Me pasa que hay autores en los que no sé que admiro o valoro
más si su trayectoria personal, su “élan vital”, o su obra creativa. El
paradigma de ese sentimiento mío es Robert Walser, cuyos textos, que he
devorado siempre con una inquietud y una insatisfacción propias de quien está
ante algo misterioso, nunca he conseguido desentrañar pero que sin embargo su
figura de escritor libérrimo e incansable a pesar de los pesares siempre me ha
fascinado y admirado.
Hasta que la conocí personalmente yo tenía a Rosa Regàs
clasificada en el grupo de Carmen Martín Gaite, Josefina Aldecoa y demás
escritoras, de parecida trayectoria existencial, con grandes dotes para la
escritura y sobre todo con una individualidad y una marcada distancia de todo
lo que se ha llamado liberación de la mujer, porque ellas nunca concibieron
otra forma de estar en la vida. Había leído alguna novela suya sin llegar a ir
más allá de lo que es una valoración técnica de su escritura porque no
conseguía vibrar con el fondo de las historias que contaba.
Al conocerla personalmente, hace unos meses, me impresiono
su vitalidad y su lucidez. Me sentía al lado de ella como Harrinson Ford al
lado del replicante de Blade Runner, sin las intenciones del actor, claro está,
aunque ella sí con el amor a la vida del avanzado autómata. Después hemos
vuelto a coincidir varias veces, por motivos más políticos que literarios,
dicha sea la pena, y en una de ellas en que firmaba libros, me firmó dos, uno
de ellos “Luna, lunera”, del que yo sabía que trataba de la experiencia
familiar durante los años de la triste e injusta pos-guerra civil nuestra,
centrado en la vida de su abuelo y de ella y sus tres hermanos, y poco más.
Me ha maravillado el libro, tan bien escrito, tan
acertadamente estructurado, tan fácil de ver los sucesos que describe, con la
figura terrible de un abuelo autoritario, fanático y aquejado de oscurísimas y
pecadoras apetencias, y ese grupito enternecedor de los cuatro hermanos
intentando desentrañar el universo del que vienen y el mundo en el que están,
interrogando a todo bicho viviente que se les ponía por delante. Como deben
huir al llegar a la mayoría de edad, de una vida con la que no se identifican y
después, al cabo de unos años se reencuentran con motivo de la muerte del
odiado abuelo, que los había separado tanto de su padre como de su madre.
Toda una metáfora de lo que ha sido España desde que se
acabó la Guerra Civil. El abuelo, el poder franquista; los cuatro hermanos, el
pueblo español obligado a vivir bajo una férula no deseada, que no tenía más
camino que el exilio o la auto-anulación personal en muchos aspectos, no sólo
el ideológico o el personal. No se olvida Rosa Regàs de dejar claro cuál era el
sentir en aquellos tiempo de la tan ahora alabada en su catalanismo
nacionalista Abadía de Monserrat, en estos tiempos iluminada casi como una
Covadonga frente al invasor español. Tampoco se olvida de señalar como
determinado franquismo catalán recogía velas y se pasaba al integrismo
nacionalista. No es querida Rosa Regàs por el fanatismo nacionalista, ella que
lleva en sus venas la Catalunya del siglo XX, e incluso se la señala en listas
ominosas y vergonzantes como “mala catalana”. No me extraña. Cuando se quieren
levantar mitos, leyendas y heroicidades pasadas las verdades indignas, las
traiciones humillantes que se cometieron son un estorbo y el que las recuerda
un diablo cojuelo incomodo. Y además, escribe en castellano, ¡Horror de los
horrores!
Es como se puede ver otro libro que anda a vueltas con la
Guerra Civil, ¡Otro más! ¡Y los que habrá mientras las heridas no se puedan
cerrar! Por estas fechas en el Congreso se anda peleando si sacar a Franco de
El Valle de los Caídos o no. ¡Cuarenta y dos años después de la muerte del
dictador! Por no hablar de los compatriotas enterrados en las cunetas.
Ha caído estos días bajo mis ojos, junto a este de Rosa
Regàs, otro de Gregorio Morán, El cura y los mandarines, dos libros que todo
españolito debería leer en su periodo de aprendizaje, tanto da si en la
asignatura de Literatura o en la de Historia de España. Pero leerlo. Por pura
higiene mental.
No hay comentarios:
Publicar un comentario