lunes, 7 de septiembre de 2015

Señor Manglehorn de David Gordon Green (2014)



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Esta película que tiene varios defectos, descompensada e irregular, merece la pena ser vista. Por la sencilla razón de que es muy ambiciosa. Trata de explicar lo inexplicable. Cuando se quiere contar lo incomprensible, de ahí quizás el surrealismo y lo ilógico de algunas escenas, suele suceder que como geiseres surgen atisbos, fragmentos de lo que se desea narrar pero no se consigue hilar una historia dónde quede plasmada esa explicación en toda su extensión. Quizás porque no la hay. Y es que el ser humano es cotidiano y aburrido. La búsqueda y prolongación de la magia que a veces nos asalta puede dejarnos enganchados para toda la vida. Quizás ésta era una narración para la página y no para la pantalla.
Cuando uno ha experimentado la magia en la vida……… no sé, una mirada, un pensamiento, un instante de comunión con la naturaleza, cuando uno siente que la vida puede ser intensa siempre ya no se conformará jamás con menos y la vida cotidiana se convierte así en una rutina agotadora y decepcionante. Aunque casi todos nos resignamos y esperamos, sin dejar por eso de vivir.
En esta película se nos cuenta cómo un hombre ya viejo, con su vida casi gastada, a la deriva, coge el último autobús a la cotidianidad y da por perdida la magia, aunque haya ese guiño final del mimo que parece darnos algo de esperanza. O quitárnosla, indicándonos que si queremos siempre magia hay que ir al circo, a ver magos…..o mimos, pero no esperarla de la vida, al menos a todas horas.
Ese hombre viejo y decrepito, el director quiere remarcarlo, es el Sr. Mangelhorn, que no vive la vida que va sucediendo. Se ha comprometido con unos principios férreos, esperando a Clara, su paraíso perdido. Su hijo multimillonario, su ex-esposa, su nieta a la que adora pero que no le llena, su conocida del banco, su gata…todo conforma una estación de espera a la que no llega el autobús deseado… y se desespera…en vano. La vida es así. Al final, como he dicho, claudica.
Ésta es la historia en sí. En cuanto a lo propiamente cinematográfico, las escenas están articuladas sin ritmo, sin conexión a veces y con detalles que se quedan en promesas que no cuajan. Remarcar que cuando se trabaja con un actor como Al Pacino se corre un serio peligro del que es muy difícil salir airoso. El actor se puede comer la película, que es lo que pasa aquí. Un actor grandioso en una película no grandiosa es como una farola en un escenario oscuro, se ve la farola pero queda desdibujado el resto. Para un actor grandioso se necesita un escenario que esté a su altura. Nunca olvidaré unas escenas de “El último tango en París”, otra historia de hombre a la deriva, con el rostro de Marlon Brando en primer plano. Jamás el cine ha plasmado como en ese fragmento la desesperanza, la desilusión y la amargura de la vida infeliz. Pero es que la peli de Bertolucci estaba a la altura de Marlon Brandon. Toda la película lucia clara y diáfana. La luz que despedía Brandon sólo contribuía a enriquecerla en matices. En ésta, demasiado actor para una película con muy buena intención pero que no acaba de cuajar. Aún así hay que ir a verla. Por Al Pacino y por los destellos de gran película que tiene.
No he dicho nada de Holly Hunter porque, correcta y equilibrada, en la penumbra bastante tiene con sobrevivir, cinematográficamente hablando.

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