Ser espectadores de la propia vida lo somos
casi todos. Adquirir distancia de ella, de nuestro pasado, cuesta. Y cada uno
lo hace a su manera. La manera de Kafka
ha adquirido fama universal y parece mentira que sea tan comprensible lo que
cuenta, viendo su poca intención de empatizar con el lector, figura en la que
no sé si pensó alguna vez. Aún así,se le entiende. Victor Kempler tuvo otra
manera, más periodística, pero no menos templada e Imre Kertesz tiene también
la suya. Muy personal y propia.
Siempre me ha parecido asombroso que la
ideología que más ambición ha mostrado en eso de buscar el paraíso para el
hombre haya sido la que más lo ha cosificado, como si a medida que la idea de
sociedad ideal se fuese concretando, la posibilidad de que el hombre exista en ella
desaparezca. Esto, así dicho, no deja de ser casi un comentario de sobremesa
pero haberlo experimentado debe ser algo
inquietante y aniquilador. Imre Kertesz lo sintió.
La obra literaria de este autor está
impregnada de su vida. Esto podría ser una obviedad o algo de innecesaria
mención, pues le pasa a muchos escritores.
Ya. Pero lo que no les pasa a muchos
escritores es que su niñez transcurra en campos de concentración nazis y su
juventud y madurez bajo el régimen totalitario que surgió tras la segunda
guerra mundial en Hungría.
Eso marca. Eso deja un poso que Kertesz no ha
dejado de remover. Intentando, supongo, digerirlo, alejarlo a través de la
escritura, mostrarlo para que quede constancia y conseguir así una suave patina
de normalidad, la normalidad que da exponer públicamente algo y que nadie
exprese incomprensión o rechazo. Está aceptado, fue terrible, pero ahora ya se
sabe. ¿Me acompañan?.
Y lo consigue. Su herramienta preferida para
esta labor es el humor, la ironía.
Así, en Fiasco, ante algo que es más fuerte
que un terremoto, que un huracán, que una bomba atómica y que tiene como resultado
dejarte muerto en vida, el protagonista opta por dejar de luchar contra la
corriente y aceptar lo que venga como bueno. Se abstiene de juzgar, de opinar y
sólo bracea para no hundirse.
Novela y biografía se imbrican. Hay novela
dentro de la novela. Narración en primera persona, narración epistolar y un
aroma kafkiano en el que al contrario de Kafka, los personajes quedan
nítidamente dibujados pero no por eso menos perdidos. Cómplices, víctimas,
asimilados, amigos, todos desfilan acomodados o no en el monstruoso escenario
que llega representar una ideología totalitaria llevada al límite.
Imre Kertesz escribe una y otra vez no la
misma historia pero sí el mismo intento de exorcizar su pasado, con el
convencimiento de que otra actitud no es posible. Al dejarlo escrito, algo de
lo que cuenta ya no es suyo.
En un mundo en que se sustituye la Fidelidad
por sobre la Capacidad, el protagonista se mueve como un marinero en un barco
capitaneado por ineptos navegantes que cultivan una amistad interesada sin posibilidad
alguna de dejar la nave.
Y esto
no deja de ser un fiasco. Si sustituimos “estado totalitario” por
“sociedad de consumo”, igual los paralelismos asustan. Por eso la literatura de
Imre Kertesz es tan importante. No deja de ser una reflexión no sobre la vida
en sus concretas circunstancias, si no la vida universal, la que sucede a cada
momento. ¿O no lo hemos pensado más de una vez? Que todo es un fiasco:
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