Todas las resonancias de la palabra mustang le vienen bien a
nuestras protagonistas. Pequeñas y escurridizas, difíciles de domesticar y
propiedad de unos dueños que saben de la riqueza que tienen siendo sus
dueños…..si las venden bien.
Porque ese el tema de la película. Tema manido: La represión de la mujer, en general, y en el
mundo musulmán en particular. Y sin embargo de gran éxito. ¿Por qué?
Seguramente por su acertada puesta en escena.
La
narración de podía resumir simbólicamente de la siguiente manera: Cinco flores
hermosas y rebosantes de salud y ganas de vivir crecen en un jardín pleno de
malas yerbas y ramaje constrictor. Vemos
como unas perecen, otras se tornan mustias y otras consiguen trasplantarse a
otros, al menos, más esperanzadores climas. Esa es la trama de la historia.
Los
rostros de las jóvenes actrices, virginales, amables, puros, su inocencia, son
grabados con una intención, recogidos implacablemente en sus manifestaciones,
perversa: Poner en evidencia el miedo de los adultos a la libertad. Porque al
fin y al cabo ese eso. El eterno dilema de vivir bajo el techo de las normas
porque asusta el amplio panorama y la perspectiva infinita de no tener más
regla que la que tu corazón te imponga. Como si este órgano tan traído y
llevado fuese un delincuente habitual al que hay que vigilar de cerca.
Esa
inocente escena inicial de chicos y chicas disfrutando de un día de verano en
la playa se va oscureciendo hasta encuadrarnos en un mundo donde nadie es feliz
pero todos luchan por aguantar dentro de lo ortodoxo.
Y es
esta inocente y veraniega escena la que da la clave del acertado ritmo que
durante toda la proyección va a seguir la historia. Simple y cotidiano
transcurrir de la vida de estas adolescentes, contado con diálogos familiares
en medio de fiestas familiares en casas y jardines familiares, rodeadas de
vecinos y vecinas de toda la vida, sin dejar traslucir el horror que se podía
extraer de los acontecimientos que van surgiendo. Porque es así como pasa en la
realidad.
Un día
tu madre te abraza y a la semana siguiente te está llevando a Nigeria o a
Senegal a que te amputen el clítoris. O tu madre te hace una comida excelente
por tu cumpleaños y el mes que viene junto con tu padre acuerda tu casamiento
con un hombre que te lleva treinta años de diferencia. O, salvando al
diferencia, un día va a comprar contigo un vestido precioso y unas toallas y
sábanas para cuando te cases “por la Iglesia”, como Dios manda.
Así de
frágiles somos verdugos y víctimas, ambos atrapados en el galimatías de
nuestras costumbres… por muy sanguinarias y crueles que sean.
Dejando
de lado que las adolescentes son las victimas diría que la abuela de esta
película es la que vive en el infierno.
Todo
dirigido, contado, explicitado de la misma manera que se podía contar un día de
playa. Porque es justamente así como sucede. La banalidad del mal que decía Hannah
Arendt.
No sé
si llegó la directora a sentir la tentación de llamar a la película
“Mujercitas”, en un último giro de sarcástico y desesperado cinismo. A veces le
humor ante el horror es la última claudicación.
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