Valiente
esta novela de J.L.Peixoto, escritor portugués, que se atreve a contar la
historia de una familia de clase media portuguesa, volcado en una arriesgada
apuesta en la que si el fondo es de lo más corriente y usual en literatura:
Maltrato, infidelidades, accidentes que marcan una vida, traiciones y
abandonos, es en la forma donde busca la originalidad y la creatividad
literaria.
Que un
muerto narre no es ya una novedad, su paisano Machado de Assis, entre otros, ya
lo hizo, pero que ese muerto se ponga a conversar con una de sus nietas sobre
mí que estoy leyendo el libro en ese momento me parece una sorpresa muy
agradable.
Este
cementerio de pianos, metáfora de nuestra vida, en la que los personajes se
refugian, se esconden, cometen sus traiciones y desafueros, de donde salen
pianos arreglados como nosotros salimos algunas veces de nuestras experiencias,
reformados y dispuestos para dar la nota de nuevo. Pianos que arden como a
veces nuestras vidas.
Una
narración en la que se huye de la linealidad y se busca la confusión entre las
voces de la misma manera, con la misma naturalidad, que vienen a nosotros los recuerdos. Madre, padre, hijos
y nietos amalgamados en esta perorata compartida, de esta a veces oración
salmodiada pidiendo un perdón que no se
articula en palabras porque de alguna forma se intuye la inutilidad de
cualquier perdón.
Los
narradores, uno muerto y el otro a punto de morir, se van turnando. Contando la
vida que nunca se deja coger de la mano y que casi siempre te pilla a traición.
Saliendo y entrando de las tabernas, huyendo y regresando. Saliendo y entrando
de los quilómetros de la Maratón que te deja exhausto, derrotado por fuera
porque por dentro ya lo estás.
Y esos momentos de felicidad disfrutada que
llegan a parecer irreales pero pasaron y ya sólo sirven para valorar justamente
la infelicidad que siempre se impuso.
Una
novela de un profundo pesimismo y una tristeza que viniendo de un escritor
portugués ya es entendible. ¿Cómo sobreponerse a los fados y escribir algo más
esperanzador? Debe costar. Y además el Atlántico, agobiante, no es que ayude mucho.
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