Entre el documental, el
neorrealismo y la película de principiante se mueve la primera aventura
cinematográfica de Carlos Salado. Ambientada en un barrio marginal de Alicante,
cuenta la historia de un delincuente y drogadicto de medio pelo que cava su
propia fosa en cada golpe de aire que mete en sus pulmones. Esta es la película
que periódicamente se hace en nuestro país dentro de lo que se ha llamado cine
quinqui y que varios directores, entre ellos Eloy de la Iglesia y Carlos Saura,
hicieron en su momento.
¿Era necesario?
Pues sí.
Han pasado cuarenta años desde Perros
callejeros y que un director novel se atreva con esto es de
agradecer. Es como un “vamos a ver cómo anda esto”. Y por lo que muestra,
“esto” está como hace cuarenta años. “Gran labor” la de los políticos y la de
todos los que han tenido los medios y el poder para mejorar nuestra sociedad.
Había una clase social, hace cuarenta años, ignorante, manipulable e indefensa,
viviendo al borde del delito cuando no sumergido en él. Entrando y saliendo de
la cárcel, mientras hacían tiempo para morir de cualquier manera.
Cuarenta años después ahí continúa.
Igual o peor. Porque si el anterior cine quinqui tenía su escenario en las
grandes metrópolis, Madrid y Barcelona, esta película de ahora transcurre en
una ciudad media, tirando a pequeña, como es Alicante y que también tiene su
barrio marginal. Se puede decir que en estos años casi todas las ciudades
españolas han conseguido su barrio lumpen. Un éxito de nuestros gobernantes. Si
a este panorama le añadimos la cantidad tan grande de plataformas sociales
reivindicativas que han surgido se puede sacar la conclusión de que nuestra
clase política ha fracasado estrepitosamente.
Realizada con actores no
profesionales, el film respira un aire de improvisación, frescura y digámoslo
también, déficit interpretativo, que no perjudica, al revés, el valor de lo
narrado.
Lo más creativo y artístico son los
planos largos de esas colmenas, cuya construcción debió servir para llenar
arcas de partidos y de politicastros de entonces. Y esos primeros planos de
rostros esculpidos en la miseria y la derrota. Destaca el actor que hace de
dueño de perros de pelea. Podía pasar por actor profesional.
El desarrollo de la acción es como
un lienzo que recibe unos brochazos intensos, violentos, inconexos a veces,
como si de un cuadro expresionista se tratara.
Es tan auténtica que su grabación
debió paralizarse un tiempo porque su protagonista ingreso en la cárcel debido
a que en un uno de los traspiés reales que dio le pasaron cuentas. Ahora
trabaja de paleta con un familiar que es constructor.
Lo mejor del film es el histriónico
personaje, el Mauri, delgaducho, con gafas que se pasa la película intentando
conseguir unos “euricos” para estar con su enamorada que ejerce la prostitución
y que no quiere saber nada de él. Se marca, mendigando, un monólogo, con baile incluido,
divertidísimo.
La película se puede ver gratis en
internet, http://www.criandoratas.com/.
Gracias a Carlos Salado por no
dejar que olvidemos lo mal que socialmente se han hecho las cosas en este país.
A mí me gustaría más que fuese
catalogado como cine de denuncia que como cine quinqui. El concepto quinqui
parece que lleva en si la aceptación de que lo quinqui es para siempre. Y un
país como el nuestro que tanto habla del bienestar debería avergonzarse de
ello.
En algo que hemos evolucionado en estos
cuarenta años es en que debido a nuestra entrada en la Comunidad Europea, a
estos barrios marginales también ha llegado lo mejorcito de nuestros países hermanos.
La banda sonora muy inspirada.
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