La verdad es que no sé por qué cogí este
libro de la biblioteca. Quizá que apareciese el nombre de Rafael Azcona en la
contraportada o ciertas imágenes que guardo del autor acompañadas de un fino
humor, no sé. Porque lo cierto es que tenía en contra dos razones.
Una, mea culpa, producto del prejuicio. Y es
que padezco de esa manía tan humana de condenar a aquellos descendientes o allegados a
apellidos ilustres sin escuchar con detenimiento al reo. Verdad es que la realidad
te lleva a ello pero eso no quita para aceptar que entre ese revoltillo de
mediocridades que se alimentan de un apellido ilustre, que los hay a montones,
puede haber damnificados inocentes, merecedores de mejor trato. Y David Trueba
lo es. Pido disculpas por esta debilidad mía.
La otra es que cada vez que me acerco a un
autor español suelo terminar decepcionado. Sin ir más lejos, de los tres
últimos libros de autores españoles que he leído, no diré los nombres, puedo
decir, de una, que ha recibido un premio, que lo único que consigue es enhebrar
una historia que se ha contado mil veces sin añadir nada, salvo una cierta
gracieta que me deja frío. Woody Allen lo hizo mucho mejor y en la farándula
del cine. Enumerar y enumerar palabras ocurrentes no deja de ser un fuego de
artificio.
Del otro, que se mueve entre Dino Buzzati y
J.M. Coetzee, pero en Extremadura, sólo me conmueve ese ponernos a la altura de
los pueblos colonizados. Flaca cosecha para tanta página.
Y del tercero, en el que he recaído varias
veces, sólo decir que con que hubiera escrito la primera novela era suficiente,
porque después sus aburridas frases, largas y ampulosas han teñido toda su obra
de una uniformidad desesperante. La Virgen Marías me aconseje mejor en la
próxima intentona.
Y es que
a los escritores españoles les suele pasar dos cosas: O escriben muy
bien pero no consiguen decir nada nuevo o escriben al dictado de modas ya
suficientemente explotadas.
Menos mal que siempre nos quedará Enrique
Vila- Matas.
Y puede que también David Trueba. A ver.
Estos “artículos de ocasión” que parece ser
que fueron apareciendo en La Revista de El Mundo, el Inmundo le llaman algunos,
sus razones tendrán, están llenos de imaginación, talento creativo, mala baba y
un punto de ironiacinismosarcasmo muy sabroso.
Pequeñas narraciones que casi todas terminan
poniéndonos delante de lo que verdaderamente somos, con compasión y humildad. Y
mucha mala leche, que es una leche que de adulto se hace imprescindible para
tener un decrecimiento sano.
Así da una infalible receta para luchar
contra la desesperación. Que consiste en eliminarse poco a poco hasta no tener
noción de uno mismo, con lo que estar desesperado es un absurdo en sí mismo.
O cómo abolir la realidad, causante de esa
afirmación tan socorrida que todos hemos escuchado alguna vez: “Soy una
mierda”. No se olvida en este abolir la realidad de nada, ni del más
microscópico trozo de realidad hedionda, como puede ser Miguel Ángel Rodríguez
o los 40 Principales (En el
#EldañoquehahechoLos40Principales hay pruebas de ello).
#EldañoquehahechoLos40Principales hay pruebas de ello).
Pone en nuestro conocimiento que la
televisión ya la inventó en su tiempo Leonardo Da Vinci pero que viendo los
efectos nefastos que producía y produciría decidió ocultarlo, con lo cual hizo un
gran servicio a la humanidad pues por ejemplo Pasteur, engolfado ante el
aparato no habría descubierto la penicilina, lo que hubiera sido
terrible…..pero claro como siempre hay algún desaprensivo por ahí, pues en el
siglo XX se acabo la suerte y a alguien se le ocurrió volver a inventarla…con
las terribles consecuencias que vemos y sospechamos……¿Cuántas cosas se han
dejado de hacer por pasarnos tantas horas delante de la pantalla?.
Estremecedor, pensarlo.
O nos cuenta la terrible vida del crítico ya
desde su más tierna infancia.
Y qué decir de ese grupo de teatro que cuando
mejor actúa es cuando no tiene público. Sin presiones, sin ojos escrutadores.
Qué cosas!
Una gavilla de narraciones que entre bromas,
chascarrillos y gracietas nos da un paseo por nuestra más lacerante realidad y
nuestra desconcertante humanidad que no sólo no se extraña de ella si no que
pone cara de satisfacción y pretende controlarla.
Y sólo tiene 110 páginas, incluida
presentación, dedicatoria, títulos, índice y esta “graciosísima cita” de Robert
Benchley, que no sé quién es ni me voy a tomar la molestia de mirarlo en el
Google, en aras de la autenticidad, pero que desde esta cita me cae muy bien:
“Cuando descubrí que carecía de talento para la escritura ya era demasiado
famoso como para dedicarme a otra cosa”
Dorothy Parker se hubiera descojonado.
Seguro.
Léanlo, porfa. Muy sano “pa to”.
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