Después de ver “Heli” uno ya tiene un poco en mente lo que
va a ver en “Los bastardos”, película anterior a “Heli”. Así que cuando ve la
larga secuencia de plano largo con la que comienza la historia, uno se dice,
mejor así, poco a poco, que si además de la violencia, la explotación y el
desarraigo le añades las prisas, esto se va a hacer indigesto.
Es seña de identidad de Amat Escalante, además de estos
planos largos para secuencias estáticas, el poco dialogo, el trabajo de los
intérpretes con sus rostros y la violencia soterrada que desprende toda la
proyección, así como la intención de comunicar poéticamente lo que no se dice.
Esto pone al espectador a elucubrar y a juzgar continuamente cada encuadre. Hay
tremendismo, ciertas imágenes que dejan al neorrealismo en pañales e incluso
llamadas a escenas místicas que recuerdan a vírgenes en éxtasis y apóstoles en
comunión con el infierno.
No llega a ser tan desmedido ni surrealista como Carlos
Reygadas pero indudablemente los dos marcan el cine mexicano que se está
haciendo ahora, por lo menos ese que denuncia la violencia intrínseca e
imparable que parece atenazar a la sociedad mexicana. Y las diferentes formas
de estallar según sea dentro de las fronteras mexicanas, casi siempre el
narcotráfico, la prostitución o las diferencias sociales como detonante, o en
contacto con la frontera norteamericana, con la explotación de ilegales, como
es el caso de esta película. Y también tienen en común que sus películas son
pasto de festivales porque comercialmente son poco proyectables.
En esta historia se narran las vicisitudes de dos mexicanos ilegales trabajando en los USA, es decir dos seres al borde de todo, que no son otra cosa que animales sobreviviendo. No hay principio, no hay final, no hay moraleja. Sólo un fragmento de esas vidas. Próximo al documental por movilidad de la cámara y por los diálogos de calle, toda la historia tiene ese sabor inconfundible de la cotidianidad. Hacer cercana la historia, casi olerla, es un objetivo evidente de este director, nada dado a elucubraciones sicodélicas o flipantes como sí es el caso de Reygadas.
En esta historia se narran las vicisitudes de dos mexicanos ilegales trabajando en los USA, es decir dos seres al borde de todo, que no son otra cosa que animales sobreviviendo. No hay principio, no hay final, no hay moraleja. Sólo un fragmento de esas vidas. Próximo al documental por movilidad de la cámara y por los diálogos de calle, toda la historia tiene ese sabor inconfundible de la cotidianidad. Hacer cercana la historia, casi olerla, es un objetivo evidente de este director, nada dado a elucubraciones sicodélicas o flipantes como sí es el caso de Reygadas.
Hay que hacer este cine, alguien tiene que hacerlo. El cine
no puede permanecer ajeno a la brutalidad que se vive en la sociedad mexicana y
al inhumano trato que se teje entre México y USA en su frontera común. Tan
brutal y tan inhumano que cualquier escena que estos directores se puedan
imaginar casi siempre se queda chica al lado de las realidades que se pueden
ver en los noticieros cada cierto tiempo. Cada muy poco cierto tiempo. Alguien
tiene que contarlo, aunque sólo sea en descargo de todos los seres humanos que
perecen triturados ante la implacable
dinámica que impone la sociedad de consumo que en estas historias ni tan
siquiera aparece, pues en primer plano está su antecesora, la sociedad de la
supervivencia. Para que nos hagamos una idea de la inútil batalla que libran la
mayoría de estos personajes.
Así que aunque sólo sea por eso bienvenidas estas películas.
La escena final de la película es un estupendo colofón a ese
ejercicio de reflexión e interpretación a que nos somete Amat Escalante en cada
uno de sus planos cortos de rostros entre ensimismados y abducidos o en los
largos, en los que nos da tiempo a tragar lo que va pasando. Tragar, no
digerir.
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