High-Rise es quizás la película más simbólica
que haya visto de Ben Wheatly. Entre la ciencia-ficción y la distopía, este
sorprendente director inglés, entomólogo, nada compasivo del hombre, hace lo
que todo científico de laboratorio. Crear un escenario, un ambiente, un
microcosmos en el que experimentar o intentar reflejar toda la variedad y
complejidad del ser humano y su sociedad. En un rascacielos, en el que no falta
de nada, jardines, piscinas, gimnasios, supermercados, este director pretende
construir un universo humano.
Como no puede ser de otra manera esta
reconstrucción es parcial, limitada, un fracaso. Pero es algo normal.
Encerrar una rata en un laboratorio, pase,
pero al hombre…
Mas, a pesar del fracaso y de la parcialidad,
el film se deja ver. Tiene en algunas escenas un gran poderío visual, el texto
se mueve entre la pedantería del demiurgo pretencioso y megalómano que
interpreta muy bien Jeremy Irons, el discurrir existencialista del doctor que
al final saca sus peregrinas conclusiones y el discurso iracundo del garrulo
y atlético reportero de radio. Alrededor,
toda la fauna humana.
Entretenido ejercicio de comedia humana a la
que tan aficionado era J.G. Ballard, autor de la novela en la que se basa la
película, en la que la banda sonora es otro toque personal del director que uno
no sabe si las pone, las canciones, para burla solidaria o gamberrada contra el
espectador. Un batiburrillo que mezcla la típica banda musical de película con
las más estrambóticas de las canciones actuales. No sé muy bien con qué
intención, como no sea la de desconcentrar al espectador.
Con todo, como ya he dicho, y como con todas
sus películas, una más que merece la pena ver y que no deja indiferente al
cinéfilo o al interesado por los vericuetos creativos de los artistas. Y Ben
Wheatly lo es, artista y muy creativo.
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