En la fecha que este libro fue escrito, 1936, viajar estaba
circunscrito a los seres humanos que lo hacían por obligaciones de diferente
índole, profesional, familiar, política, y una minoría a la que la curiosidad
les podía más que cualquier dificultad que pudiesen arrostrar. Aurora Bertrana
es de estas últimas personas y además mujer, dificultad añadida. Seguramente
ser hija del escritor Prudenci Bertrana le limo ciertas dificultades. Y ser
periodista.
Aurora Bertrana viajo a diferentes partes del mundo, lejanas
y exóticas, con la intención de saber más del ser humano, de contarlo y de
completarse como persona sólo por el hecho de ver otras culturas, otras
perspectivas de vida y otras esperanzas.
Hoy viaja todo el mundo, unos por placer, el primer mundo,
otros por necesidades de sobrevivir, el tercer mundo, pero sigue siendo minoría
la gente que busca en el viaje no un destino si no el mismo viaje. Una minoría
más amplia que la de hace ochenta años pero minoría. Los viajes absurdos que te
trasladan a un lugar inhóspito para enseñarte lo “típico” suele ser lo más
común. Viajar, no sé para qué.
En este libro Aurora Bertrana se planta en Marruecos e
intenta desvelar los modos y vidas de una sociedad musulmana, que si hoy sigue
siendo, misteriosa, entonces también tenía mucho de la fantasía de “Las mil y
una noche”. Ahora esa forma de vida, esa cultura, que ya no recuerda al libro
mágico de Sherezade se desarrolla en muchas casas de nuestras ciudades, tras las
puertas de muchos domicilios, y nadie parece sentir si no una sorprendente
indiferencia. En nuestro mundo actual la esencia del viaje está delante de
nuestras narices. Algunas cosas no parecen haber cambiado mucho a pesar del
paso del tiempo y de la evolución de los movimientos migratorios. Aquí y en
cualquier lugar del mundo. Quien viaja, aprende y reflexiona,
“Pero entre los que ganan y los
que pierden, en el peligroso juego de la sociedad,
hay un sector mediano, de pobres,
buenos y conformados ciudadanos, que pierda
quien pierda y gane quien gane,
permanecen siempre en el mismo lugar, es decir
en la zona sombría y callada de
sus sueños…”
La comparación, inevitable, surge y frente al sometimiento
que sufren las mujeres árabes, principal objetivo de su aventura en Marruecos,
y las sospechas y el control que surgen en las sociedades autoritarias e
injustas, surge el sometimiento que se padecía en España, que ella ilustra
contando sus esfuerzos por satisfacer a su confesor que le pedía una y otra vez
pecados y ella, que buscaba y buscaba en su acontecer diario sin encontrarlos,
“Y entonces, tanto el confesor
como yo nos separábamos tristemente, el con deseo de más pecados y yo
avergonzada por no poder ofrecérselos…”
O cuando habla de la corrupción,
“ni los
salvajes de la zona marroquí insumisa son más saltadores de caminos que
muchos políticos y financieros
europeos, ni las rutas del Atlas más escabrosas que
los despachos
de los editores, ni las serpientes tan venenosas como ciertos compañeros de profesión”
Nunca olvida Aurora Bertrana su humanidad y en un lance en
el que está poniendo en peligro la supervivencia de un hombre debido a sus
ganas de inquirir y saber, se pregunta,
-
¿Perjudicaras a un hombre por escribir un libro?
-No lo
creo- respondió humildemente mi segundo yo.
-¿Serás
más literata que humana?
-¡Dios
me guarde!
Tampoco falta el humor y la ironía en este paseo por aquel
Marruecos que sobrevivía entre sus costumbres y el acoso imperialista de
españoles y franceses. Harto divertido es el relato de cómo en los medios de
transporte público, los roces y las refriegas, en busca del otro sexo, era
práctica cotidiana. Después de describir una situación de hacinamiento
intersexual en un autobús repleto de viajeros y de cómo los roces se
multiplican y se buscan,
“Y aquellas temerosas musulmanas
que no fallaban nunca, comienzan a debilitarse gracias (¡Oh, dolor! ¡Oh, pena!)
a los medios de comunicación modernos.
¡Alerta, musulmanes! Las viejas
tradiciones del Marruecos guerrero, cauteloso y fanático peligran.
Toda vuestra juventud
nacionalista, con sus anhelos modernizadores, con sus gorras de pelo, sus
mangas estrechas, bebiendo cerveza y gritando: ¡Cultura, cultura!, me dan menos
miedo que la carne femenina rozándose con la carne cristiana en el brasero
voluptuoso de una plataforma!
¡El islam morirá en los
autobuses!
En fin, un libro que hay que
situar en su momento para poder aquilatarlo en todo su valor, pero que sin
embargo encierra enseñanzas, todavía hoy necesarias, y un modo de entender el
mundo y a la humanidad que no sólo no debería ser olvidado si no que cada vez
debería ser más puesto en práctica. Curiosidad y compasión como herramientas
para llegar al conocimiento.
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