaz y rebelde cargado del humor que dan los años y la maestría literaria, plena de imaginación, fantasía y osadía. Nabokov siempre se tomo la vida como un juego. Un juego serio pero un juego.
Y si te pliegas a esa intención, leyendo sus obras te diviertes, aprendes, te sorprendes y recibes la noticia de que la inocencia hay que conservarla, aunque a veces haya que regarla.
Pasaré a poner unos ejemplos.
En este libro de 500 páginas, Nabokov parece que está escribiendo en tercera persona y relatando como autor omnisciente todo lo que recuerda, pero en la pg. 256, de pronto sufrimos una sacudida cuando de esa tercera persona pasa a escribir: “… donde yo vivía contigo”. Alto. ¿A quién se refiere? Naturalmente a su esposa. De hecho le dedica el libro. De hecho le ha dedicado todos los libros. ¿De hecho todo lo que ha escrito se lo ha contado a ella? A partir de ese momento en el que ya estamos en el secreto, las alusiones en segunda persona menudean como pinceladas de color a lo largo de la narración. Pero sin aburrir. Páginas 279, 291, 293. Él cuenta, su esposa y el lector escuchan. Un poco más tarde también aparece su hijo. Ya somos cuatro.
Nos aguardan más sorpresas.  Nabokov, siempre tan exquisito y elegante, como debe pensar que quizás estemos aburriéndonos, se permite sacudirnos y escribe: “… para irreverente diversión de tres putas callejeras”. No recuerdo a Nabokov utilizando esta palabra tan grosera en ninguna de sus otras obras. Siempre son meretrices, rameras o simples alusiones a su actividad. Pero aquí no, aquí putas.
O ese rasgo de pícaro libidinoso, muestra del humor, encantador, divertido, desenfadado, desvergonzado de Nabokov, pg.200, hablando de un personaje de novela del oeste que leía en su niñez,
“… mientras sus pechos gemelos se hunden, se hinchan en rápida y espasmódica respiración, sus pechos gemelos, permítaseme que vuelva a leerlo, se hunden e hinchan, enfocados sus impertinentes…”
Una evocación que presagiaba a “Lolita”.
O esta burla irreverente que le dedica a los editores, hablando de sus antecesores, en la página 53,
“Iván A. Nabokov (1787-1852), uno de los héroes de las guerras napoleónicas y , en su ancianidad, comandante de la fortaleza Pedro y Pablo, de San Petersburgo, donde (en 1849) uno de sus prisioneros fue el escritor Dostoievski, autor de “El doble”… a quien el amable general prestaba libros. Es considerablemente más interesante, sin embargo, que estuviera casado con Ekaterina Puschchin, hermana de Iván Puschchin, que fuera compañero de colegio y amigo de Puschkin. Atención, impresores: dos <chin> y un <kin>...”

Primero, al hablar del ya por entonces célebre escritor ruso, dice que sin embargo eso no fue lo más interesante y menciona una de sus obras menores en vez de alguno de los grandes clásicos que han salido de su imaginación, que uno podía dudar y dado que a Nabokov siempre le interesó mucho la temática del doble, del desdoblamiento, pues que no estuviese tramando alguno de sus golpes de efecto, pero cuando uno se encuentra más adelante el aviso a los impresores uno ya no tiene duda de la guasa y la burla, el juego y la osadía que puebla su obra.
Un humor y una ironía que adquieren categoría, al no ser recurso de escritor mediocre si no  de un autor que escribe lo siguiente, explicándonos en la pg. 215 como nació su primer poema:

“Un momento después comenzó mi primer poema. ¿Qué fue lo que lo disparó? Creo que lo sé. Sin que soplara la menor brisa, el puro peso de una gota de lluvia, brillando con parasitario lujo sobre una hoja cordiforme, hizo que su punta se inclinara, y lo que parecía un glóbulo de mercurio llevo a cabo un repentino glisado por la vena central, y luego, tras haber descargado su luminosa carga, la aliviada hoja se enderezo. Tip, leaf, dip, relief (tip, lif, dip, relif) Punta, hoja, inclinación, alivio………..

Un talento descriptivo que milagrosamente bordea el cursilismo, sin nunca caer en él y dar una exhibición de su exquisita sensibilidad… a pesar de no estar dotado para la música, en la descripción de unas nubes en la pg. 212, que liga con su futuro y que no pongo entera por su extensión. Sólo un aperitivo:

“Arriba, por encima de la música negra de los cables telegráficos, unas cuantas nubes alargadas de color violeta oscuro con adornos rosa flamenco pendían inmóviles, dispuestas en forma de abanico; el conjunto parecía una prodigiosa ovación de colores y configuraciones. Pero estaba agonizando…..”.

Les pronostico a los que se aventuren a mirar el fragmento, que al encontrarlo, sentirán algo parecido a como ir por el bosque y de pronto verse sorprendidos por un arco iris, un animal mitológico o un raro ejemplar de hada madrina y deberán tomar aire y respirar pausadamente por un momento para no romper el embrujo… de una prosa que ni la traducción empobrece.
O esta frase que explica la celebridad y el respeto que Nabokov como prosista ha adquirido, pg.169:
“Soy feliz testigo del supremo logro de la memoria, que es el de la magistral utilización que hace de las armonías innatas cuando recoge en sus repliegues las tonalidades suspendidas y errantes del pasado”

¿De qué otra manera, que la supere, se puede decir eso con tanta precisión?

Una valoración esta, del autor supremo que fue, que no oculta un interrogante que durante años han persistido en mí y que no he resuelto sobre la persona que fue:
Su poca crítica al régimen casi feudal en que vivía Rusia, su no entender la revolución bolchevique que prendió en la miseria de las clases bajas como podía hacerlo una semilla en un pozo de fertilizantes atómico surtido de un manantial de agua inagotable y un sol en exclusiva.
Y no me vale la explicación de que era un agraciado del régimen y no un sacrificado. Su sensibilidad, su amor por las mariposas y su incontestable lucidez no la hacen valida.
Mientras, ahí sigo, leyéndolo y leyéndolo. Descubriendo en cada nueva lectura, nuevos matices, nuevas muestras de su genio. En ésta o en cualquiera de sus otras obras. Aunque sean de crítica literaria o de poesía.

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