Acabé
viendo la película con el corazón en un puño y esperando, mientras desfilaban
los créditos, que vi hasta el final, y oía los tejemanejes en la cocina, una
ráfaga de ametralladora en cualquier momento. Pero no. Eso hubiera sido muy de
película y lo que durante todo el film ha pretendido el director y guionista de
la historia, consiguiéndolo, es reflejar cómo convive la muerte y la
cotidianidad en una de las fronteras con más violencia y corrupción del mundo y
eso que hay competencia. La que separa USA, uno de los países más ricos y
materialistas del planeta, y MEXICO, uno de los países más violentos del
planeta.
Y después me
pregunté para qué veo estas películas y confesándome muy a mi pesar que para
disfrutar de la creatividad, el ingenio y el buen trabajo de un grupo de
profesionales dedicados al cine.
Porque lo
que es el trabajo de concienciación y denuncia que tantas veces se ha confesado
como objetivo de estos proyectos cinematográficos mucho me temo que ya no
despiertan nada. Tanta abundancia ha terminado por aburrir a nuestra
conciencia, sobre todo al ver el poco resultado que esa concienciación ha
obtenido. Así que conformémonos con el disfrute estético.
De lo que
pasa en el film ya estamos enterados por los noticieros. Esperamos pues en cada
proyecto un nuevo punto de vista, una nueva interpretación de los hechos, una
nueva forma de narrar que nos acerque lo más posible a esa violencia tan
cotidiana, en fin, comprobar cómo esta situación de violencia y corrupción
sirve de inspiración a un montón de artistas y creadores. ¿Es esto insano? Pues
seguramente, pero el arte no sabe de esas menudencias.
Gabriel
Ripstein en su primera película sabía muy bien lo que quería y se puede afirmar
sin duda alguna que lo ha conseguido.
Un agente
rutinario de la ATF, Agencia de control de armas, tabaco y alcohol de USA, ve
como su vida se complica al intentar interferir en un tráfico de armas. Curtido
y amoldado al ambiente ve con cierta displicencia como un joven aprendiz de
traficante le salva la vida e inician los dos una “road movie” de lo más
dominguera que uno pueda imaginarse, eso sí, rodeados de tiros y muertos, entre
gasolineras y meadas a la luz del amanecer.
La
película está dirigida por un director que a la vez es el guionista y eso se
nota. A veces cuesta casar lo que en la mente tiene el director con lo que el
guionista ha cocido. Aquí lo cocido es lo servido.
Y el
magnífico condumio que estábamos digiriendo tiene una par de escenas finales,
la una escalofriante y cruel que muestra
bien a las claras que para un americano, un mexicano es como un perro: Te salva
la vida pero sigue siendo un perro. Y la otra, inesperada y portentosa: Unos
créditos intrigantes que son el broche brillante a una peli que no está de más.
Y eso tratándose de un film sobre la violencia en esa parte del planeta es todo
un logro.
Hay
escenas que rememoran otros cines y hay un pelín de sobreactuación de Tim Roth
en algunas escenas. Tanta tranquilidad e indiferencia escama. Pero eso no es
óbice para admitir que la primera película que ha facturado Gabriel Ripstein,
hijo, nunca mejor dicho, del cine, es una gran película que despierta grandes
esperanzas para las próximas.
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