viernes, 15 de diciembre de 2017

“Fiasco” de Imre Kertesz



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Ser espectadores de la propia vida lo somos casi todos. Adquirir distancia de ella, de nuestro pasado, cuesta. Y cada uno lo hace a su manera.  La manera de Kafka ha adquirido fama universal y parece mentira que sea tan comprensible lo que cuenta, viendo su poca intención de empatizar con el lector, figura en la que no sé si pensó alguna vez. Aún así,se le entiende. Victor Kempler tuvo otra manera, más periodística, pero no menos templada e Imre Kertesz tiene también la suya. Muy personal y propia.
Siempre me ha parecido asombroso que la ideología que más ambición ha mostrado en eso de buscar el paraíso para el hombre haya sido la que más lo ha cosificado, como si a medida que la idea de sociedad ideal se fuese concretando, la posibilidad de que el hombre exista en ella desaparezca. Esto, así dicho, no deja de ser casi un comentario de sobremesa pero haberlo experimentado  debe ser algo inquietante y aniquilador. Imre Kertesz lo sintió.
La obra literaria de este autor está impregnada de su vida. Esto podría ser una obviedad o algo de innecesaria mención, pues le pasa a muchos escritores.
Ya. Pero lo que no les pasa a muchos escritores es que su niñez transcurra en campos de concentración nazis y su juventud y madurez bajo el régimen totalitario que surgió tras la segunda guerra mundial en Hungría.
Eso marca. Eso deja un poso que Kertesz no ha dejado de remover. Intentando, supongo, digerirlo, alejarlo a través de la escritura, mostrarlo para que quede constancia y conseguir así una suave patina de normalidad, la normalidad que da exponer públicamente algo y que nadie exprese incomprensión o rechazo. Está aceptado, fue terrible, pero ahora ya se sabe. ¿Me acompañan?.
Y lo consigue. Su herramienta preferida para esta labor es el humor, la ironía.
Así, en Fiasco, ante algo que es más fuerte que un terremoto, que un huracán, que una bomba atómica y que tiene como resultado dejarte muerto en vida, el protagonista opta por dejar de luchar contra la corriente y aceptar lo que venga como bueno. Se abstiene de juzgar, de opinar y sólo bracea para no hundirse.
Novela y biografía se imbrican. Hay novela dentro de la novela. Narración en primera persona, narración epistolar y un aroma kafkiano en el que al contrario de Kafka, los personajes quedan nítidamente dibujados pero no por eso menos perdidos. Cómplices, víctimas, asimilados, amigos, todos desfilan acomodados o no en el monstruoso escenario que llega representar una ideología totalitaria llevada al límite.
Imre Kertesz escribe una y otra vez no la misma historia pero sí el mismo intento de exorcizar su pasado, con el convencimiento de que otra actitud no es posible. Al dejarlo escrito, algo de lo que cuenta ya no es suyo.
En un mundo en que se sustituye la Fidelidad por sobre la Capacidad, el protagonista se mueve como un marinero en un barco capitaneado por ineptos navegantes que cultivan una amistad interesada sin posibilidad alguna de dejar la nave.
Y esto  no deja de ser un fiasco. Si sustituimos “estado totalitario” por “sociedad de consumo”, igual los paralelismos asustan. Por eso la literatura de Imre Kertesz es tan importante. No deja de ser una reflexión no sobre la vida en sus concretas circunstancias, si no la vida universal, la que sucede a cada momento. ¿O no lo hemos pensado más de una vez? Que todo es un fiasco:

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