La película está ambientada a comienzos de los
años noventa, hace cuatro días, en Georgia, en Abjasia. Ante el derrumbe de la
URSS, las republicas que la conforman inician sus propios procesos de
conformación. Georgia es una de ellas. En algunas de estas republicas las minorías
que han vivido bajo la protección de Rusia se sienten amenazadas e intentan independizarse
con la ayuda de pueblos hermanos. Los abjasios son una de ellas en Georgia.
En el enfrentamiento entre georgianos y abjasios,
una cantidad considerable de estonios que residen en el país se siente
abandonada. Por Rusia, por Georgia y por Abjasia. Deben emigrar y volver a su
país. Esta película es la historia de uno que decidió quedarse.
Nada hay en este film que no sea correcto, ni
el desarrollo de la historia, muy lineal, al hilo de los sucesos que va
contando, ni la interpretación de los actores, absolutamente abducidos por lo
que estaban interpretando, ni el mimo con que el director ha cuidado los
pequeños detalles: Esa cinta de casete tan manipulada por el soldado georgiano
y que en la escena final cobra su sentido en manos del mercenario checheno.
Esas fotos familiares de otros tiempos de paz y felicidad. Esos diálogos
constantes sobre los problemas para comercializar las mandarinas. Esos diálogos
sobre las comidas típicas de cada pueblo. Y la tozudez y resignación del
personaje central que ya nada espera pero que no ha renunciado a su “ser
humano”, haciendo té una y otra vez.
Pero he salido cansado de la sala. Le he
comentado a mi hermano y a mi cuñada que salían conmigo de la proyección,
rodeados de los demás asistentes, la mayoría compungidos y conmovidos por lo
que acabábamos de ver,
-Y si ahora en la calle hubiese una
cincuentena de sirios, procedentes de la diáspora de su guerra y nos
preguntaran: ¿Os ha gustado la película?
Estoy cansado de ver películas sobre lo abominable
que es la guerra. Y llegar a casa y poner la televisión y ver y escuchar que en
Austria se ha interceptado un camión que llevaba en su interior setenta y un emigrantes
que han perecido asfixiados.
El cine hace lo que puede para concienciarnos,
además con calidades la mayoría de las veces sobresalientes. Y hay que hacerlo.
Sé que no se puede permanecer indiferente ante estos hechos. Pero, ¿por qué
siguen pasando? ¿Por qué se les sigue vendiendo armas a estos países?
¿Cómo interpretar que los cines estén llenos
de personas viendo estas películas y los dirigentes que han sido votados por
estas personas no se interesen en parar estas guerras? O incluso algunas veces
las provocan. USA es paradigmático en eso. Por ejemplo, provoca la guerra de Vietnam
y después va Francis Ford Coppola y hace una de las mejores películas de guerra
de todos los tiempos.
¿De verdad salimos compungidos y apenados de
estas películas o ya es una postura atávica, complaciente e incluso redentora que
por el sólo hecho de ir a verlas nos libera de algo de culpabilidad?
Yo mismo. ¿De qué sirve que escriba esta
queja, este lamento, si voy a seguir de espectador?
¿No sería lo mejor no ir a verlas? Ya que no
puedes hacer nada, no hacerte cómplice de saberlo.
Caigo en la cuenta, al final de la reseña,
que quizás se haya hecho para que la gente haga reflexiones como ésta y que
sean todavía un poco más antibelicistas de lo que eran, como me pasa a mí.
O para que cuando compremos un pantalón, o
una cámara fotográfica o nos comamos una mandarina nos preguntemos cual ha sido
su trazabilidad, esa palabreja que a buen seguro en algunos de los productos
que consumimos está llena de abusos, sangre e injusticia.
Así que bienvenidas películas como ésta, tan
humanas y contundentemente concienciadoras. Vayan a verla. Una película sobre
el absurdo no de nuestro tiempo, si no de nosotros mismos. Que mata, pero
absurdo.
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