En los últimos años acudir a una película de Woody Allen se
había convertido en un ejercicio casi obligado, tanto que a la de Roma no fui.
La de Barcelona me pareció mala de matar, hasta consiguió que Javier Bardem no
brillara, tópica y superficial, para olvidar. Me tragué la de París que tuvo su
originalidad y no sé por qué me arriesgué a ver Blue Jasmine, pero no me
arrepiento.
En esta película vuelve a brillar el Woody Allen que a mí me
gusta: Desmitificador, implacable, burlón y azote de hipócritas. Y además con
truco, como en los juegos de magia. Mientras los espectadores nos entretenemos
con las andanzas que provoca la caída y decadencia
de una mujer sofisticada y elegante de la clase alta de Nueva York, él nos
contesta sin que hayamos preguntado lo que es el amor algunas veces, bueno la
mayoría, y como se sufre más cuando se cae uno que cuando se resbala.
Hablar de la condición humana es algo que se les da tan bien
a algunos artistas judíos que uno termina preguntándose si no lo llevarán en los
genes. Bob Dylan, Philip Roth, Saul Bellow.
No voy a entrar en la factura cinematográfica de la película,
porque tratándose de una película estadounidense es hablar de obviedades. Hasta
la película más ínfima que se produzca en aquel país tiene unos actores cojonudos y unos técnicos
de primera línea. Aquí también. Si Cate Blanchett brilla rutilante,
los secundarios no le van a la zaga, en especial los garrulos de clase trabajadora que aparecen en el
film.
Entonces, ¿qué hace a esta película
diferente?
Lo mismo que hace diferentes a todas las
obras de arte que merecen la pena. Te transforma en cuanto que descorre un velo
de algo que permanecía oculto dentro de ti, emocionándote, sin por ello dejar
de desagradarte, que es lo que pasa siempre que te descubren algo incomodo pero
real. Y todo sin dejar la compasión y la comprensión de lado.
En Balas sobre Broadway, Woody Allen lleva a
cabo un ejercicio parecido. Con la excusa de una obra de teatro que no
encuentra dinero para estrenarse, se dedica a hablarnos de un montón de
aspectos de la naturaleza humana: Sueños, frustraciones, anhelos, esperanzas,
capacidad para aceptar la realidad...etc., etc.
Blue Jasmine podría haber aceptado otro par
de títulos nada desencaminados. Uno: “Lo qué es el amor”. Dos: “Mejor resbalar
que caer”.
Pero Woody Allen, que es sabio y tiene
talento sin esforzarse, se debió decir, ¿para qué focalizar la historia en uno
u otro aspecto, si puedo enmarcarlos dentro de la vida cotidiana?
Lo coloca tanto dentro de la vida cotidiana,
que a mí por momentos la protagonista me pareció la princesa Cristina. Es lo
que tiene el arte, que es universal.
Si van a ver la película no se pierdan como
las hermanas manejan eso de enamorarse, la una por todo lo alto y la otra por todo
lo necesario, y como se cumple aquello que dijo una ilustre de nuestro
friquismo nacional: “Cuando llega la ruina sufren más los ricos, que los pobres
ya están acostumbrados”.
Y hay
más: Cómo se puede pagar con cárcel y con la vida un delito moral, cómo con tal
de hundir a alguien uno es capaz de hundirse el mismo……etc., etc.
Todo eso en una hora y pico de excelente
cine.
Una cosa, Woody: No salgas más de Nueva York.
Por lo menos para hacer cine. No te hace falta.
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