martes, 21 de noviembre de 2017

“Un minuto de gloria” de Kristina Grozeva (2017)



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Lo más sobresaliente de esta película, para el espectador medio, es enterarse de que en Bulgaria también hacen cine y de que el ser humano allí posee las mismas virtudes y defectos que aquí.
Me gustaría saber a mí la atención que esta película habría recibido de ser de producción española. Pero como es búlgara. Quien dice búlgara, dice turca, afgana, iraní o esquimal… que sea exótico. Rodaje lento, cámara vacilante, así en plan aficionado y planos eternos. Poco dialogo, no vayamos a decir tonterías. En boca cerrada no entran moscas.
Hay películas excelentes, españolas, que ni salen a las salas de cine, y sin embargo nos desvivimos por mediocridades llegadas de lejanas tierras. Lo que se llama ser provinciano. Todo lo de la ciudad es bueno, todo lo ajeno es mejor. Y si llega de países maltratados, el acabose. Confundimos solidaridad con exigencia artística.
Fui a verla acuciado por la lista de premios que había recibido y por las dos frases escuetas y simples del cartel: “impresionantes interpretaciones” y “Una lección de cámara y montaje”.
Creo, modestamente, que el crítico que afirma “impresionantes interpretaciones” confunde interpretar con representar. Pues es difícil que un hombre barbudo, con gorra, más estático que un espantapájaros y tartamudo, sin apenas frases, pueda interpretar nada, transmitir nada. Eso sí, representar mucho. De hecho es lo que es en la película: La representación del humilde obrero, burlado, estafado y explotado en la sociedad poscomunista búlgara. Más teatro que cine. En cuanto a los demás actores, me han dejado bastante frío y eso que le he puesto ganas.
Lo de la lección de cámara y montaje, pues bueno. Empiezan a estar muy visto esos montajes que buscan la semejanza con el aficionado, buscando la espontaneidad y la frescura, quizás debido al abaratamiento de costes o quizás cumpliendo las sagradas reglas de lo directo. A mí me parece que son estrategias muy respetables pero que al artista lo merman. Es como si corrieses los cien metros y tuviese que hacerlo de espaldas.  Así no hay manera de bajar de los diez segundos.
No hay en el film originalidad, nada de creatividad, situaciones mil veces vistas y un final millones veces sugerido. Ninguna razón para que ande por nuestras salas mientras algunas nuestras no pueden ver el Sol. Repito, provincianismo. Lo de los premios, ellos sabrán.
Lo del juego de palabras del título, que los sospecho, queda perdido en la traducción. Vaya por Dios.

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