Soy
un lector voraz cansado de no encontrar un narrador joven español a la altura
de la narrativa internacional que se hace ahora, así que cuando vi este libro
en la biblioteca, me dije: A ver.
Y visto
he visto muy poco.
De
entrada que unos de los que hace la antología sea uno de los antologados no me
parece elegante. O en un lado o en el otro. Son malas maneras de comenzar.
En
el prologo, faltón, pretencioso y un pelín agresivo, se respira un entusiasmo
que se me contagió. Un contagio del que me fui curando a medida que iba leyendo
los cuentos y fragmentos impresos de obras publicadas o por publicar de esta
narrativa española de última generación.
Por
orden de aparición.
El
cuento de Germán Sierra es un abigarrado desfile de personajes no sabes muy
bien con qué intención. El título del cuento es Artemio Devlin pero podía haber
sido el de cualquier otro personaje. Cuento trasnochado, ajeno a nuestro país y
nuestra época, ambientado en los USA. Precipitado y nada mutante.
Madame
Bel es el siguiente cuento. Un cuento tradicional de misterio, algo confuso.
Una extraña pareja se hospeda en un hotel, dejan sus cosas, salen a cenar y no
vuelven. En la segunda parte un trabajador del hotel se extraña de que alguien
escriba un cuento llamado Madame Bel. No acabo de ver el objetivo del cuento.
De mutante bien poco.
Manuel
Vilas presenta cuatro capítulos de su novela que se llama “Magia”. Son
capítulos inconexos, salvo dos, sobre una ciudad “invisible” (¿De qué me suena
eso?). Son un muestrario más que un texto cerrado. Y un muestrario, ya se sabe.
Y ese “catetismo” de ponerle nombres americanos a los personajes.
Carmen
Velasco presenta un cuento de ciencia-ficción sin más, volcado en la relación
entre sexos, con un trasfondo reivindicativo feminista. Hay un miembro viril de
40 cms. por 20 cms. de diámetro. ¿Error? ¿Sublimación falocrática? Puro
disparate imaginativo.
El
cuento de Javier Pastor es una exhibición de imaginación y capacidad léxica que
excede la intención del cuento, aunque se agradece el talento en cualquier
formato y modo. Como ver a una hermosa mujer embutida en un vestido cual
salchicha.
Moda
de Londres de Juan Francisco Ferré, uno de los antologadores, cuenta el periplo
de una modelo que trabaja en Londres, podía haber sido Madrid o Barcelona,
sola, que se mueve del plató
de rodaje a la realidad sin transición y acaba por mezclar los dos planos. Bien
elaborado pero sobrecargado y un tanto artificioso. No termina de calar. Ni de
emocionar. Metódico y frío.
Jordi Costa, al final de
su cuento 500% Costa, confiesa que es el resultado de una suma de fragmentos,
hechos narrados de otros cuentos, un patchwork. Menos mal. Leyéndolo, me estaba preguntando.
¿Qué es esto? Una amalgama sin orden ni concierto ni intención. Le debieron
decir, haz algo. Y lo hizo.
David Rocas escribe
Palabras, un cuento inútil, pues no añade nada a los escritos sobre el tema. Un
amigo se suicida por no poder ejercer control sobre las palabras ante la
rebelión de las mismas.
¿Y?
¿Algo más? No, ni de
fondo, ni de forma. Innecesario.
Fernández Mallo ha cedido
unos capítulos de su Nocilla Dream y brilla la prosa imaginativa con estas
vidas entrecruzadas que a mí me hubiera gustado más que transcurriese entre
Valencia y Madrid, por ahí por Motilla del Palancar, donde además hay más
puticlubs, pero no, los USA de nuevo. Un poco cansino y cateto el asunto.
Javier Fernández arma un
cuento solvente, que habla de un futuro teledirigido donde la libertad y el
libre albedrio son prehistoria. Original presentación y resolución sabida.
Mutante pero suena familiar.
El Solteth de Vicente
Luis Mora recuerda a Italo Calvino, Dino Buzzati, sin añadir nada. De mutante
nada. Llega tarde.
Me gusta el cuento de
Mercedes Cebrián, Ventriloquía, en el que nos cuenta las ganas que tenemos de
abandonar el esfuerzo de estar siempre estupendos y lo bien que recibimos un
poco de sosiego, naturalidad y porque no volver a la raíz de la impostura. Como
el que dueño de un coche de lujo, se sube a un taxi vulgar y aparenta valorar
la sencillez.
Del cuento de Braulio
Ortiz sólo puedo seguir insistiendo en dos cosas: De mutante nada, el título lo
prueba, ¿Fue Lucy Melville víctima de una maldición egipcia?, y que la
protagonista se podía haber llamado Pepa Cántaro. Por los valores patrios.
Del cuento de Javier
Calvo no encuentro nada que decir. ¿Apresurado? ¿Insustancial? ¿Es una
genialidad y no he entendido nada? ¿Le dijeron haz un cuento e hizo este? No
sé. Ni idea. O no pasa nada o lo que pasa no lo veo.
El cuento de Imma Turbau,
corto, sin grandes pretensiones, nada mutante, es una parábola del horror
después del horror. A veces pienso en un judío que huido de Alemania en el 33
regresa en el 39 porque le han dicho que las cosas se están calmando. No es su
sitio, pero es un cuento justo.
Isaac Rosa escribe un
cuento divertido, tampoco es mutante, colaborando en la estadística del miedo.
Construidas con un “nosotros” que contesta en las encuestas no como somos si no
como imaginamos que somos.
Mario Cuenca sí que escribe
un cuento mutante, aunque sólo lo sea por lo frecuentado que está y no saber
muy bien como darle la mano si te lo presentan. En él, al menos, hay tres seres
humanos. Muy bien eso de ensañarse con Harold Bloom, el que a hierro mata a
hierro muere. Debe ser por no haberlo colocado en el canon.
Jorge (Jordi) Carrión
quiere parecer mutante y se hace las preguntas, normal, que todo ser humano se plantea sobre su
identidad. Como si esto tuviera importancia frente a la verdadera y enigmática
mismidad. La anécdota sobre lo primordial. Su texto formalmente mutante, en el
fondo muy humano.
Roberto Juan-Cantavella
es Dino Buzzati explicado. Trasnochado. Camp.
Bienvenido el cuento de
Eloy Fernández, the last but not least, que podría pasar por mutante al parecer
una cosa y luego ser otra, cargado con la fuerza de un léxico rico y una
muestra de oído para el dialogo más que
notable.
Por este cuento casi vale
la pena haberse leído la antología. De hecho es el único texto que despierta
las ganas de saber algo más de la obra de su autor.
Para arreglar este
dislate de antología se ponen al final las biografías de los autores. En una de
ellas se dice: “Ha estudiado en varias ciudades, ha trabajado en el extranjero,
ha escrito todo el tiempo”. Chúpate esa.
En fin, una antología
hecha a corre cuita que no hace ningún favor a nadie, empezando por los autores
antologados y terminando por los lectores.
O sea, que para
literatura mutante de nueva generación en España, que yo sepa y no sé mucho
pero algo, a seguir leyendo a Vila-Matas o volver a Julián Ríos o alguna cosas
de Juan y Luis G. Más o menos.
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