Sorprendente y extraña propuesta cinematográfica la de este
director griego que, empapado de todo el cine que se ha hecho hasta ahora, no
deja de utilizarlo para construir una historia que cuanto menos te atrapa con
el cebo de, qué querrá decir, qué tesis hay, si es que hay alguna, y cómo
acabará el asunto, si habrá un desenlace o no.
Me apunto a que sí hay una intención filosófica, de
reflexión, sobre el aprendizaje humano, sobre la necesidad de construirse a
base de mirar y escuchar, un aprendizaje que está indudablemente en todos los
que nos rodean y que puede ser tan óptimo o tan pésimo en función de una
pluralidad de factores tan enorme que no son la suerte y la genética los menos
influyentes de ellos.
Así que si se acotan y limitan estos factores es posible que
esa protección o esa educación, que pretendemos la mejor para nuestros
vástagos, igual podemos llevarla a cabo.
Y con este escenario
se lleva a cabo la intención arriba señalada. Pero de manera insuficiente,
el guion no convence, quedándose en un apunte de algo que podía haber rayado
más alto, no quedarse en lo anecdótico y prosaico, con una trabazón que no
permite una mínima verosimilitud, moviéndose todo la proyección, durante todo
el metraje, entre lo humorístico, lo paródico, lo surrealista y lo casero. Un
apunte, una acuarela simpática, con más agua que color.
El final viene a corroborar la falta de profundidad y el
agotamiento de la correa imaginativa que deja en manos del espectador la
solución. El qué será, será.
Los planteamientos de Yorgos Lanthimos son
originales, en “Alps” da otra muestra de ideas con aliento, pero que al salir
al relente del arte cinematográfico se diluyen y quedan en vanos intentos de
cuajar algo que se vislumbra pero no se acaba de concretar.
En este tipo de cine de autor hablar de la
interpretación de los actores es normalmente algo intrascendente porque la
sombra del director planea sobre cualquier gesto o pestañeo de los mismos. El
afán acaparador del autor hace vanos los otros complementos, a menos que el
creador acaparador los considere necesarios. Que no es el caso. Todo es la
idea.
¿Merece la pena ir a verla? Pues sí.
Pero es de esas obras de arte a las que hay
que ir con el saco de Buñuel lo más lleno posible para poder saborear todo lo
que el film deja cosido con alfileres.
No deja indiferente, que dicen algunos,
aunque de cine con guion, interpretaciones, fotografía, ritmo, casting y esas
cosas, poco.
Todo supeditado al genio del director.
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