Me gusto mucho “Gilead”, la
novela de Robinson que recibió en 2005 el premio Pulitzer, así que me fui a por
“Vida hogareña”, su primera obra escrita en 1980, y me parece magnífica. Sobre
todo su parte final, de un lirismo y una riqueza emocional fascinante.
Los seres humanos somos
contenedores de experiencias. Experiencias que se apoltronan dentro de nosotros
y van escurriendo el liquido y dejando los posos. Muchos de nosotros tenemos
agujeros enormes y así como entra la vida así se escapa. Y a penas somos
capaces de narrar como fue que aquel temporal se abatió sobre la ciudad y
durante cien días y cien noches alteró nuestra vida mientras otras personas se
ponen a contar aquella vez que vieron una puesta de sol…..y no acaban,
revelando matices, que no velos, nunca sospechados por nosotros.
Marilynne Robinson está llena.
Se le puede escurrir algo pero tiene tanto dentro que cualquier chispazo prende
en su interior y alumbra rincones de nosotros los seres humanos deslumbrantes.
Y como, a pesar de saber tanto y
sentir más, no quiere ponerse solemne comienza por ponerle a la historia el
título de “Vida hogareña”. Juzguen: Dos niñas que viven con su madre, a su
padre no lo conocen, un buen día cuando rondan los siete años son abandonadas
por ella a la puerta de la abuela, madre de ella, viuda que perdió al abuelo en
un tren que se hundió en el lago próximo. La anciana las cuida mientras puede.
Al morirse vienen dos tías abuelas solteronas a cuidarlas mientras llega una
tía, hermana de su madre ausente. Una tía atrabiliaria y estrafalaria que acaba
con la paciencia de la hermana mayor que se refugia en casa de una solterona. Solas,
tía y sobrina, la narradora, no pueden llevar una vida más inadecuada para una
niña por lo que son acosadas por el estamento social más solidario del pueblo.
Al final tras prenderle fuego a la casa en la que viven, huyen y se
dedican al vagabundeo. Vida hogareña es
el título.
Esta ironía que impregna la
novela tiñe a los personajes en avisados protagonistas de una vida que ni
rechazan ni aman. Se dejan llevar. Porque todo lo que pasa es ineludible.
Concede la narradora que su vida
no es muy adecuada pero no se olvida de señalar que aquellos que se preocupan
por ellas dos viven en un pueblo “propenso a cometer asesinatos. Y parecía que
por cada deplorable crimen se producía un desastroso accidente. Entre el lago y
los ferrocarriles, entre las tormentas de nieve y las inundaciones, los
incendios en los graneros y en los bosque, el fácil acceso a escopetas y
trampas para osos, a licor casero y a dinamita, entre la omnipresencia de la
soledad y la religión y los estragos y éxtasis que provocan ambas, por no
mencionar la intimidad de las familias….la violencia era inevitable” No se
puede ser más endiabladamente irónico y preciso.
Inadaptada y extrañada en su
existencia hace descubrimientos certeros: “La soledad es un descubrimiento
absoluto” o “Así que, sea lo que sea lo que perdamos, el anhelo nos lo
devuelve. Aunque soñemos y raramente seamos conscientes de ello, el anhelo,
como un ángel, nos acoge, nos alisa el pelo y nos trae fresas silvestres”.
Desalentadoras vidas que nunca
son tristes al ser contempladas por la mirada inocente de una niña incapaz de
comparar. Esta manera de contar lo que va pasando, sin prejuzgar, a veces
contrariada, pero siempre alerta y cómplice es un gran acierto de Robinson.
Mostrar ese punto de refugio de la narradora que ni es absolutamente realidad
ni absolutamente fantasía, ese territorio donde se flota acompasadamente con la
precariedad de la vida tiñe toda la narración de un lirismo más que mágico,
mítico.
Dónde Alice Monroe da un
brochazo deslumbrante, Marilynne Robinson crea un cuadro sostenido y armonioso
de un realidad tan incierta cono ciertos son los sentimientos y emociones que
despierta.
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