Las caballerías y algunos animales son
equipados, algunas veces, con anteojeras para que no puedan ver si no lo que
acaece delante de ellos, con el fin de que no se asusten al ver lo que pasa a
los lados. Deben girar la cabeza para ver lo que sucede en los laterales. Y
algunas veces ni eso, pues no se les permite, mediante el yugo, girar la
cabeza. Cuando no son aguijoneados para que vayan más deprisa o para que no
decaiga el ánimo. No sabremos nunca cómo sus cerebros asimilan la situación. No
hablan, no lo cuentan, no lo escriben.
Pero los seres humanos sí.
Leyendo a Christoph Hein y acordándose uno de
Albert Camus, no se tarda nada en llegar a la conclusión que el sistema
comunista fue no sólo un constructor de “extranjeros” si no de toda una
sociedad en la que no sentirse un “extranjero” era lo extraordinario.
Las relaciones humanas gélidas, los
sentimientos helados y las frías vidas de seres apadrinados por el Estado hasta
cuando dormían venían a añadirse a “l’ennui de vivre” que siempre aqueja al ser
humano.
El extranjero de Camus no lleva anteojeras,
las siente. No cabecea, ni se gira, no se rebela. Los extranjeros de Hein sí lo
hacen, intentan sentir de una manera libre, pero en una sociedad sin libertad,
ni aliciente, no hay escapatoria, llegas al mecanicismo inevitable de los
corazones. La protagonista de esta historia lo sabe, se baña en sangre de
dragón procurando no dejar ningún resquicio de piel vulnerable. Para poder
seguir subsistiendo, sobreviviendo.
Las frases cortas, la inexistencia de las
descripciones y frases del tipo:
“…Anne es tres años mayor que
yo. Era dentista y tuvo que dejar la profesión.
Sus muñecas tienen cierta
tendencia a inflamarse. Volvió a estudiar y ahora es anestesista. Tiene cuatro hijos y un marido
que la viola una vez cada dos semanas.
En general duermen juntos y con
regularidad, según cuenta, pero de vez en cuando,
él la viola. <Necesita
hacerlo>, dice…….”
Más o menos así durante doscientas páginas.
Los apartamentos que no se pueden dejar
porque si lo haces son asignados a otras personas, los cargos a los que accedes
si perteneces al partido., las relaciones humanas que se tiñen de esa distancia
que propicia el mecanicismo del sistema. No hay escapatoria si no huida. Una
huida física o una huida mental. O una permanencia aniquiladora.
La exaltación, la pasión, la esperanza son
aderezos que nos gusten o no, necesitamos para vivir. Sin ellos los
cardiogramas o los encefalogramas tienden a la planicie. Donde gritos,
susurros. Donde abrazos, roces. La vida en fotografía.
Eso es la narrativa de Christoph Hein,
refleja un panorama. La de Camus, un estado humano. La de Bernhard, todo el
libro tiene su eco, una elección. Porque es lo que hay. Porque es lo que siento.
Porque es lo que elijo. Respectivamente.
En los tres casos literatura incandescente.
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