Un funcionario, Bertoldi, olvidado en una
embajada de Argentina abandonada en un país africano deviene cónsul
circunstancial de su país y a otro argentino, Lauri, le niegan el estatus de
refugiado político por enésima vez, ahora en Suiza, y debe abandonar en corto
periodo de tiempo el país. Mientras, Argentina decide invadir lo que ellos
llaman las Islas Malvinas.
Este es la situación desde la que se pondrán
en marcha los sucesos que llevarán al encuentro de los dos argentinos como si
de dos rayos veloces y sin plan de vuelo surcaran el cielo el uno en busca del
otro. Uno, esperando en el país africano acompañado de un irlandés aventurero y
loco, de profesión revolucionario, y el otro moviéndose desde Suiza, pasando
por París, acompañado de un revolucionario negro fantasioso y estrafalario,
irresistible, que capta para su causa a un árabe multimillonario al que
conquista proponiéndole montar una multinacional de todo tipo de bebidas
alcohólicas pero sin alcohol y capaz de amerizar un Boeing 727 en un lago con
un Rolls Royce dentro. Pues bien este negro que habla con los gorilas regresa
de nuevo a su país, esta vez para definitivamente instaurar el anarquismo
verdadero. Entre medias, tal retahíla de disparatadas situaciones que uno no
puede de dejar de admirar a Osvaldo Soriano y admitir que la realidad da para
eso y más. Pero en serio.
Algunas de las escenas descacharrantes de la
historia servirían para montar escenas cinematográficas inolvidables:
Un duelo en la embajada inglesa, mientras se
celebra una fiesta que no se detiene por el reto, entre el embajador inglés y
el italiano, donde debido a la lluvia nadie acierta a nadie y tras dispararse
durante minutos, al final un francotirador se ve obligado a herir a uno de
ellos en una pierna.
Una borrachera a dos entre el cónsul Bertoldi
y un gorila, que termina con los dos amablemente abrazados y cantando por la
capital del país africano.
La persecución como un flautista de Hamelin
que sufre el cónsul cuando tras abrírsele la valija llena de dinero en un cine,
decide salir de él tras recuperarlo, y se lleva detrás a todos los negros que
asistían a la proyección.
La invasión final de la ciudad por el
revolucionario Quomo capitaneando un ejército de gorilas comandado por un
gorila de pelo amarillo que llega en
tren. Un revolucionario Quomo del que la población no está muy convencida de
que sea lo que necesita debido a las malas experiencias que les hizo pasar la última
vez que estuvo al frente del país, con medidas tan controvertidas como abolir
los horarios y los destinos de los trenes, de manera que estos viajasen a donde
decidía la mayoría de los viajeros. Una mayoría que siempre terminaba
decidiendo viajar hasta la frontera más próxima para escapar del país. O el
sorteo de hombres y mujeres para formar matrimonios en los que a él casualmente
le tocaban las mujeres más bellas. O sea, un líder conflictivo.
Uno se caracajea inmisericordemente leyendo
estas aventuras y no deja en ningún momento de pensar en que son una locura pero
termina donde Osvaldo Soriano nos quiere llevar. Con sarcasmo, burla y una
ironía de calibre grueso en esta historia está toda la irracionalidad del ser
humano. Cada uno de los personajes tiene su reflejo en la vida real. Este “Tom
Sharpe” argentino teje con todos ellos
un muestrario de desatinos para acomodar a estos dos compatriotas perdedores,
uno, falsario, olvidado por su país en un lugar recóndito de África, y el otro,
perseguido por su país, que no encuentra otro de acogida. Los dos, al final,
enterados de la derrota y perdida de Las Malvinas alzan la bandera argentina
acompañada de la bandera roja del comunismo en la abandonada embajada inglesa y
entonan el himno del país que no los quiere.
Ellos dos son todos esos miles de hispanos,
obligados a irse de su patria, por odio o por pobreza, y a la que sin embargo
no pueden olvidar. El resto de personajes
que les rodean somos todos los demás. Gorilas incluidos. De pelo
amarillo. ¿Rubios? ¿En Europa?
Y es que al perdedor todo son moscas.
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