viernes, 6 de octubre de 2017

"Madre!" de Darren Aronofsky (2017)



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Aviso. Puede que no hay entendido nada. Pero, entendido o no, esto es lo que sentí y esta es mi opinión.
Estuve viendo la proyección, yo no la llamaría película ni diría que es cine, con interés, aunque desde el principio con mis sospechas de si estaba asistiendo a otro intento de epatar al espectador por epatarlo o a otro intento de crear el “suspense eterno”.
Fluctuando entre pensar si era una alegoría sobre lo que significa ser madre, con todo lo que el asunto tiene de cósmico, místico, mágico y diabólico, además se titula madre!, con signo de exclamación, que a saber lo que querrá decir. Quizás la llamada eterna que tenemos todos guardada, que nunca se olvida, aunque vivamos cien años: Mama! Mama!
De lo pesada u castrante que se puede poner una madre.
O si era una parábola sobre el egoísmo y el egocentrismo de todo aquel que siente una pasión, en este caso la literatura.
O si era simplemente la historia de una secta en plan “semilla del diablo” pero con retazos de cine de autor y artista de grandes vuelos.
O quizás una reflexión sobre el proceso de crear que lleva arduas horas de trabajo y soledad para conseguir un diamante que pisotee un recién llegado descerebrado, que viene a ser como comprar una obra de arte y ponerla en la estantería o colgarla en la pared para que todos la vean.
No me decidí.
Declare la proyección “artefacto cinematográfico”.
¿En qué se diferencia un “artefacto cinematográfico” de una “película de cine"?
En que esta última puedes explicar de qué va y en la otra te limitas a dar los grandes rasgos: Una casa que se quemó, una pareja que la reconstruye y vive en ella, unos extraños o no que llegan. Con lo que el que te escucha te dice,
-Pues me has dejado igual.
Entonces tú aprovechas y le espetas,
-Pues así estoy yo.
Ya hay varios directores intentando trascender la clásica manera de hacer cine, de contar en la pantalla. Y me parece bien.
Vivimos tiempos convulsos, creativamente hablando, en el cine. Eso tiene su coste para el espectador. Y, o nos amoldamos o iremos al cine y no disfrutaremos.
Yo con esta proyección disfrute. No sé por qué pero disfrute.
Quizás el trabajo de los intérpretes, que lo tienen muy complicado. Porque interpretar un personaje sin dobleces es difícil, pero interpretar personajes que interpretan personajes que fingen lo que no son es más difícil.
De los cuatro intérpretes principales, Michelle Pfeiffer es la que mejor está. Jennifer Lawrence se emplea a fondo en lo físico pero me resulta plana y poco creíble en lo emocional. Ed Harris, con su rostro hierático poco puede hacer y de Javier Bardem poco puedo decir. Porque es escucharlo doblado, doblaje nefasto por otro lado, y todo se me va al traste. Su duro rostro luce bárbaro y añade ambigüedad a lo ambiguo pero su voz…
Me gusta esa cámara insistente que parece un moscardón que se abate sobre los actores, y bueno, que a ver  donde van a parar estos intentos de un nuevo lenguaje cinematográfico.
Comprendo que este director coleccione abucheos o seguidores incondicionales, pero somos perezosos y a la hora de posicionarnos, o adoramos o matamos. Lo nuevo siempre cuesta.
A mí, también.
Que alguien me dice que la peli le ha parecido una maravilla. Pues lo envidio.
Que alguien me dice que es una tontería. Pues no le envidio, porque se ha gastado una pasta para nada.
No es una película usual, lo que encuentro que es de agradecer.
Ah!, se me olvidaba, también puede ir del eterno retorno.
Es que puede ir de tantas cosas!. O de ninguna y el guionista, o sea el director, haberse hecho la picha un lío.
Que a mí el final me parece de garrafón.
Uno nunca sabe.
Por eso lo mejor es sentir.

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