viernes, 20 de enero de 2017

"Comanchería" de David Mackenzie (2017)



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Antes de nada volver a evidenciar mi falta de empatía con los que se encargan de traducir los títulos de las películas extranjeras.
Ésta se titula en inglés “Hell or high water”, que literalmente es “infierno o agua caliente, hirviendo”, pero que en cualquier traductor de internet te explican que es una expresión hecha que viene a decir, “contra viento y marea” “que venga lo que sea””de perdidos al río” y expresiones por el estilo. Cualquiera hubiera valido, viendo el argumento del film, una especie de “thelma y louise” o de “bonnie and clyde”, pero no, le ponen el título de Comanchería, con intención de relacionar, supongo,  la historia que se narra con los míticos indios comanches y su salvajismo, por lo  menos cinematográfico.
 Bueno, creo que es equivoco y confuso. Sólo aparece un indio y es policía. Glup. A veces las intenciones comerciales le hacen más mal que bien a una obra de arte.
Dicho esto, estamos ante otra obra cinematográfica perfecta del cine americano.
Jeff Brigdes está impecable, arma un personaje contundente, complejo, que como esos héroes solitarios que a fuerza de vivir se han elaborado su propio perfil del mundo y en base a él actúan, sin perder de vista la compasión, tan pronto bromea con su compañero en unos diálogos surrealistas como le pega un tiro a alguien como si de una pieza de caza fuera y se queda con todo el dolor de su corazón, tan tranquilo. No se podía hacer otra cosa. Eso y que se pasa toda la película leyendo lo próximo que harán los atracadores. Nadie entiende a alguien tan bien si no comparte con ese alguien algo más que la especie. Sin embargo quiere hacer justicia. Porque sabe que si deja de haberla, todos lo pasaran peor.
Los demás actores siguen la estela con la solvencia y maestría acostumbrada de los secundarios americanos. A cada cual mejor. El guion ajustado a la acción y lleno de matices, pleno. Podemos ver a los USA profundos, de pueblos destartalados, oficinas de bancos que parecen barracas, historias familiares llenas de derrota y amargura. Donde las armas se llevan encima como aquí un paquete de tabaco o donde tras un atraco los vecinos del pueblo salen en persecución de los atracadores como en los viejos tiempos del Far West.
Esta película está imbuida de la vieja filosofía de la vida: Allí donde la Justicia no llega, si vas a ir, ve preparado.
Hay dos momentos álgidos de la película para mí. Me dio escalofríos ese disparo despiadado que deja a un hombre seco, no muerto, como si fuese un bisonte, precisamente en el momento en que más bisonte y poderoso se cree. Me acordé de la forma más espeluznante de morir que he visto en cine, Terciopelo Azul. Y la posterior celebración. Todo un ejemplo de lo que puede valer una vida. Y es que en EEUU todas las vidas no valen igual, como se encarga de explicar el ránger.
Y la otra sobre la epidemia que supone ser pobre y al manera de erradicarla que se marca el hermano “bueno y listo” de la historia al final.
Y sólo un pero. Es una patada en la dinámica de perdedores que alimenta la película que alguien que durante toda la proyección ha ido sin afeitar, sucio y desharrapado, al final tras conseguir el triunfo aparezca impoluto, afeitadísimo y muy satisfecho. Con todo lo que le ha pasado. Un poco de comedimiento en la evolución del personaje hubiera impedido que a algunos se nos acabara la película antes del final.
Claro que cuando he salido y le he preguntado a mi hija que le había parecido la peli y me ha dicho que el actor era guapísimo lo he entendido. Esos afanes comerciales.
Y si yo hubiera tenido algo que decir en esta película hubiera puesto algo de Bob Dylan o Neil Young. El cuerpo me lo pedía.

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