lunes, 29 de febrero de 2016

Cronomoto de Kurt Vonnegut



Adoró a Kurt Vonnegut. Es más, siguiendo esa moda de ser cualquiera, sin despeinarse ni moverse de enfrente de la pantalla del televisor, yo sin dejar de tener un libro delante, puedo decir “Je suis Kurt Vonnegut”.
Vean como describe el verbo “escribir literatura” en Cronomoto, una delicia de lo que sea, novela, cuentos, melopea, diarrea mental, no sé, da igual: “Formar peculiares combinaciones horizontales de veintiséis símbolos fonéticos, diez cifras y unos ocho signos de puntuación con tinta y sobre pulpa de madera blanqueada y alisada”
Cronomoto tiene el siguiente argumento. Agárrense. El Universo sufre un ataque de pereza y el 13 de Febrero del 2001 en vez de seguir expandiéndose, se retrae y vuelve al 17 de Febrero de 1991. Desde ese instante todo vuelve a pasar igual que había pasado, todo el mundo sabiéndolo pero sin poder hacer nada para evitarlo. Es decir, si eres un atracador de bancos, preso por el hecho, vuelves a atracar el banco y te vuelven a coger y vuelves a la cárcel. Si eres infiel y te pescaron, volverás a pasar por lo mismo. Si tuviste cáncer lo volverás a tener. Y así. ¿No es un argumento que da que pensar?
Eso es un Cronomoto. Como lo es una obra de teatro, o una película vista pos segunda vez.
Como consecuencia del suceso pasa que la gente se confía y se olvida del libre albedrío: ¿Para qué? SI todos saben cómo sucederá todo. Con lo que se origina al regresar por segunda vez al 2001 una serie de accidentes que se pueden calificar en su conjunto como catástrofe mundial. Aviones que necesitan volver a ser pilotados, vehículos que se estrellan, decisiones que hay que volver a tomar.
Pues bien esta novela empieza con esta afirmación del autor antes de iniciar la narración propiamente dicha, al principio: Todas las personas vivas y muertas son pura coincidencia.
Después ya es un festín de ocurrencias, gracias, chistes y mala baba a cada momento.
La hermana del autor murió “de cáncer de todo”.
 En “La letra escarlata”, novela de Nathaniel Hawthorne, una mujer debe llevar una A de adulterio en el pecho porque ha permitido que un hombre que no es su esposo eyaculara en su canal de parto.
El cerebro humano es un “desayuno para perros, de kilo y medio de peso, empapado en sangre y que sin embargo compuso la novena sinfonía”
Los negros de su país hacen “conmovedores esfuerzos para imitar a los blancos exitosos y ser ellos exitosos también”
El narrador confiesa: “Todavía me fascina la forma de las mujeres y sé que me iré a la tumba tratando de tocarles el culo y las tetas. También diré que el comercio carnal practicado sinceramente es una de las mejores ideas que Satanás puso en la manzana que le dio a la serpiente para que se la diera a Eva. Aún así, la mejor idea de esa manzana es tocar jazz”
Sobre su familia: “Si mi padre no se cansaba de elogiar las creaciones artísticas de Allie, mi hermana que se murió de cáncer de todo, mi madre no se cansaba de proclamar la importancia de que se casara con un hombre rico”
Sobre la vida: “Es un montón de mierda. Yo lo sabía por mi infancia, los crucifijos y los libros de historia”
Hay en la historia un científico convencido de que los más listos tienen antenas incrustadas en el cerebro, a través de las que reciben sus ideas desde otros planetas, pues no cree que un mero cerebro humano pueda haber llegado a dónde ha llegado sin ayuda exterior. Ese mismo científico que se  suicida al darse cuenta de que nunca recibirá el premio Nobel  pues a pesar de probar la existencia de esas antenas... su propio descubrimiento lo inhabilita para recibir el premio… al haber seguramente recibido ayuda externa.
Una mujer que al estar embarazada siente que está “infestada de descendencia”.
Avisa: “Y, por cierto, todos los escritores varones tienen esposas atractivas, aunque sean muertos de hambre o tengan otros defectos. Alguien debería investigar esto”
Interpela al lector: “La intoxicación por plomo vuelve a la gente estúpida y perezosa. ¿Cuál es tu excusa?”
Se declara sensiblero: “Es decir, como un demócrata del Norte”
Y así 235 páginas de pura y absoluta delicia literaria.
Un Kurt Vonnegut que seguramente no encontró una forma más clara, que su literatura, de declarar que la existencia de los humanos es lo más laberintico y complicado que uno pueda imaginarse. Y todo por intentar que esa existencia sea racional. Con lo fácil que sería si fuese irracional. Cuántos problemas nos evitaríamos.

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