Todo lo que huele, literariamente hablando, a andanzas de
americanos por Europa, sobre todo Francia, Italia e Inglaterra, a un lector, no
deja de retrotraerlo a la literatura de Henri James.
Y en Henri James he
estado pensando durante las lecturas de esta breve novela de Salter, en Henri
James como contrapunto de la literatura que se hizo y la que se hace sobre un
mismo tema y en cómo, tanto para James como para Salter, sería de complicado adoptar
la actitud del otro narrador.
De entrada James hablaba de americanos por Europa que se
relacionaban entre ellos, sólo con los oriundos para asuntos domésticos y a lo
más que llegaba era a americanos con ingleses, como si el idioma fuese un serio
impedimento para el amor. A Salter le sería muy complicado mantener una
historia con unos compartimentos tan estancos.
Sin embargo a los dos los une otra cosa mucho más valiosa:
El narrador. Un narrador bien particular en cada caso y bien diferenciados
entre los dos.
Henri James ha pasado a la historia de la literatura por
haber creado a ese narrador que casi siempre sabemos quién es, pero del que no
sabemos decir si es que no es omnisciente o que no quiere serlo o que no se
entera de todo lo que pasa, con lo que nos trasmite historias que casi nunca
están bien cosidas, atadas y mucho menos explicitadas.
Esto es lo que yo os cuento y vosotros mismos sacaréis las
conclusiones.
Eso sí, no son vestidos bien rematados pero el colorido y
las formas se quedan inoculadas para siempre en el alma de sus lectores. Uno
coge un libro sin saber el título y lee dos páginas. Sabe si es un “Henrijames”
o no. Eso, para un creador quiere decir mucho, pienso yo.
James Salter va más allá. El narrador de esta historia, que
digámoslo es una tópica historia de amor entre americano irresponsable, joven e
inconsciente y francesita complaciente y enamorada que se dedican a follar a la
vez que viajan por Francia, no sabemos si calificarlo de narrador imposible,
pues a veces está entre los dos amantes, incluso en los momentos más íntimos,
otras veces los espía, no sabemos a qué se dedica ni qué fin persigue, a veces nos deja caer que podría ser el mismo
joven americano, o calificarlo de narrador desvergonzado que nos dice que nos
miente o que se imagina o que se inventa lo que nos cuenta. Un narrador que se
salta todas las convenciones de verosimilitud, no digamos las de la veracidad,
sobre la que no tenemos la más mínima esperanza.
He pensado que el título de la novela no sólo se refiere al tema
que trata, que también podría ser la actitud del narrador. Juego y
entretenimiento. Cosa que en algún aspecto es la literatura.
Esta indefinición del narrador, este vaivén que no deja al
lector acogerse a una línea clara de desarrollo de la historia convierte la
historia en un trozo de vida latente, tal como la vivimos, sin certezas, sin
seguridades, llena de inseguridades, desconfianzas, en la que a veces llegar a
compromisos es la mejor forma de no comprometerse.
Al final, spoiler al canto, aunque en literatura carece de
importancia, el joven americano, según
el narrador, muere en un accidente de tráfico estando en América y la joven
francesa llora al saberlo. Pero, ¿Se ha muerto en realidad o es que el narrador
no deja de ser más que una carta en la que el joven le explica a la francesa
que lo mejor es dejarlo, que él tiene una nueva vida en su país? Que fue bonito mientras duro. No se sabe. Este
narrador es de muy poca confianza.
Ni tan siquiera en el fraseo se compromete Salter a poner
más de lo imprescindible. Nada de seguridades. Más que escribir, parece que
enumera frases. Como brochazos al alcance de todos. Es el conjunto el que
deslumbra.
Admirable que después de tanta literatura aparezcan
escritores capaces de tener una voz tan propia.
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