Como si William Faulkner hubiera sido clemente con sus
historias de la América rural de Estados Unidos, tres decenios después aparece
Flannery O’Connor y termina de abrir la
herida, para que pueda supurar, de los escenarios más profundos y primigenios
del coloso americano para describir sin compasión, implacablemente, lo más
salvaje y lo más bestia de la profunda epopeya yanqui. Allí donde Faulkner utilizaba la ironía, el humor
y pintaba negros con posibilidades de redención y blancos con algo de
compasión, O’Connor lo niega todo. No hay futuro humano para los negros, porque
los blancos se lo niegan y a ellos les parece bien. No hay blancos
contemporizando ni tan siquiera con blancos europeos. Todos somos rivales de
todos. O’Connor es Emilio Zola en el sur de estados Unidos.
En varios de estos cuentos me dije que hubiera estado bien
que algunos de los personajes hubieran tenido un arma a mano para defenderse.
Seguramente hay mucho de exorcismo en estas historias,
alguien tiene que contar lo que pasó y como eran, también hay mucho de
biográfico, no en vano hay muchos personajes condenados ya de nacimiento, como
la misma autora que a los 26 años empezó a padecer una enfermedad de la sangre
que la llevo a andar con muletas y a morir a los 39 años, pero lo que hay con
toda seguridad es una capacidad de observación afilada como un bisturí que la
autora pone al servicio de unas historias de desarrollo cruel, en las que no
hay redención para nadie, en las que se nos muestran seres humanos ruines,
egoístas, atrapados por las religiones, siempre mostrándose más como hienas al
acecho que como seres humanos.
Vivió toda su vida en una granja y nació con una enfermedad
hereditaria. Fue suficiente para crear su universo narrativo, de negros tintes
y esperanzas nulas. Un universo donde la religión se vuelve grotesca de la
preponderancia que llega a tener. Sabía de lo que hablaba.
Lo sabía tan bien, lo había observado tanto, que como
aquellos ornitólogos que terminan cantando como los pájaros, Flannery O’Connor
imita perfectamente las voces de estos seres atrapados en el Sur más profundo
de Estados Unidos y mediante sus voces nos transmite historias estremecedoras,
unos diálogos que son como pinceladas que van materializando no un rostro pero
sí una alma.
Como tampoco hay una palabra de crítica directa hacia la
religión y no hace falta, se contenta con mostrarnos a personajes que hablan
como si predicaran e imbuidos de una fe muy utilitaria usan de ella como
herramienta de destrucción del prójimo.
No sabría con que cuento quedarme, aunque quizás el último,
“La persona desplazada”, por englobar todo lo que caracteriza su literatura,
sea el reflejo de su originalidad y a través del cual puedan verse los efectos que posteriormente tuvo en la
narrativa de tantos y tantos cuentistas magníficos que ha dado Estados Unidos.
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