martes, 7 de marzo de 2017

Mutantes, narrativa española de última generación



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Soy un lector voraz cansado de no encontrar un narrador joven español a la altura de la narrativa internacional que se hace ahora, así que cuando vi este libro en la biblioteca, me dije: A ver.
Y visto he visto muy poco.
De entrada que unos de los que hace la antología sea uno de los antologados no me parece elegante. O en un lado o en el otro. Son malas maneras de comenzar.
En el prologo, faltón, pretencioso y un pelín agresivo, se respira un entusiasmo que se me contagió. Un contagio del que me fui curando a medida que iba leyendo los cuentos y fragmentos impresos de obras publicadas o por publicar de esta narrativa española de última generación.
Por orden de aparición.
El cuento de Germán Sierra es un abigarrado desfile de personajes no sabes muy bien con qué intención. El título del cuento es Artemio Devlin pero podía haber sido el de cualquier otro personaje. Cuento trasnochado, ajeno a nuestro país y nuestra época, ambientado en los USA. Precipitado y nada mutante.
Madame Bel es el siguiente cuento. Un cuento tradicional de misterio, algo confuso. Una extraña pareja se hospeda en un hotel, dejan sus cosas, salen a cenar y no vuelven. En la segunda parte un trabajador del hotel se extraña de que alguien escriba un cuento llamado Madame Bel. No acabo de ver el objetivo del cuento. De mutante bien poco.
Manuel Vilas presenta cuatro capítulos de su novela que se llama “Magia”. Son capítulos inconexos, salvo dos, sobre una ciudad “invisible” (¿De qué me suena eso?). Son un muestrario más que un texto cerrado. Y un muestrario, ya se sabe. Y ese “catetismo” de ponerle nombres americanos a los personajes.
Carmen Velasco presenta un cuento de ciencia-ficción sin más, volcado en la relación entre sexos, con un trasfondo reivindicativo feminista. Hay un miembro viril de 40 cms. por 20 cms. de diámetro. ¿Error? ¿Sublimación falocrática? Puro disparate imaginativo.
El cuento de Javier Pastor es una exhibición de imaginación y capacidad léxica que excede la intención del cuento, aunque se agradece el talento en cualquier formato y modo. Como ver a una hermosa mujer embutida en un vestido cual salchicha.
Moda de Londres de Juan Francisco Ferré, uno de los antologadores, cuenta el periplo de una modelo que trabaja en Londres, podía haber sido Madrid o Barcelona, sola, que se mueve  del plató de rodaje a la realidad sin transición y acaba por mezclar los dos planos. Bien elaborado pero sobrecargado y un tanto artificioso. No termina de calar. Ni de emocionar. Metódico y frío.
Jordi Costa, al final de su cuento 500% Costa, confiesa que es el resultado de una suma de fragmentos, hechos narrados de otros cuentos, un patchwork.  Menos mal. Leyéndolo, me estaba preguntando. ¿Qué es esto? Una amalgama sin orden ni concierto ni intención. Le debieron decir, haz algo. Y lo hizo.
David Rocas escribe Palabras, un cuento inútil, pues no añade nada a los escritos sobre el tema. Un amigo se suicida por no poder ejercer control sobre las palabras ante la rebelión de las mismas.
¿Y?
¿Algo más? No, ni de fondo, ni de forma. Innecesario.
Fernández Mallo ha cedido unos capítulos de su Nocilla Dream y brilla la prosa imaginativa con estas vidas entrecruzadas que a mí me hubiera gustado más que transcurriese entre Valencia y Madrid, por ahí por Motilla del Palancar, donde además hay más puticlubs, pero no, los USA de nuevo. Un poco cansino y cateto el asunto.
Javier Fernández arma un cuento solvente, que habla de un futuro teledirigido donde la libertad y el libre albedrio son prehistoria. Original presentación y resolución sabida. Mutante pero suena familiar.
El Solteth de Vicente Luis Mora recuerda a Italo Calvino, Dino Buzzati, sin añadir nada. De mutante nada. Llega tarde.
Me gusta el cuento de Mercedes Cebrián, Ventriloquía, en el que nos cuenta las ganas que tenemos de abandonar el esfuerzo de estar siempre estupendos y lo bien que recibimos un poco de sosiego, naturalidad y porque no volver a la raíz de la impostura. Como el que dueño de un coche de lujo, se sube a un taxi vulgar y aparenta valorar la sencillez.
Del cuento de Braulio Ortiz sólo puedo seguir insistiendo en dos cosas: De mutante nada, el título lo prueba, ¿Fue Lucy Melville víctima de una maldición egipcia?, y que la protagonista se podía haber llamado Pepa Cántaro. Por los valores patrios.
Del cuento de Javier Calvo no encuentro nada que decir. ¿Apresurado? ¿Insustancial? ¿Es una genialidad y no he entendido nada? ¿Le dijeron haz un cuento e hizo este? No sé. Ni idea. O no pasa nada o lo que pasa no lo veo.
El cuento de Imma Turbau, corto, sin grandes pretensiones, nada mutante, es una parábola del horror después del horror. A veces pienso en un judío que huido de Alemania en el 33 regresa en el 39 porque le han dicho que las cosas se están calmando. No es su sitio, pero es un cuento justo.
Isaac Rosa escribe un cuento divertido, tampoco es mutante, colaborando en la estadística del miedo. Construidas con un “nosotros” que contesta en las encuestas no como somos si no como imaginamos que somos.
Mario Cuenca sí que escribe un cuento mutante, aunque sólo lo sea por lo frecuentado que está y no saber muy bien como darle la mano si te lo presentan. En él, al menos, hay tres seres humanos. Muy bien eso de ensañarse con Harold Bloom, el que a hierro mata a hierro muere. Debe ser por no haberlo colocado en el canon.
Jorge (Jordi) Carrión quiere parecer mutante y se hace las preguntas, normal,  que todo ser humano se plantea sobre su identidad. Como si esto tuviera importancia frente a la verdadera y enigmática mismidad. La anécdota sobre lo primordial. Su texto formalmente mutante, en el fondo muy humano.
Roberto Juan-Cantavella es Dino Buzzati explicado. Trasnochado. Camp.
Bienvenido el cuento de Eloy Fernández, the last but not least, que podría pasar por mutante al parecer una cosa y luego ser otra, cargado con la fuerza de un léxico rico y una muestra  de oído para el dialogo más que notable.
Por este cuento casi vale la pena haberse leído la antología. De hecho es el único texto que despierta las ganas de saber algo más de la obra de su autor.
Para arreglar este dislate de antología se ponen al final las biografías de los autores. En una de ellas se dice: “Ha estudiado en varias ciudades, ha trabajado en el extranjero, ha escrito todo el tiempo”. Chúpate esa.
En fin, una antología hecha a corre cuita que no hace ningún favor a nadie, empezando por los autores antologados y terminando por los lectores.
O sea, que para literatura mutante de nueva generación en España, que yo sepa y no sé mucho pero algo, a seguir leyendo a Vila-Matas o volver a Julián Ríos o alguna cosas de Juan y Luis G. Más o menos.

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