Una vez fuera de la sala me puse
a pensar. A ver, para qué puede servir esta película, aparte de para probar que
el director es capaz de contar de forma impecable algo que con alguna u otra
variación un porcentaje muy elevado de la población hemos experimentado en
carne propia. ¡Ya está!, me dije, puede servir para que dentro de mil años,
cuando ya la familia sea una herramienta arcaica del pasado más remoto para
organizar la sociedad y poder de paso reproducirnos sin tener que recurrir a
una berrea cada vez que los ánimos se calienten, la gente, o lo que sea, de
aquella época sepan cómo nos las gastábamos.
Y alucinen más o menos como nosotros lo
hacemos cuando pensamos en las cavernas y nos imaginamos al cavernícola camino
del páramo para cazar comida, pero con la certidumbre de las imágenes que este
director francés ha creado.
Cuando reproducirse ya sea una
cosa parecida a cargar una batería o cambiarle el filtro a la descalcificadora
y el sexo sea una cosa del pasado que no altere la vida de nadie, esta película
será un documental de un valor inapreciable por su exacto reflejo de cómo
pueden complicarse algunas veces las relaciones de pareja.
De cómo una relación de cariño y
deseo se convierte en una relación tóxica.
De cómo nos complicábamos al vida
tan gratuitamente.
Yo no sé de dónde le viene a los
franceses esa afición por reflejar la vida tal cual pasa, si ya pasa. Como no
sea que sufren de impenitente síndrome balzaquiano. Ya con “El juez”, de Christian Vincent, me quejé de lo mismo.
Este cine que empezó siendo
neorrealismo italiano y se ha convertido en cine costumbrista francés es
aleccionador, didáctico y sirve para destripar las relaciones y cada uno en su
interior hace servir aquello que le ataña más.
Los franceses inventaron el
cinematógrafo y algunas veces uno piensa que siguen proyectando Salida de la
fábrica (1895) y La llegada del tren a la estación (1895).
¿Qué le hubiera costado al
director o al guionista ponerle algún incentivo a la historia? Un asesinato, un
(o una) amante, un terremoto, una revolución, un niño que es secuestrado, la
suegra que aparece con un gigoló, que les toca la lotería y no pueden cobrarla
porque metieron el billete en la lavadora y se ha quedado arrugado. No sé, algo
que no se la simple y ramplona trasmisión de lo que pasa normalmente.
Porque lo que más rabia te da es
lo bien hecha que está, dirigida e interpretada. Por eso decía lo de servir
como documental para tiempos venideros.
Porque a mí esta película que no
me ha entretenido, ni me ha aburrido, ni me ha gustado ni dejado de gustar, me
parece como el agua que si tienes sed, cojonudo, pero si no tienes, mejor otra
cosa con sabor o droga. Y sed de lo que pasa en esta película, poca, porque
diluvian historias como estás en la vida de casi todos. Así que a esperar que
haya sequía en el futuro que dicen que de agua como la conocemos ahora habrá
poca y entonces sí, se proyecta. Para que se enteren de cómo nos mojábamos en
esta época. De desgracias y llantos.
Si no quieren ir a verla no
vayan, miren a su alrededor. Raro es que no se encuentren con la película en
versión “in situ”. Con caras conocidas, puede que incluso demasiado conocidas.
Aburridas.
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