sábado, 28 de octubre de 2017

“La chica de California y otros relatos” de John O’Hara



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La técnica de los “narradores a medias”, no me parece lo más sobresaliente de la narrativa de O’Hara, ni esa manera suya, chispeante y directa, de contar a través de los diálogos y también de a través de esos diálogos retratar los personajes, si no ese pacto que debe haberse acordado en algún incierto lugar, donde se almacenan los narradores no natos norteamericanos que cuando nacen vienen con una misión bajo el brazo: Radiografiar a los americanos en su tinta y nunca mejor dicho. El ambiente, la sociedad americana que nos muestra John O’Hara es su misión.
Dorothy Parker tenía esa misión pero no pudo mantener el pulso y su narrativa escoró hacia el mundo del espectáculo. Su maravillosa capacidad para el sarcasmo, algunos malévolos lo llaman cinismo, la alejó del retrato social para dejarla caer en el mundo de las bambalinas. Quedó fuera todo el resto de la sociedad de aquel momento.
A O’Hara no le pasa eso. John O’Hara es ese anfitrión que te recibe a la puerta del cuento, te explica cuatro cosas someras y después te deja que escuches y saques tus propias conclusiones. Toda la sociedad desfila por su pluma, cabe en su narrativa, al menos la de los blancos, tampoco hay que ser tan exigente. Te lees los cuentos de O’Hara y después puedes decir que conoces perfectamente al WASP (White Anglo-Saxon Protestant) de la “pre y post” segunda guerra mundial. Y si has leído a Raymond Carver con anterioridad pensaras que eres un arqueólogo.
Comprendes que la misión de Carver era continuar la labor de O’Hara.
Después de leer lo que les sucede a los personajes de O’Hara uno entiende que los hijos y los nietos de esos personajes, que son los personajes de Carver, no pueden comportarse de otra manera.
Yo me preguntaba, ¿De dónde saca Carver tanta desolación, desanimo, desgarro? Me parecía que su narrativa era como una venganza, cuando en realidad era una continuación.
O’Hara como principio de Carver.
Por ejemplo, el cuento “Exactamente ocho mil dólares exactos” es, para entendernos, si fuera un cuchillo, como si tuviese no sólo dos filos, Carver, sino que el mango también sería otro filo, O'Hara. Lo cojas por donde lo cojas te cortas. Si quieres cortar o pinchar a alguien, ya sabes. Un cuchillo fabricado en una de esas fábricas míticas norteamericanas donde todo lo que se hacía duraba toda la vida, para lo bueno y para lo malo.
Raymond Carver convierte ese cuchillo en un cuchillo más comercial, con parecidas características, adquirible en cualquier centro comercial o bar de barrio residencial.
Eso en cuanto al tema, en cuanto a la forma creo que O’Hara es superior a Carver. Quizás no tan potente, tan cortante pero es más exigente, tiene una prosa que da la sensación de que llega tarde a algún sitio. Como el conejo de Alicia, con destino incierto, no se detiene. No se para en descripciones, ni en reflexiones de ningún tipo. Hay que contar algo antes de que el que escribe, o el que lee, se largue. Acabe de leer “El hombre de la ferretería” y estaba acezando.
En “Atado de pies y manos”, donde se narra como la costumbre de un empleado de banca de ir en mocasines al trabajo desata un conjunto de reflexiones y actitudes ante tal hecho de los cuatro personajes que intervienen en el relato, consigue esculpir no los rasgos físicos si no los rasgos del alma. Lo que para alguien que está acostumbrado a mirar caras y almas de una en una, de pronto cuatro es muy fatigoso. Además lo hace con los diálogos. Un virtuoso.

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