En esta segunda novela de Julio Fajardo se repite la
construcción del texto que ya utilizó en la primera. Novela coral a tres voces,
en las que se narra las consecuencias que la crisis iniciada hace casi diez
años ha traído a nuestra sociedad y en la que torna a ser exhaustivo en la
exposición de los hechos. Lo que ocasiona una asfixia del desarrollo de los
personajes que se quiera o no, produce la
voz omnipresente del narrador. De hecho esto se aprecia en los últimos
tres capítulos del libro. Capítulos que al ser resolutivos muestran un poco de
la carne de que están hechos los personajes. Y que son los mejores del libro.
Si el narrador se apartase un poco y dejase que la voz
propia de cada uno de los personajes, la esposa decepcionada, la tía con sobrino
parado y el empleado cualificado mostrasen su personalidad, la narración
adquiría riqueza y complejidad más acorde a los hechos que relata. La segunda
persona empleada en el tercer caso deja asomar un poco a ese avispado y lucido
empleado que impepináblemente al retratar a su jefe se retrata él.
No hubiera estado de más, a parte de esa exposición menos
intensa del narrador, una voz en primera persona para meterle más entraña a la
intención de la novela. Porque un punto de vista burgués asoma en la narración.
Ese punto burgués que impide bajar a las alcantarillas. ¿Dónde están los
suicidios que se han producido? ¿Dónde las familias desahuciadas que se han
tenido que ver con hijos y enseres en la calle o viviendo de la caridad o
visitando diariamente los bancos de alimentos? Las vidas, no rotas, destrozadas. ¿Dónde esos hijos de puta, perdón, que se han
enriquecido con la desgracia ajena? ¿Y los políticos desalmados? ¿Dónde el PP,
el PSOE, los Pujol y los Bárcenas? Porque por momentos la novela parece flotar
en la inopia. Más Madrid, más Barcelona en las páginas.
Y eso el autor lo
sabe, porque ha aparecido día sí y día no en los diarios. Y porque lo pone en
evidencia cuando se atreve a retratar en el último capítulo a ese amigo del
sobrino que le vendió preferentes a toda su familia, de lo que se arrepiente.
Pero ¿Y los que no se arrepienten? Cuando se escribe no se puede tener buen
corazón. Bernhard y Celine lo sabían.
No creo que Julio Fajardo escriba sólo para entretener. Creo
que esta novela nació con el fin de denunciar. El camino que dibuja de los
súbitos “luchadores sociales” que tienen un ojo en las reivindicaciones
sociales y el otro en el cargo o en el puesto de la lista que van a tener en
los nuevos partidos era el camino para conseguir consistencia y perdurabilidad
en la narración. Es decir, mala leche, mala baba, implacabilidad. La
literatura, la buena literatura no se merece menos. Y las víctimas de esta
crisis tampoco.
Julio Fajardo tiene todo el equipaje necesario para hacer
una literatura de fondo: Perspicacia, sabiduría interior, capacidad reflexiva y
analítica. Esa es la armadura. Le falta la determinación de meter las manos en
el barro y de llenarse hasta la cintura, no de mierda, que también, si la hay,
si no de compromiso con la verdad, con la realidad sin parar mientes en
convencionalismos ni apariencias. La gran literatura siempre se ha meado en
semejantes ataduras. La literatura y el arte en general. Lo que diferencia al
artesano del artista. Por ahora Julio Fajardo es un buen artesano. Lo que no es
poco….ni suficiente.
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