viernes, 24 de marzo de 2017

“Las vírgenes suicidas” de Jeffrey Eugenides



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En un barrio de clase media americana donde todos saben cosas de todos y para aumentar ese conocimiento no dejan de emplearse cada día, sucede que hay una familia un tanto peculiar en la que las cinco hijas del típico matrimonio burgués católico, compuesto por marido, profesor de matemáticas, y una madre, ama de casa, empiezan a morir por suicidio. Lo que no deja de levantar cierta curiosidad alimentada por las peculiaridades y excentricidades de las cinco chicas “Lisbon”.
Cuenta la historia, años después, el representante de un curioso grupo de amigos de la misma edad de las chicas que por aquella época, a la estupefacción por lo que pasaba le tenían que añadir los entresijos existenciales propios de la pubertad y la adolescencia.
Surge así una narración que se mueve entre la tragedia que supone que cinco niñas se suiciden metódicamente y el esperpento vecinal que supone la convivencia en un barrio con sus dimes y diretes, más las leyendas propias de sus calles. Unos dimes y diretes que el narrador que parece retrotraerse desde una vida adocenada y rendida, y tras un concienzudo y documentado trabajo de investigación y entrevistas a los diferentes protagonistas del momento, con documentos varios, cotillea sin compasión dispersándose en relatos de barrio, alejándose una y otra vez de la historia central que son las hermanas suicidas.
Todo este material lo maneja Eugenides con una prosa ocurrente, plena de ironía, un si es no es cínica que viene  atemperada por el paso de los años. Cierto sabor a realismo mágico, esas moscas que cubren el cielo, esos olmos que van siendo serrados al estar enfermos del gusano holandés, no es más que una campana lejana que le permite escaparse del maestro Cheever que  a buen seguro con una historia de este tipo hubiese acabado por crucificar a los padres  y al resto del los vecinos que no hicieron nada. Es lo que tiene el realismo mágico. Que a la moralidad la deja en el desván.
Al final quedan cinco maletas llenas de los documentos-recuerdos de las vírgenes suicidas que como cometas radiantes, predestinadas, alumbraron brevemente las vidas anodinas y humildes de unos vecinos que no pudieron retener ni tan siquiera una modesta explicación del porqué de lo sucedido.
Eugenides parece decirnos que tan raro como esta historia es la vida, siempre, desde la adolescencia de los protagonistas de esta historia, pasando por padres y madres de ellos, hasta llegar a los ancianos caóticos y maniáticos que por el barrio circulan.


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