“La gran trilogía” de Gregor von Rezzori
comprende tres novelas, unas más autobiográficas otras más de ficción, de este
autor que recogen tres etapas de su vida, pero las tres válidas para dar una
idea de lo que fue el hundimiento final del imperio austrohúngaro y las
consecuencias que desembocaron en la segunda guerra mundial, siendo la del 14
el pistoletazo de salida para conformar lo que es la Europa central de hoy en
día.
Estas tres novelas de títulos,
“Un
armiño en Chernopol”, recoge recuerdos de
su infancia en Czernovitz,
capital de la Bucovina, aquí bautizada como Chernopol. El narrador es un
impenitente curioso más atento al mundo de los adultos que al de los niños.
“Memorias de un antisemita”, en el que cuenta
sus años de formación y juventud y donde encontramos ejemplos del poderío
creativo de von Rezzori que, en la descripción de toda la intensidad sexual que
despierta en un adolescente la presencia de una mujer con toda su sensualidad
encima y de la que se acostumbra a decir “está buenísima”, le lleva en un
alarde descriptivo de página y media(Pág. 332) a dejarnos totalmente convencido
de esa visión, mezclando términos como “corporeidad palpitante”, “sangre
caliente”,” sus ojos de cabra”, “los labios llenos”, ”la carne blanca y
afelpada”, “la preñez del otoño”, “la yegua”, ”la soberbia belleza de los
hombros y los pechos”.
“Flores en la nieve”, la más biográfica, en
la que describe de nuevo su vida, tomando como hilo conductor personas de su
entorno, padres, hermana, nodriza e institutriz,
ponen en evidencia las dotes narradoras de un
autor que ha llegado a los escaparates españoles tarde pero que rápidamente ha
ocupado su lugar, entre el Nabokov de “Ada o el ardor”, “El mundo de ayer” de
Stefan Zweig y con Proust muy presente, sobre todo en la primera novela, en las
digresiones, idas y venidas, del pasado y en el análisis de nuestras emociones,
opiniones, reflexiones, conclusiones. Como ejemplo esa reflexión que inicia a
costa de la bofetada que recibe su hermana y que el autor concluye con un
“habían matado nuestra infancia”.
Sin olvidar un ligero toque de Victor
Kempler.
Claramente faltaba él para tener una idea
todavía más ajustada de lo que fue aquella primera mitad del siglo XX que
desembocó en el horror que aunque hoy en día ya superado por otros horrores no
deja de sorprendernos por aquello de ser “dónde empezó el horror moderno”.
Magnífico
friso el de la trilogía de Von Rezzori. Esta narración proustiana es un
detallado reflejo de la vida, con toda su rutinaria simpleza, llena de
ambiciones, codicias y habladurías, que se desplegaba en las ciudades que
constituían lo que luego fue el área de influencia y conquista del huracán
nazi. Pone los pelos de punta leer como un personaje le pregunta a otro, los dos
judíos, por un incidente nocturno acaecido en la ciudad y refiriéndose a él,
dice,
-…Por cierto, lamento los incidentes de
anoche. Habría que tomar medidas enérgicas….
Y saber lo que pasó después.
Si uno espera abrir este libro y empezar
a leer los recuerdos de un hombre que
odiaba a los judíos y quería hacerlos desaparecer de la faz de la tierra
sufrirá una decepción y después se lamentará por esa decepción y le hubiera
gustado que al menos hubiera algo de odio o animadversión porque cae en la
cuenta, en la terrible cuenta de que “ser antisemita” en aquellos tiempos y a
lo largo de la mayor parte de Europa, y no sólo Alemania, era tan natural,
habitual como respirar o comer. Nadie como Von Rezzori ha narrado y ha plasmado
en su trilogía lo que significaba en la antesala de la segunda guerra mundial
ser antisemita. Pero no ser antisemita con violencia y odio, sino ser
antisemita como ser aficionado a la hípica o ser amante de los relojes de cuco.
Un antisemitismo cotidiano, de rutina, se podía decir que inocente, que le
lleva a expresarlo de la siguiente manera: “Así pues no haríamos el
descubrimiento habitual, a saber, que los judíos también son personas, sino
exactamente el contrario: Que las personas a veces son judíos…” pg.242
Formaba parte de la cotidianidad. Y así
sucedía que podías estar en relación con ellos lo mismo que podías relacionarte
con un perro, sin por eso poder decir que el perro formaba parte del círculo de
tus amigos. O podías ser amante de una judía sabiendo que ir más allá no es que
no fuera posible, es que estaba fuera de toda racionalidad.
Esa terrible cuenta que te lleva al escenario
de los sucesos y, así, gracias a von Rezzori entender un poco más cómo pudo
suceder aquello.
En una masa, no importa cuánto de grande,
indiferente y apática sea, si hay una parte, no importa lo pequeña que sea,
activa, de una radicalidad extrema, toda ella se moverá bajo sus impulsos.
Se puede contemplar esta trilogía como un
gran transatlántico en el que la primera parte es el interior del mismo, la
segunda su exterior, cubierta, salones y pasillos y la tercera la sala de
maquinas. Un transatlántico que el autor usa para hacer una travesía por la Europa
convulsa de la primera mitad del siglo XX.
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