viernes, 19 de mayo de 2017

"Florence Foster Jenkins" de Stephen Frears (2016)



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Sabemos que con dinero se puede hacer de todo, así que las aventuras de esta buena mujer no tienen nada de sorprendente. Y menos en los USA, donde han llegado a ser presidentes del país Ronald Reagan, un actor de carácter, que es lo que se dice de un mal actor que toda su vida hace el mismo papel, o sea ninguno, hace de él y ya está; George Busch Jr., el hijo tonto y mentiroso de otro presidente o Arnold Schwarzenegger, otro actor de carácter, que llegó a gobernador de un estado, California, unas cuantas veces más grande que España, o sin ir más lejos, ahora mismo, Donald Trump, que con su dinero ha saltado por encima de todos los demás candidatos del parecido republicano. Que Donald Trump viene a ser una Florence de la política. El problema es que en política puede dar el pego. Porque gallos ha hecho unos cuantos y desafinar…… bueno creo que el problema que tiene es que nunca está afinado. Claro que su rival, la esposa de otro presidente…… ¡Dios mío y es el país más poderoso del mundo! ¿A qué vamos al cine?
Vuelvo a la película.
Si por un lado las aventuras de Florence no deben sorprender, lo que si sucede es que conmueve ver como la pasión por algo y la mediocridad, se convierten en un cóctel difícilmente resistible. Por eso los otros dos protagonistas acaban abducidos por la fantasía de esta enamorada de la música a la que la naturaleza no premió con aptitudes pero si con una indomable actitud y una fortuna heredada de su primer marido.
Porque está es la historia de una mediocridad que no se rindió y que llevó hasta el final su ilusión. Bien por ella. Y bien por el director y el guionista que elaboran un producto entretenido y humano. Pero regular en cuanto al casting y la interpretación de los tres actores que llevan el peso de la historia.
No está bien Meryl Streep en esta película, era un papel complicado, pues ya el personaje real da para histrionismos, donde había que moverse en el filo de la navaja para no caer en el exceso, y en bastantes momentos cae en el esperpento. El personaje, como digo, ya lo era, pero hasta los espantapájaros tienen su naturalidad. Después Hugh Grant no ayuda gran cosa, ya que es un actor muy limitado, con un espectro interpretativo que cabe en dos películas y dos personajes y teniendo en cuenta que ha hecho unas cuantas películas pues sáquese la cuenta. No añade nada. Y había mucho en su personaje, hombre fracasado, aventurero insustancial que conoce a un mirlo blanco del que termina prendado ante su ingenuidad y su ilusión de ser una gran cantante de ópera. Pues le cuesta transmitir algo de eso. Y luego está el pianista que interpreta Simon Helberg, el judío enmadrado de Big Bang Theory, primo de Portnoy, que hace un papel tan estupendo en la serie que para su futuro como actor se ha convertido en una losa. Uno de esos papeles que te dan la seguridad económica y te hunden profesionalmente. Me acordé de la serie varias veces.
La película se puede ver y si se enfoca como consejo para todos esos mediocres que hemos por el mundo, Nunca ha que rendirse, tiene su utilidad.
Si algo te apasiona, no pienses en el resultado, y dedícate a ello. Qué saben los demás. Eso sí, no des la brasa ni atosigues, deja siempre una puerta abierta para el que no quiera aguantarte.

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