lunes, 3 de octubre de 2016

"600 millas" de Gabriel Ripstein (2015)



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Acabé viendo la película con el corazón en un puño y esperando, mientras desfilaban los créditos, que vi hasta el final, y oía los tejemanejes en la cocina, una ráfaga de ametralladora en cualquier momento. Pero no. Eso hubiera sido muy de película y lo que durante todo el film ha pretendido el director y guionista de la historia, consiguiéndolo, es reflejar cómo convive la muerte y la cotidianidad en una de las fronteras con más violencia y corrupción del mundo y eso que hay competencia. La que separa USA, uno de los países más ricos y materialistas del planeta, y MEXICO, uno de los países más violentos del planeta.
Y después me pregunté para qué veo estas películas y confesándome muy a mi pesar que para disfrutar de la creatividad, el ingenio y el buen trabajo de un grupo de profesionales dedicados al cine.
Porque lo que es el trabajo de concienciación y denuncia que tantas veces se ha confesado como objetivo de estos proyectos cinematográficos mucho me temo que ya no despiertan nada. Tanta abundancia ha terminado por aburrir a nuestra conciencia, sobre todo al ver el poco resultado que esa concienciación ha obtenido. Así que conformémonos con el disfrute estético.
De lo que pasa en el film ya estamos enterados por los noticieros. Esperamos pues en cada proyecto un nuevo punto de vista, una nueva interpretación de los hechos, una nueva forma de narrar que nos acerque lo más posible a esa violencia tan cotidiana, en fin, comprobar cómo esta situación de violencia y corrupción sirve de inspiración a un montón de artistas y creadores. ¿Es esto insano? Pues seguramente, pero el arte no sabe de esas menudencias.
Gabriel Ripstein en su primera película sabía muy bien lo que quería y se puede afirmar sin duda alguna que lo ha conseguido.
Un agente rutinario de la ATF, Agencia de control de armas, tabaco y alcohol de USA, ve como su vida se complica al intentar interferir en un tráfico de armas. Curtido y amoldado al ambiente ve con cierta displicencia como un joven aprendiz de traficante le salva la vida e inician los dos una “road movie” de lo más dominguera que uno pueda imaginarse, eso sí, rodeados de tiros y muertos, entre gasolineras y meadas a la luz del amanecer.
La película está dirigida por un director que a la vez es el guionista y eso se nota. A veces cuesta casar lo que en la mente tiene el director con lo que el guionista ha cocido. Aquí lo cocido es lo servido.
Y el magnífico condumio que estábamos digiriendo tiene una par de escenas finales, la una  escalofriante y cruel que muestra bien a las claras que para un americano, un mexicano es como un perro: Te salva la vida pero sigue siendo un perro. Y la otra, inesperada y portentosa: Unos créditos intrigantes que son el broche brillante a una peli que no está de más. Y eso tratándose de un film sobre la violencia en esa parte del planeta es todo un logro.
Hay escenas que rememoran otros cines y hay un pelín de sobreactuación de Tim Roth en algunas escenas. Tanta tranquilidad e indiferencia escama. Pero eso no es óbice para admitir que la primera película que ha facturado Gabriel Ripstein, hijo, nunca mejor dicho, del cine, es una gran película que despierta grandes esperanzas para las próximas.

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