Siempre hay alrededor de
mí, en la mesita de noche, en la mesa de la cocina, en la del salón, en la de
la biblioteca, al menos un libro escrito en catalán y que por supuesto ha
escrito un catalán.
Hace muchos años, casi
desde que llegué a Catalunya, que uno de las primeras decisiones que tomé en
relación al hecho de que esta era una parte de España en la que se hablaba otro
idioma fue: No volver a leer a ningún autor catalán en otra lengua que no fuera
el catalán, si es que escribía en esa lengua. Otra cosa son los escritores
catalanes que escriben en castellano.
Fruto de esa decisión y
no cerrarme a la cultura catalana es que hoy se puede decir que hablo catalán
sin haberlo estudiado y que hago mis pinitos en la escritura.
Dicho esto, añadiré que
hubo otras dos razones para hacerme con este libro. Una era el precio, gratis.
Pues se está reformando el edificio donde está el ateneo del pueblo y no se
sabía qué hacer con el fondo literario y se decidió que antes de donarlos, los
habituales podíamos coger alguno. Y la tercera razón, el título.
Yo nunca había leído a
Josep María Espinàs pero que el libro se llamase “Inventari de jubilacions”
invitaba a pensar en un escritor que había ido dejando por el camino cosas,
actitudes, creencias a medida que se había ido haciendo adulto, mayor, viejo y
por qué no, más sabio. Ya saben, aquello de la sabiduría de los ancianos de la
tribu. O sea, algo así como reflexiones desde “la última vuelta del camino” que
diría Pío Baroja.
Y así es, Josep María
Espinàs con un lenguaje claro, preciso, cargado con la tranquilizadora razón
que da usar el sentido común, la ironía, algo de cinismo y mucha humildad, con
su inteligencia ha pergeñado un libro que enseña muchas cosas de la vida.
Cosas, que de seguirlas o ponerlas en práctica en plan colectivo, tendríamos un
mundo seguramente mucho más vivible y menos estresante que éste. Un mundo sin
dogmatismo, sin vanidad, donde el día a día, si se sabe mirar bien te va dando
la senda a seguir.
Leer a Espinàs en este
libro es como escuchar al anciano de la barba del que antes hablaba, al anciano
que no ha perdido detalle, que no se cree ni el más listo ni el más tonto, que
ha adquirido cuatro certidumbres a fuerza de padecer el paso del tiempo.
No costaría nada montar
un curso, no sé si de literatura, antropología, sociología, filosofía,
basándose cada clase en un capítulo del libro. Los adolescentes tendrían la
oportunidad de aprender cosas que después posiblemente en la vida le evitarían
traspieses y pérdidas de tiempo y energía. Les ayudarían estas lecciones a
pensar por sí mismo. Y el profesor podría alardear por una vez de hacer de las
clases, “escuela de la vida”. Aprender sobre el orgullo y la humildad, sobre la
ambición, la timidez, tan de adolescentes, los amigos, la militancia política,
el anonimato y la popularidad, la inseguridad, otra constante en la juventud,
la sinceridad y la mentira y algo sobre la muerte. En fin, una lección de vida.
Josep María Espinàs lo ha
escrito. Más no puede hacer. Gracias.
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