En arte debería estar estipulado
como exigencia básica para crear que si no puedes hacer algo original o superar
lo ya hecho, al menos que lo que crees esté a la altura de lo ya existente.
En este sentido la película de
Bayona que ni es original, ni supera nada sí es un film solido, bien dirigido,
muy bien interpretado y bien envuelto. Pero nada más. A mí me gustó bastante
“El orfanato”, no vi la necesidad de hacer “Lo imposible”, si al menos un miembro
de la familia hubiese desaparecido, y esta última historia ha puesto una cosa
en evidencia: Seguro que el libro puede llegar a entretener, la película es
notable pero ante quien me quito el sombrero y me quedo con la boca abierta es
ante el “artista” que ha elaborado la
campaña publicitaria. De verdad. Si algún productor busca en el cine ganar
dinero que se olvide de buenos directores, de buenos actores o buena historia y
que contrate a este figura. Porque ¡chapo! A dónde ha sido capaz de llevar la película.
El otro día oía a un entusiasta decir que seguro que iba a los oscares en
representación de España. Pues puede ser. De entrada es la película española
que más está recaudando. Y eso ayuda. Y da mucha rabia. El otro día estuve
viendo “Gente de mala calidad” de Juan Cavestany y pensé que
verdaderamente los caminos del Señor son inescrutables. Unos tanto y otros tan
poco. En fin.
Lo mejor del film: Para los que
hemos tenido la desgracia de haber sufrido una pérdida irreparable, constatar
que Bayona ha transmitido muy bien esa sensación de impotencia y a la vez de culpabilidad,
aunque para mí el acierto ha estado en reflejar lo asquerosamente cotidiano que
sigue siendo todo a pesar de que uno de los seres que más ames se esté
muriendo. El mundo no se para. Nada parece que pueda consolar al niño: En la
escuela lo pasa mal, su padre está lejos y su abuela no es de fiar. El mundo en
esos momentos debería paralizarse, solidarizarse contigo, hacer un alto,
ayudarte. Pero no. Es la lección que debes aprender. La lección, el monstruo.
La realidad.
No hay grandilocuencia, ni música
ambiental ni grandes diálogos, es todo rutina, mezquindad y el monstruo no dice
nada ni te consuela. Simplemente pasa el tiempo, vas al psiquiatra a que te de
unos ansiolíticos e intentas enterrar la historia con paladas de tiempo.
La película de Bayona, al que con
mucho acierto se le ha comparado con Steven Spielberg, tiene buena intención,
está muy bien construida la historia y no hay casi nada que censurarle salvo
que como Spielberg, cuando hace películas edificantes, arrastra esa indefinible
sensación de que todo es muy para niños, de poca o mucha edad, de que evita el
meollo de la naturaleza humana y que lo verdaderamente desagradable y doloroso
se lo salta. No hay luces y sombras. Todo tiene un indefinible espíritu
positivo que a mí me hace sospechar. ¿De
qué? No sé, sospechar en general. Como si lo que veo no fuese todo. El director
está escamoteando algo. O no lo ve y por eso no lo puede mostrar. No perdono
los finales constructivos, con su moralina.
Una “gran película” para ver en
familia una tarde de sábado, bajo una manta, dormitando y contestando las
preguntas que alguna criatura presente, tanto niños como mayores, pueda hacer. Poco que ver con
el gran cine, el séptimo arte. Será del montón. Vaticino.
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