lunes, 13 de junio de 2016

El juez de Christian Vincent (2016)



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El cine neorrealista moderno está en manos de los franceses. No hay estadísticas, al menos que yo sepa, pero si de cada diez películas que se hacen reflexionando sobre la condición humana, no son más de la mitad francesas me corto algo.
Esta historia pone la mirada en un tribunal de justicia francés, en particular sobre la figura del juez. Se celebra un juicio sobre la muerte de un bebé de siete meses. Preside el tribunal un hombre curtido en estos menesteres que para unos es justo y para otros no, que el mismo vive su profesión de una forma puramente mecánica y al que personalmente las cosas le van de aquella manera que le suelen ir a casi todos. En el momento del juicio tiene la gripe, por ejemplo. Algo que el guión se encarga de dejar bien claro. Decía yo para mí, tendrá algo que ver con el desenlace. Pero no. Al final del juicio casi está curado. Vive en un hotel porque se está divorciando amistosamente, como no podía ser de otro modo siendo en Francia.
En el jurado, en la peli hay todo un curso de cómo son y actúan los jurados en la justicia francesa, incluido el apunte sociológico de su procedencia, aparece una antigua conocida del juez que tiene la virtud de volver a la vida al juez. Y así asistimos al renacer de una historia de amor que en su momento quedo truncada y que ahora entre sesión y sesión del juicio se va reavivando.
Al final el jurado dictamina sentencia y se inicia otro proceso. Tiene la peli un final tan cursi que incluso para el cine francés es excesivo. No lo cuento porque si lo hago van a verla.
¿Qué me estás contando?
Esta es una pregunta que yo me hecho muchas veces viendo cine francés. ¿Para qué? ¿Qué necesidad había?
Claro que puede suceder que sea un cine tan etéreo, espiritual, inasible, sugerente, sutil que yo no lo coja. Todo puede ser.
Como guinda del pastel el papel principal del juez se queda en un apunte de personaje, porque creo entender que se trata de pergeñar un personaje estricto, airado y un tanto atrabiliario pero hay momentos de los diálogos con la protagonista en el bistró que más parece que padezca estreñimiento que otra cosa, claro, como anda con gripe. No sé, siendo sincero, si es un problema de interpretación, de guión o de dirección.
Hay que creer mucho en “l’amour” para que esta película tenga algún sentido y para poder ir confiado después de ver la escena final, que no, que no la cuento, a un juicio o a un hospital, pues ella es médico anestesista.
Resumiendo una película vacua, pretenciosa que no sé qué diablos ha querido contarnos. O igual era un documental. Un documental de cómo se enamora y desenamora la gente, que teniendo en cuenta que todos somos gente, maldita la falta. Vamos al cine a emocionarnos, a fantasear un poco…pero si resulta que entramos y nos proyectan un trozo de lo que acabamos de dejar fuera… ¿Para qué cantaba Aute, cine, más cine por favor?

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