La técnica de los “narradores a medias”, no me parece lo más
sobresaliente de la narrativa de O’Hara, ni esa manera suya, chispeante y
directa, de contar a través de los diálogos y también de a través de esos
diálogos retratar los personajes, si no ese pacto que debe haberse acordado en
algún incierto lugar, donde se almacenan los narradores no natos
norteamericanos que cuando nacen vienen con una misión bajo el brazo:
Radiografiar a los americanos en su tinta y nunca mejor dicho. El ambiente, la
sociedad americana que nos muestra John O’Hara es su misión.
Dorothy Parker tenía esa misión pero no pudo mantener el
pulso y su narrativa escoró hacia el mundo del espectáculo. Su maravillosa
capacidad para el sarcasmo, algunos malévolos lo llaman cinismo, la alejó del
retrato social para dejarla caer en el mundo de las bambalinas. Quedó fuera
todo el resto de la sociedad de aquel momento.
A O’Hara no le pasa eso. John O’Hara es ese anfitrión que te
recibe a la puerta del cuento, te explica cuatro cosas someras y después te
deja que escuches y saques tus propias conclusiones. Toda la sociedad desfila
por su pluma, cabe en su narrativa, al menos la de los blancos, tampoco hay que
ser tan exigente. Te lees los cuentos de O’Hara y después puedes decir que
conoces perfectamente al WASP (White Anglo-Saxon Protestant) de la “pre y post”
segunda guerra mundial. Y si has leído a Raymond Carver con anterioridad
pensaras que eres un arqueólogo.
Comprendes que la misión de Carver era continuar la labor de
O’Hara.
Después de leer lo que les sucede a los personajes de O’Hara
uno entiende que los hijos y los nietos de esos personajes, que son los
personajes de Carver, no pueden comportarse de otra manera.
Yo me preguntaba, ¿De dónde saca Carver tanta desolación,
desanimo, desgarro? Me parecía que su narrativa era como una venganza, cuando
en realidad era una continuación.
O’Hara como principio de Carver.
Por ejemplo, el cuento “Exactamente ocho mil dólares
exactos” es, para entendernos, si fuera un cuchillo, como si tuviese no sólo
dos filos, Carver, sino que el mango también sería otro filo, O'Hara. Lo cojas por donde lo
cojas te cortas. Si quieres cortar o pinchar a alguien, ya sabes. Un cuchillo
fabricado en una de esas fábricas míticas norteamericanas donde todo lo que se
hacía duraba toda la vida, para lo bueno y para lo malo.
Raymond Carver convierte ese cuchillo en un cuchillo más
comercial, con parecidas características, adquirible en cualquier centro
comercial o bar de barrio residencial.
Eso en cuanto al tema, en cuanto a la forma creo que O’Hara
es superior a Carver. Quizás no tan potente, tan cortante pero es más exigente,
tiene una prosa que da la sensación de que llega tarde a algún sitio. Como el
conejo de Alicia, con destino incierto, no se detiene. No se para en
descripciones, ni en reflexiones de ningún tipo. Hay que contar algo antes de
que el que escribe, o el que lee, se largue. Acabe de leer “El hombre de la
ferretería” y estaba acezando.
En “Atado de pies y manos”, donde se narra como la costumbre
de un empleado de banca de ir en mocasines al trabajo desata un conjunto de
reflexiones y actitudes ante tal hecho de los cuatro personajes que intervienen
en el relato, consigue esculpir no los rasgos físicos si no los rasgos del
alma. Lo que para alguien que está acostumbrado a mirar caras y almas de una en
una, de pronto cuatro es muy fatigoso. Además lo hace con los diálogos. Un
virtuoso.
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