jueves, 25 de mayo de 2017

“El caso Sloane” de John Madden (2017)



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El cabildeo, que un grupo de personas se junten para conseguir algo, influyendo en quien manda o mandando directamente, es algo que desde que salimos de las cavernas, y seguramente también estando dentro, hemos practicado cada vez que nuestros intereses se han visto amenazados. Esta actividad, como muchas otras, en Estados Unidos ha adquirido una importancia máxima la ser una sociedad donde el mínimo Estado se ha arrinconado ante el empuje de la iniciativa privada. A nadie se le escapa que la iniciativa privada se sustenta en el interés privado. De ahí a buscar cualquier manera de influir para enriquecerse no hay ni un paso. Y de ahí a las agencias especiales que se dedican a trabajar para los “lobbys” una simple lógica comercial. Sale más barato y suelen estar muy al día.
Bien, pues nuestra protagonista (maravillosa en su interpretación, Jessica Chastain, esa mezcla de fragilidad y perversidad) es una despiadada ejecutiva que no para en mientes para conseguir sus objetivos y que vive sumida de tal manera en su profesión que acepta trabajar con una de estas agencias, al parecer con un código ético más exigente que sus semejantes, primer fallo de la película (esas agencias no existen) para conseguir que se apruebe una ley contra la venta libre de armas, más como un reto que como una exigencia de la conciencia.
El segundo fallo de la película es ese afán del cine americano por ensalzar y construir personajes heroicos que se sacrifican en pos de un mundo más justo y que lo arriesgan todo para desenmascarar a los corruptos y a las ratas del sistema americano.
Y son fallos porque si pretendemos hacer un retrato de la mierda que circula por el sistema capitalista americano lo que no podemos hacer es jugar a montar un cuento de navidad que seguramente deja buen sabor de boca pero no refleja la realidad.
Dicho esto, la película me parece esplendida. Un guión fantástico con unos diálogos chispeantes, ocurrentes, con un planteamiento que nunca descansa, un director que lleva la narración sin vacilaciones y como siempre con un grupo de actores, protagonistas y secundarios, maravillosos. El cine americano es tan bueno que da miedo por eso de llegar un momento en que no sepas lo que e s real y lo que no. La posverdad, ese concepto del que tanto se habla ahora, el debe mucho al cine y más al cine americano.
Lástima, como he dicho antes, de esa inclinación a crear personajes abnegados y heroicos donde lo que había que reflejar son desalmados o en todo caso perdedores maravillosos (beautiful losers) pero nunca “davides” que vencen a los del rifle o a los sionistas, porque como se dice en la película eso no es posible. Y se dice varias veces, que ahora que lo pienso igual es como si el director dijera: “Yo os cuento esto pero no os creáis nada”. Un poco en la línea del dribling que nos hace en el último fotograma, el último, del film.
Lo dicho, una película esplendida que el corazón ingenuo de los americanos no ha dejado que sea una obra maestra del cine.
Para los guionistas, lo del prostituto, no os lo habéis trabajado bastante. Daba para más.

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