Si una película se hace para entretener y sorprender, ésta
lo hace de sobra. No hay un discurso lineal en la narración y en varias
ocasiones el director nos da esquinazo y
de una lógica progresión pasamos a una sorprendente continuación hasta que por
fin en el último cuarto de la película se centra y ya sabemos hacia dónde
vamos. Esto a mí me gusta especialmente. Pues no sólo estás expectante por cómo
acabará la película sino que además no sabes por dónde discurrirá, ni que es,
de todo los posible, aquello que se nos quiere contar. Lo que es la mar de
entretenido.
Iñaki Dorronsoro que además de dirigir, es el guionista, no
ha perdido de vista en ningún momento que el film iba dirigido al público y
está muy por ese objetivo. Hasta el último fotograma. ¿Será ella o será la
otra?
Un guión que seguramente en la conexión de las diferentes
ramas que lo componen se dispersa un poco pero que queda compensado por los
excelentes diálogos, ocurrentes e ingeniosos, con bastante sustancia además.
Las interpretaciones dan para varias “masterclass”.
Luis Tosar consigue no cansar a pesar de ver su rostro
película tras película, aquí con barba, gafas y un matiz de secundario de lujo
que construye el espacio en que los otros dos protagonistas se enfrentan como si
de la arena en que desarrollar sus personajes se tratara.
Hierático, distante y frío pero sin pasarse Alain Hernández
muy a lo “garycooper” y un Javier
Gutiérrez inmenso en otra creación de un personaje desvalido, un poco golfo que
ofrece mil matices para que el alma de su personaje luzca en toda su miseria.
Me ha encantado.
Una película más, y ya van unas cuantas, en las que el cine
español tiene más que categoría internacional y si sucede que no se exporta no
será porque el producto no lo merezca si no porque quizás la otra parte de esta
industria nuestra, la comercial, no esté a la altura de lo que se produce.
Una historia con unos personajes a su servicio. Y merece la
pena. Mucho.
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