El mundo de los adultos no es el ideal para que crezca un
niño, pero dados nuestros condicionamientos biológicos no hay otra alternativa.
Al menos por ahora.
En este bosque enmarañado donde se fragua la realidad a modo
de mantón acogedor que guarda debajo inesperadas y a veces trágicas sorpresas
sólo le falta a un niño, en este caso una niña, el ser perspicaz e imaginativo
para irse construyendo un andamiaje que no sólo lo asfixiará si no que lo
imposibilitará para poder reaccionar cuando la adultez llegué.
Este es el tema del “El amor molesto” de Elena Ferrante.
En 177 páginas la escritora italiana por boca de una mujer
malograda cuenta cómo con motivo de la muerte, en circunstancias extrañas y que
se quedan sin aclarar, de su madre, rememora lo que ha sido su vida con ella y
los demás miembros de la familia y vecinos del antiguo barrio de Nápoles, dónde
creció.
Narración más que
fría, helada, implacable, desesperanzada, sin concesiones para la redención.
Escrita más con un escalpelo que con otra cosa. Saja más que narra. Nunca había
leído una masturbación más deprimente en mi vida.
Es inevitable al leer esta historia acordarse de Camus y su
extranjero. Nadie que haya leído esta obra de Albert Camus y que tenga un
poquito de sensibilidad ha sido igual después de leerla. Con esta también corta
historia, el escritor francés descorría el telón que dejaba al descubierto la
farsa del amor familiar. Desde el principio. Y como Elena Ferrante, con toda
naturalidad y frialdad. Naturalidad y frialdad nacidas de la absoluta
aceptación de que las cosas son terribles y nosotros somos participes. No
sabemos cuánto, pero eso no importa.
También hay ecos de Thomas Bernhard. Esa idea fija, obsesiva
que el narrador lleva a cuestas y con la que se despedirá al final de la
narración sin dejarla, ni aclarada ni concluida, es un pretexto para contar.
Magnífica construcción del personaje, con esas paletadas tan
inteligentes para levantarlo y sostenerlo a lo largo de la narración. La
sumisión mostrada ante cada hombre que se aproxima a ella, fruto de su
infancia pasada al lado de un padre
maltratador. Su mundo femenino intimo, bragas, vaginas, tampones, sostenes, en
los que a veces sentimos que se refugia, como último escondrijo de su
identidad. Pues sólo le acompañan en toda la narración dos mujeres, su madre,
recientemente muerta y una vecina vieja y achacosa, los demás personaje son
hombres.
Un personaje
atormentado por una culpa no confirmada que ante la muerte de la agraviada, su
madre, no le deja otra salida que condenarse a sustituirla como única, aunque
remotísima posibilidad, de tener algo de paz y sosiego…para poder seguir
respirando.
Sólo dos pequeño detalles me han rechinado,
Uno. Al principio de la narración. De un sujetador que
llevaba el cadáver que estaba flotando en el rio dice la narradora: “Cuando me
lo devolvieron, junto con sus pendientes y sus anillos, lo olfateé largamente.
Tenía el olor penetrante de la tela nueva”. No parece muy factible que un
sujetador mojado y que lleva en el agua unas horas pueda oler a tela nueva.
Dos. Este quizás se deba a la traducción. Pues dice la
narradora: “Para aceptar la invitación buscó un italiano (idioma) a la altura
del mío”, para indicar que el interlocutor se esforzaba por dejar su lengua
dialectal y hablar un italiano más general. Un detalle vanidoso impropio del
personaje.
Este segundo detalle a la vez que indica un posible fallo
también pone en evidencia la rotunda presencia del personaje al poderle achacar
un fallo de la misma manera que un conocido nos sorprende con un gesto o una
actitud improbable en él.
De cualquier manera merece la pena sumergirse en esta
historia, donde las circunstancias en las que ha muerto una madre no son el
motivo central, si no un punto y seguido para seguir viviendo a pesar de todo y
a toda costa.
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