Hay un momento álgido en la película y una
tesis permanente durante su desarrollo. Son dos aspectos del film que lo nutren
de sustancia y de algo más que entretenimiento, que puro entretenimiento.
Cuando la vida de las personas está en tus
manos, decidir quién vive y quién no, es un momento de poder absoluto que a las
personas compasivas y humildes pone en una situación insostenible, en la que
normalmente se suelen venir abajo. No quieren saber nada de tamaña responsabilidad.
Esto trae como consecuencia que normalmente nos dirija gente capaz de
sobrevolar lo que es la vida de un ser humano para contemplar ese concepto tan
ajeno a nosotros que se llama “La vida humana”, aunque parezca una contradicción.
“La vida humana” no es la vida de tu vecino o de tu hijo o de tu esposa o de tu
amigo. Es un concepto que tranquilamente permite a algunos seres humanos lanzar
bombas sobre ciudades pobladas, enviar ejércitos a muertes seguras y aprobar
recortes que arruinaran las vidas de muchos seres humanos pero seguir adelante
con “La vida humana”. Peliaguda cuestión
que acerca a los grandes genocidas y los grandes estadistas. Algunas veces
confundibles. Sólo hay que hacer el esfuerzo, pequeño, de pensar quién hubiera
sido el genocida y quién el estadista, si la Segunda Guerra Mundial la hubiese
ganado Alemania.
¿Qué cómo se soluciona, si no, estas situaciones?
Pues probablemente no llegando a ellas. Con la prevención.
Este es el punto álgido de esta película y
que resuelve el hombre sobre el cual recae la tesis de la que hablaba al
principio. Un hombre al que la sociedad, cuando era un niño, arrojó de su seno
y maltrató por el hecho de ser diferente, lo que le obligó a buscarse los
medios de sobrevivir, lo que le trajo un fortalecimiento y el desarrollo de
unas capacidades que “a posteriori” contribuyeron a que la sociedad recurriera
a él y momentáneamente lo volviera a admitir para después, una vez servido de él, volver a arrojarlo
de su seno, esta vez definitivamente.
Una muestra de cómo funciona el rebaño que
llamamos sociedad. Te ofrece protección, cobijo y hasta estímulo. A cambio hay
que cumplir unas normas implacables y variables a lo largo del tiempo. Unas
normas, cuyo incumplimiento, en una época te llevan al suicidio o la
marginación social y en otras, ese incumplimiento es contemplado como mera travesuras o incluso te
puede dar prestigio. Un lio. Si no fuese por lo trágico que es. Ahí está Giordano
Bruno, quemado vivo por decir que la Tierra era redonda y giraba alrededor del
Sol. Que hoy lo dice mi sobrino de seis años y uno exclama,
-¡Que niño más listo!
O la persecución que en países como Rusia
sufren los homosexuales actualmente. O ese empecinamiento en condenar a las
putas por vender su cuerpo en una sociedad en la que parece que se puede vender
de todo menos lo que es más tuyo que parece que es de todos. ¿Y que me dicen de
ser impuro si comes cerdo allí, perro allá o conejo en el otro lado?
Me he ido del cine. Vuelvo.
Indican los créditos que es una película de
producción británico-estadounidense y dirigida por un noruego pero la factura
es netamente inglesa. En cada fotograma del film se respira la sobriedad que ha
hecho famoso al cine inglés: El detallismo en los decorados y la contención de
los actores, el actor protagonista tenía campo para sobrepasarse y sin embargo
se mantiene en un equilibrio que le da toda la veracidad posible.
El discurrir de la historia, acompañada de unos
“flashback” teñidos de ese rememorar que todos sufrimos cuando nos dejamos en
el pasado asuntos pendientes o dolorosos, está al servicio de un causa muy
concreta: Explicar como un individuo con un corazón “desviado” y una mente
privilegiada en pleno siglo XX sufrió por ambas cosas la incomprensión y el
desprecio, a pesar de haber sido el artífice de una maquina que dio paso a los
ordenadores y permitió descubrir los movimientos de los nazis en la segunda
guerra mundial.
Una excelente película a la que no le encuentro
más que virtudes y ningún defecto. Para disfrutar aprendiendo y reflexionando.
Espero.
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