viernes, 23 de junio de 2017

“American Pastoral” de Ewan McGregor (2017)



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Surgirá tras la proyección de esta película la misma pregunta de siempre cuando la historia está basada en un texto literario. ¿Es mejor el libro o la película? Y habrá contestaciones para todos los gustos. Contestaciones a una pregunta bastante absurda o, al menos, mal realizada.
Intentar poner quinientas páginas, como es este caso, en dos horas de proyección y pretender explicar lo mismo con miles de frases que con imágenes y sonido es una empresa condenada al fracaso. No se puede hacer. Igual que al revés, cosa poco frecuente. Es como comparar naranjas y plátanos. Son dos productos enteramente diferentes.
De lo que sí tiene sentido hablar es de si, el libro por un lado y la película por el suyo, las dos muestras de arte, han cumplido las expectativas y sin dos obras de calidad alcanzando cada una en los códigos de su disciplina la excelencia o se han acercado a ella.
Si cogemos un ejemplo paradigmático por alcanzar la excelencia en ambos campos, estoy hablando de “El corazón en tinieblas” de Josep Conrad, el libro, y “Apocalypse Now!” de F.F. Coppola, la película, veremos que de la misma idea han surgido dos historias diferenciadas pero con el mismo espíritu, que yo creo que debe ser el objetivo cuando se lleva una obra literaria a la pantalla. No es necesario ni replicar la época, ni los personajes, ni tan siquiera todo los sucesos. El guionista, seguramente debe de embeberse de la intención, del alma de la historia y después regurgitarla en modo película. Creo que Coppola lo captó muy bien y después lo supo llevar excelentemente al cine. Y ahí está, una obra maestra del cine.
Por eso no voy a comparar esta película con su homónima literaria, pero si me voy a ayudar de esta para entender la otra. Ya he dicho antes que entender en las imágenes lo que el autor te dice con frases es imposible.
Hablando del día de Acción de Gracias, fiesta típicamente americana, de reunión familiar y celebración colectiva de amor y patriotismo, Philip Roth, autor de la novela en la que se basa la película, dice: “Una moratoria sobre todos los motivos de queja y resentimiento para todos los norteamericanos que sospechan de todos los demás. Es la pastoral americana por excelencia y dura veinticuatro horas”.
Roth ya ha plasmado la intención de la historia. Está en la película, se muestra en ella. Yo ya lo sabía porque había leído la novela. Pero ¿Todos los espectadores lo sabían? ¿Lo plasmó bien el guionista? ¿Se podía ver en esas escenas de apacible familiaridad la tensión latente que hay entre los presentes? Se puede ver. Y se puede ser preciso si has leído el libro pero si no lo has hecho se presiente, se sospecha. Se paladea.
En otro momento del libro, en plena verborrea narrativa, tan típica de Roth, por boca del protagonista se expone el contrapunto doloroso del ahora, tras violaciones y asesinatos, en que todo ya ha dejado de ser posible con aquel pasado en el que, antes de la violación y los asesinatos uno estaba seguro de que la felicidad, el confort y la paz estaban garantizados. Eso no se dice en la película pero se muestra. Se puede oler en el dolor del padre, en la desnortada reacción de la madre.
Se han suprimido hechos, relaciones. Se ha alterado a algunos personajes y su preponderancia en el libro. Sólo son dos horas de cine. ¿Cuántas páginas se pueden leer en dos horas?
Pero la intención está, el alma se ve. Es la historia de los Levov, él, judío, atleta exitoso, y ella católica, ganadora de títulos de belleza, que se casan, enamorados, que tienen una hija. Los dos emprendedores, uno en la industria de la manufactura, y ella en una granja. Uno, de ascendencia sueca y ella, irlandesa. Como se ve a Roth no se le olvido evidenciar las diferencias y las mezclas que estaban haciendo a Estados Unidos grande y ejemplar para las demás naciones del mundo. En la película se dice, se insiste sobre ello. Está. Por si fuera poco al final, el alter ego de Roth, lo explicita: Nunca conocí a nadie que lo tuviera todo para ser feliz y que fuera tan desgraciado.
Son los Estados Unidos de los años sesenta y setenta, en que estaba todo puesto para seguir siendo el modelo para el resto del mundo, pero algo fracaso, llegó la guerra de Vietnam, la rebelión sexual y musical, el activismo social que desencadenó una ola de atentados, los problemas raciales sin resolver y los Levov, toda la América burguesa, motor del país, se vino abajo.
Una tragedia con tintes shakesperianos es lo que se puede ver en esta más que correcta adaptación del libro del mismo nombre, con unos actores principales muy correctos, una ambientación primorosa y la excelente tropa de secundarios que ya son marca de la casa en el cine americano. Nada más ver a David Strathairn, supe que sería el alter ego de Philip Roth, como así fue. No es el protagonista y de los secundarios es de los más secundarios, pero la encarnación que hace plasma perfectamente la figura altiva, humilde, compasiva, plena de contradicciones del “personaje autor” Philip Roth. Los que le hemos leído lo sabemos.  En algún momento tendrá que empezar a hablarse de los actores secundarios como elementos claves de muchas películas, más que las propias estrellas. Será un momento ganado a pulso y más que merecido.
En resumen, la historia de un hombre, de su familia, de un país. Nada está garantizado, la tragedia siempre está a la vuelta de la esquina y cae sobre cualquiera. Hay, como no podía ser de otra manera, hablando de mundos y sociedades en crisis, ecos de “El mundo de ayer” de Stefan Zweig.
No es una obra maestra del cine como la novela no es una obra maestra de la literatura, pero ambas en sus mundos lucen, a mi modo de ver, en lo más alto y respetable. Y tienen la misma alma, la misma intención. Lo imprevisible de nuestras vidas.

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