Surgirá tras la proyección de esta película la misma
pregunta de siempre cuando la historia está basada en un texto literario. ¿Es
mejor el libro o la película? Y habrá contestaciones para todos los gustos. Contestaciones
a una pregunta bastante absurda o, al menos, mal realizada.
Intentar poner quinientas páginas, como es este caso, en dos
horas de proyección y pretender explicar lo mismo con miles de frases que con
imágenes y sonido es una empresa condenada al fracaso. No se puede hacer. Igual
que al revés, cosa poco frecuente. Es como comparar naranjas y plátanos. Son
dos productos enteramente diferentes.
De lo que sí tiene sentido hablar es de si, el libro por un
lado y la película por el suyo, las dos muestras de arte, han cumplido las
expectativas y sin dos obras de calidad alcanzando cada una en los códigos de
su disciplina la excelencia o se han acercado a ella.
Si cogemos un ejemplo paradigmático por alcanzar la
excelencia en ambos campos, estoy hablando de “El corazón en tinieblas” de
Josep Conrad, el libro, y “Apocalypse Now!” de F.F. Coppola, la película,
veremos que de la misma idea han surgido dos historias diferenciadas pero con
el mismo espíritu, que yo creo que debe ser el objetivo cuando se lleva una
obra literaria a la pantalla. No es necesario ni replicar la época, ni los
personajes, ni tan siquiera todo los sucesos. El guionista, seguramente debe de
embeberse de la intención, del alma de la historia y después regurgitarla en
modo película. Creo que Coppola lo captó muy bien y después lo supo llevar
excelentemente al cine. Y ahí está, una obra maestra del cine.
Por eso no voy a comparar esta película con su homónima
literaria, pero si me voy a ayudar de esta para entender la otra. Ya he dicho antes
que entender en las imágenes lo que el autor te dice con frases es imposible.
Hablando del día de Acción de Gracias, fiesta típicamente
americana, de reunión familiar y celebración colectiva de amor y patriotismo,
Philip Roth, autor de la novela en la que se basa la película, dice: “Una
moratoria sobre todos los motivos de queja y resentimiento para todos los
norteamericanos que sospechan de todos los demás. Es la pastoral americana por
excelencia y dura veinticuatro horas”.
Roth ya ha plasmado la intención de la historia. Está en la
película, se muestra en ella. Yo ya lo sabía porque había leído la novela. Pero
¿Todos los espectadores lo sabían? ¿Lo plasmó bien el guionista? ¿Se podía ver
en esas escenas de apacible familiaridad la tensión latente que hay entre los
presentes? Se puede ver. Y se puede ser preciso si has leído el libro pero si
no lo has hecho se presiente, se sospecha. Se paladea.
En otro momento del libro, en plena verborrea narrativa, tan
típica de Roth, por boca del protagonista se expone el contrapunto doloroso del
ahora, tras violaciones y asesinatos, en que todo ya ha dejado de ser posible
con aquel pasado en el que, antes de la violación y los asesinatos uno estaba
seguro de que la felicidad, el confort y la paz estaban garantizados. Eso no se
dice en la película pero se muestra. Se puede oler en el dolor del padre, en la
desnortada reacción de la madre.
Se han suprimido hechos, relaciones. Se ha alterado a
algunos personajes y su preponderancia en el libro. Sólo son dos horas de cine.
¿Cuántas páginas se pueden leer en dos horas?
Pero la intención está, el alma se ve. Es la historia de los
Levov, él, judío, atleta exitoso, y ella católica, ganadora de títulos de
belleza, que se casan, enamorados, que tienen una hija. Los dos emprendedores,
uno en la industria de la manufactura, y ella en una granja. Uno, de
ascendencia sueca y ella, irlandesa. Como se ve a Roth no se le olvido
evidenciar las diferencias y las mezclas que estaban haciendo a Estados Unidos
grande y ejemplar para las demás naciones del mundo. En la película se dice, se
insiste sobre ello. Está. Por si fuera poco al final, el alter ego de Roth, lo
explicita: Nunca conocí a nadie que lo tuviera todo para ser feliz y que fuera
tan desgraciado.
Son los Estados Unidos de los años sesenta y setenta, en que
estaba todo puesto para seguir siendo el modelo para el resto del mundo, pero
algo fracaso, llegó la guerra de Vietnam, la rebelión sexual y musical, el
activismo social que desencadenó una ola de atentados, los problemas raciales
sin resolver y los Levov, toda la América burguesa, motor del país, se vino
abajo.
Una tragedia con tintes shakesperianos es lo que se puede
ver en esta más que correcta adaptación del libro del mismo nombre, con unos
actores principales muy correctos, una ambientación primorosa y la excelente
tropa de secundarios que ya son marca de la casa en el cine americano. Nada más
ver a David Strathairn, supe que sería el alter ego de Philip Roth, como así
fue. No es el protagonista y de los secundarios es de los más secundarios, pero
la encarnación que hace plasma perfectamente la figura altiva, humilde,
compasiva, plena de contradicciones del “personaje autor” Philip Roth. Los que
le hemos leído lo sabemos. En algún
momento tendrá que empezar a hablarse de los actores secundarios como elementos
claves de muchas películas, más que las propias estrellas. Será un momento
ganado a pulso y más que merecido.
En resumen, la historia de un hombre, de su familia, de un
país. Nada está garantizado, la tragedia siempre está a la vuelta de la esquina
y cae sobre cualquiera. Hay, como no podía ser de otra manera, hablando de
mundos y sociedades en crisis, ecos de “El mundo de ayer” de Stefan Zweig.
No es una obra maestra del cine como la novela no es una
obra maestra de la literatura, pero ambas en sus mundos lucen, a mi modo de
ver, en lo más alto y respetable. Y tienen la misma alma, la misma intención.
Lo imprevisible de nuestras vidas.
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