Esta película que tiene varios defectos, descompensada
e irregular, merece la pena ser vista. Por la sencilla razón de que es muy
ambiciosa. Trata de explicar lo inexplicable. Cuando se quiere contar lo incomprensible,
de ahí quizás el surrealismo y lo ilógico de algunas escenas, suele suceder que
como geiseres surgen atisbos, fragmentos de lo que se desea narrar pero no se
consigue hilar una historia dónde quede plasmada esa explicación en toda su
extensión. Quizás porque no la hay. Y es que el ser humano es cotidiano y
aburrido. La búsqueda y prolongación de la magia que a veces nos asalta puede
dejarnos enganchados para toda la vida. Quizás ésta era una narración para la
página y no para la pantalla.
Cuando uno ha experimentado la magia en la
vida……… no sé, una mirada, un pensamiento, un instante de comunión con la
naturaleza, cuando uno siente que la vida puede ser intensa siempre ya no se
conformará jamás con menos y la vida cotidiana se convierte así en una rutina
agotadora y decepcionante. Aunque casi todos nos resignamos y esperamos, sin
dejar por eso de vivir.
En esta película se nos cuenta cómo un hombre
ya viejo, con su vida casi gastada, a la deriva, coge el último autobús a la
cotidianidad y da por perdida la magia, aunque haya ese guiño final del mimo
que parece darnos algo de esperanza. O quitárnosla, indicándonos que si
queremos siempre magia hay que ir al circo, a ver magos…..o mimos, pero no
esperarla de la vida, al menos a todas horas.
Ese hombre viejo y decrepito, el director
quiere remarcarlo, es el Sr. Mangelhorn, que no vive la vida que va sucediendo.
Se ha comprometido con unos principios férreos, esperando a Clara, su paraíso perdido.
Su hijo multimillonario, su ex-esposa, su nieta a la que adora pero que no le
llena, su conocida del banco, su gata…todo conforma una estación de espera a la
que no llega el autobús deseado… y se desespera…en vano. La vida es así. Al
final, como he dicho, claudica.
Ésta es la historia en sí. En cuanto a lo
propiamente cinematográfico, las escenas están articuladas sin ritmo, sin
conexión a veces y con detalles que se quedan en promesas que no cuajan. Remarcar
que cuando se trabaja con un actor como Al Pacino se corre un serio peligro del
que es muy difícil salir airoso. El actor se puede comer la película, que es lo
que pasa aquí. Un actor grandioso en una película no grandiosa es como una
farola en un escenario oscuro, se ve la farola pero queda desdibujado el resto.
Para un actor grandioso se necesita un escenario que esté a su altura. Nunca
olvidaré unas escenas de “El último tango en París”, otra historia de hombre a
la deriva, con el rostro de Marlon Brando en primer plano. Jamás el cine ha
plasmado como en ese fragmento la desesperanza, la desilusión y la amargura de
la vida infeliz. Pero es que la peli de Bertolucci estaba a la altura de Marlon
Brandon. Toda la película lucia clara y diáfana. La luz que despedía Brandon
sólo contribuía a enriquecerla en matices. En ésta, demasiado actor para una
película con muy buena intención pero que no acaba de cuajar. Aún así hay que
ir a verla. Por Al Pacino y por los destellos de gran película que tiene.
No he dicho nada de Holly Hunter porque,
correcta y equilibrada, en la penumbra bastante tiene con sobrevivir,
cinematográficamente hablando.
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