martes, 3 de enero de 2017

“A sus plantas rendido un león” de Osvaldo Soriano



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Un funcionario, Bertoldi, olvidado en una embajada de Argentina abandonada en un país africano deviene cónsul circunstancial de su país y a otro argentino, Lauri, le niegan el estatus de refugiado político por enésima vez, ahora en Suiza, y debe abandonar en corto periodo de tiempo el país. Mientras, Argentina decide invadir lo que ellos llaman las Islas Malvinas.
Este es la situación desde la que se pondrán en marcha los sucesos que llevarán al encuentro de los dos argentinos como si de dos rayos veloces y sin plan de vuelo surcaran el cielo el uno en busca del otro. Uno, esperando en el país africano acompañado de un irlandés aventurero y loco, de profesión revolucionario, y el otro moviéndose desde Suiza, pasando por París, acompañado de un revolucionario negro fantasioso y estrafalario, irresistible, que capta para su causa a un árabe multimillonario al que conquista proponiéndole montar una multinacional de todo tipo de bebidas alcohólicas pero sin alcohol y capaz de amerizar un Boeing 727 en un lago con un Rolls Royce dentro. Pues bien este negro que habla con los gorilas regresa de nuevo a su país, esta vez para definitivamente instaurar el anarquismo verdadero. Entre medias, tal retahíla de disparatadas situaciones que uno no puede de dejar de admirar a Osvaldo Soriano y admitir que la realidad da para eso y más. Pero en serio.
Algunas de las escenas descacharrantes de la historia servirían para montar escenas cinematográficas inolvidables:
Un duelo en la embajada inglesa, mientras se celebra una fiesta que no se detiene por el reto, entre el embajador inglés y el italiano, donde debido a la lluvia nadie acierta a nadie y tras dispararse durante minutos, al final un francotirador se ve obligado a herir a uno de ellos en una pierna.
Una borrachera a dos entre el cónsul Bertoldi y un gorila, que termina con los dos amablemente abrazados y cantando por la capital del país africano.
La persecución como un flautista de Hamelin que sufre el cónsul cuando tras abrírsele la valija llena de dinero en un cine, decide salir de él tras recuperarlo, y se lleva detrás a todos los negros que asistían a la proyección.
La invasión final de la ciudad por el revolucionario Quomo capitaneando un ejército de gorilas comandado por un gorila de pelo  amarillo que llega en tren. Un revolucionario Quomo del que la población no está muy convencida de que sea lo que necesita debido a las malas experiencias que les hizo pasar la última vez que estuvo al frente del país, con medidas tan controvertidas como abolir los horarios y los destinos de los trenes, de manera que estos viajasen a donde decidía la mayoría de los viajeros. Una mayoría que siempre terminaba decidiendo viajar hasta la frontera más próxima para escapar del país. O el sorteo de hombres y mujeres para formar matrimonios en los que a él casualmente le tocaban las mujeres más bellas. O sea, un líder conflictivo.
Uno se caracajea inmisericordemente leyendo estas aventuras y no deja en ningún momento de pensar en que son una locura pero termina donde Osvaldo Soriano nos quiere llevar. Con sarcasmo, burla y una ironía de calibre grueso en esta historia está toda la irracionalidad del ser humano. Cada uno de los personajes tiene su reflejo en la vida real. Este “Tom Sharpe”  argentino teje con todos ellos un muestrario de desatinos para acomodar a estos dos compatriotas perdedores, uno, falsario, olvidado por su país en un lugar recóndito de África, y el otro, perseguido por su país, que no encuentra otro de acogida. Los dos, al final, enterados de la derrota y perdida de Las Malvinas alzan la bandera argentina acompañada de la bandera roja del comunismo en la abandonada embajada inglesa y entonan el himno del país que no los quiere.
Ellos dos son todos esos miles de hispanos, obligados a irse de su patria, por odio o por pobreza, y a la que sin embargo no pueden olvidar. El resto de personajes  que les rodean somos todos los demás. Gorilas incluidos. De pelo amarillo. ¿Rubios? ¿En Europa?
Y es que al perdedor todo son moscas.

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