Con la aparición del arte pop se
puso en evidencia el callejón sin salida a qué había llegado la pintura. Cuando
empezó a aparecer la música dodecafónica, atonal y demás intentos de librarse
de lo que se ha dado en llamar música clásica se evidenció la imposibilidad de
superar una música que sigue en nuestras salas de concierto lustro tras lustro
y lo que te rondaré morena.
Y es que el hombre en su tozuda
huida hacia la trascendencia por medio del arte va agotando caminos y tocando
techos sin encontrar otras salidas.
Mientras tanteamos sucede que se
nos ocurren cosas. Que se quedan en ocurrencias.
Para que una ocurrencia pase a
ser arte debe dejar de distraer para emocionar. La diferencia que hay entre una
distracción y una emoción, es que raramente aquella traspasa la corriente del
tiempo y es arrastrada por él, perdiéndose entre los miles de recuerdos que
puede que algún día ni recordemos. Mientras que la emoción se queda clavada en
nuestro corazón, flotando imperecederamente. Volviendo una y otra vez. Ante una
mención, un soplo, un susurro o un situación de déjà vu.
Son los delicatesen del arte.
Piénsese, por ejemplo, en “La
hija de Ryan”, o en “El tercer hombre”. ¿Cuántas veces habrá que ver esas
películas para aburrirse de ellas? No lo sé. Yo las he visto n veces. Y siempre
el mismo deleite, la misma sensación emocional, la misma admiración por sus
artífices.
La larga y magistral escena
final del “El tercer hombre” con Joseph Cotten esperando a la puerta del
cementerio a la novia de Harry, esperanzado en tener un futuro con ella, que ha
sido leal hasta el final, y el desprecio de ella hacia él que ha puesto la
justicia por encima de la amistad, pasando a su lado…..la música
sonando…..tararirorá rarirorá……..eso es eterno.
O la reflexión final, entre la
lluvia, con la paloma en la mano, del replicante de Blade Runner.
BoyHood es una película sincera,
decente, correcta en la que el paso de la vida es narrado con sencillez y una
cierta complacencia. Todos los personajes interpretados de esa manera tan
natural y yo diría otra vez natural, y que tan bien hacen en el cine americano,
muestran una historia a la que la ocurrencia de rodarla durante doce años con
los personajes viendo cómo van envejeciendo realmente no le añade nada
sustancial. Si acaso, me permito aventurarlo, un entronque auténtico con la
realidad. Pero, al que va al cine, ¿Qué le importa la realidad?
Se hubiera conseguido lo mismo
con una serie de actores representando los diferentes papeles. Como se ha hecho
siempre.
Pues esta ocurrencia es la que
está dando la vuelta al mundo cinematográfico y llenando hojas y hojas de
crítica sesuda y entusiasta. No quisiera ser aguafiestas, pero en este país
nuestro, ahora mismo y sin rebuscar mucho, puedo nombrar dos series donde ha
pasado lo mismo y casi seguro que los creadores ni lo han tenido en cuenta,
llevados por el propio acontecer de las series y el crecimiento imparable de
los actores. Me refiero a “Cuéntame” y “La que se avecina”. Dos series de largo
recorrido en la que hemos visto a los niños de esas series crecer, salirles la
barba y las tetas, cada uno lo suyo. Eso, ¿las ha hecho mejores? Me atrevería a
decir que no. La primera, previsible y engañosa, con un guión destartalado,
para consumo, sin más. La segunda gamberra, divertida, con unos actores en vena
y un guión atrevido se ha convertido en
una de las series más reseñable de nuestra industria televisiva. El hecho de
que los niños hayan ido envejeciendo con la serie ni se ha tenido en cuenta.
¿Vamos de sobrados? No, vamos de que no somos una industria. En América, sí. Y
cualquier estratagema es válida para vender su cine.
BoyHood se ve a gusto, da para
reflexionar. Es equilibrada y a ratos muy intensa. ¿Que la han rodado durante
doce años con los actores envejeciendo realmente? Eso se han ahorrado en
maquillaje.
He leído en las críticas cosas
como: “Propone reglas nuevas a eso llamado cine” “164 minutos hipnóticos” “Una
hazaña épica”
¡Por favor!, es sólo una
película más. Dentro de unas semanas estará olvidada. Con su envoltorio de doce
años y todo.
Para acabar. En un futuro se hablará
de ella y cuando no se recuerde para avivar la memoria alguien dirá: Si,
hombre, aquella que se rodó durante doce años con los mismos actores.
¿Y eso es cine?, creo que no.
¿Y eso es arte?, creo que tampoco. Es una ocurrencia. Una buena ocurrencia.
Nada más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario